Preguntas cruciales

Recordémoslo: superar una adversidad incrementa nuestra capacidad para ser felices. -J.A. Lozano Díez

19 de marzo, 2024

Hay momentos en nuestra vida que nos marcan para siempre. Habitualmente son vivencias personales, algo que nos sucede en forma directa y que modifica nuestra forma de vivir, o de pensar, o de entender la vida.  En otras ocasiones  son experiencias de personas cercanas, que nos rozan tan de cerca, que provocan un cambio definitivo en nuestra propia existencia.

Viene ahora un momento que guardo dentro de las páginas más inspiradoras que he vivido.  Raúl, amigo muy querido, directivo de primer nivel de una empresa educativa regional; esposo y padre, de un día para otro recibe un diagnóstico desolador: Le detectan un tumor cerebral.  A partir de ese momento, año 2000, a la fecha, él y su familia han sido un ejemplo de “longanimidad”, que significa grandeza y constancia de ánimo en las adversidades, esto es, no solo superar una situación difícil, sino crecerse por razón de esta.

Los primeros meses en la vida de Raúl, después del diagnóstico, fueron para afinar el mismo y establecer un plan de tratamiento: Cómo deshacerse de las células malignas, de qué manera controlar los efectos que provocaba la masa ocupativa dentro del cráneo, y, sobre todo, cómo asegurar una calidad de vida para él y su familia.  Una vez superado lo más crítico, Cecilia su esposa compartió por correo electrónico un texto maravilloso, en el cual plasma la  inquietud de ambos como profundos creyentes.  Preguntan a Dios, no un  airado “¿por qué?” para reclamar una situación tan complicada, en particular como padres de tres hijos en etapa escolar.  Todo lo contrario, preguntan al cielo, con la plena confianza de unos hijos en ese  padre que saben amoroso: “¿para qué?”, dando testimonio de que, pese a las dificultades que se enfrentan en un momento dado, siempre habrá que buscar el sentido último de los acontecimientos, la razón por la que, pese a una situación por demás complicada, seguimos aquí.  Siempre ha sido un texto por demás inspirador, que ya en algún momento me sirvió de primera mano, cuando años después atravesé alguna situación parecida a la de Raúl.

A ratos miramos en derredor nuestro y no nos queda claro hacia dónde va el mundo.  Los valores familiares tan claros en otros tiempos parecen opacarse frente a elementos como la riqueza y el poder, que buscan desplazarlos dentro del imaginario colectivo.  Esto es: hay ocasiones en que resulta más respetado el que mayores posibilidades tiene de dañar, en tanto desestimamos y hasta nos mofamos de quien se empeña en hacer bien las cosas.  Así de confusa anda nuestra escala de valores.  Dentro de un panorama tal, se procura el hedonismo y la comodidad, y cualquier cosa que vaya contra ellos, nos enloquece.

Por lo anterior, una enfermedad que para en seco el ritmo de nuestra existencia nos conduce a la ira y la desesperación.  No hallamos en nuestro interior recursos  que nos permitan con serenidad  buscar  el sentido que dicho inconveniente tiene para nuestro crecimiento personal.  Al contrario: Maldecimos  la existencia, nos odiamos a nosotros mismos y tratamos de hallar una salida exprés a lo que no la tiene.  Cada contratiempo es una gentil invitación que nos hace la vida a la mansedumbre, a reconocernos imperfectos y así avanzar para descubrir que somos capaces de superarnos y mejorar.

La hiperinformación propia del tercer milenio nos presenta el mundo entero al alcance de nuestros dedos.   A través de la tecnología podemos saber qué desayunó Kate Middleton, princesa de Gales, o cuánto costó el traje que portó Taylor Swift en su última presentación.  Revisamos cosas nimias y hasta absurdas de tantos tópicos, que terminan por descolocarnos frente a nosotros mismos.   La supercarretera de la información no es el mejor camino para construirnos una estima propia que refuerce el sentido último de nuestra existencia.

La entrada de la primavera, que despliega ante nuestros ojos la grandeza del ser pleno, excelente momento para capturar las maravillas que hay en derredor nuestro. Tiempo para la gratitud, para renovar nuestro compromiso frente a la vida, dispuestos a encontrar en cada amanecer un “¿para qué?” tan poderoso, que convierta nuestro día en una jornada memorable.

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