El tiempo es implacable: hace dos años Juan Gabriel partió de este mundo.
El tiempo es implacable: hace dos años Juan Gabriel partió de este mundo. Parece que fue ayer. Todavía me cuesta creer que el Divo de Juárez ya no está con nosotros. Él no, pero su música sí.
Aquel domingo 28 de agosto de 2016 fue un día triste para los mexicanos. Estoy seguro que un número enorme de personas recuerdan bien lo que hacían el día que murió Juan Gabriel.
¿Por qué queremos tanto a este personaje? Hay muchas razones, pero la principal es su música. ¿Quién no conoce alguna canción de él? Millones de mexicanos crecimos con sus acordes y sus melodías. ¿A quién no le rompieron el corazón y en la desesperación no se puso a cantar y a llorar Yo no nací para amar? ¿Quién no, arrepentido por dejar ir al amor de su vida, cantó estas estrofas: «Yo tuve la culpa de todo / no supe tu amor aquilatar / merezco tu olvido y tu ausencia / ya nunca tendré más tu amor»? Versos de zozobra con un genial toque kitsch en la palabra aquilatar: no valorar, apreciar, justipreciar; no: aquilatar, como si fuese oro de 24 kilates. Cuando escucho esta frase en la canción emerge la imagen del divo en mi mente (Siempre en mi mente), una imagen de oro que uno no puede dejar de aquilatar. Eso sólo lo puede lograr Juan Gabriel.
Qué tal esta otra estrofa: «no te guardo rencor / eres libre de ti / pero te pido un favor / que no hables bien ni mal de mí / Olvidarnos tú y yo / será mucho mejor / fácil es para ti / ya que tienes otro amor».
Juan Gabriel tiene canciones para todos los estados de ánimos. Y, claro, no pueden faltar las canciones de amor ardido, de ese que duele hasta el tuétano. Mire usted esta: «Y ese tonto que te quiere / y que se enamoró de ti / no sabe lo que le espera / piensa que va a ser feliz / inocente pobre amigo / no sabe que va a sufrir / sobre aviso no hay engaño / sé muy bien que ya te vas / dile a ese que hoy te ama / que para amarte nada más / para eso a él le falta / lo que yo tengo de más.» ¿Qué es eso que el amante despechado tiene de más? ¿Así o más rencor?
No todo en JuanGa es cortarse las venas. El Divo nos pone de buen humor cuando más lo necesitamos. ¿Quién no sonríe, por enojado que esté, si de repente escucha en la radio Buenos días, señor sol? «Buenos días alegría / buenos días al amor / buenos días a la vida / buenos días señor sol.» Si uno amanece con cara de pocos amigos, esta canción sin duda nos dibuja una sonrisa grande en el rostro. Es más, estoy seguro que hasta los malévolos sicarios y narcos de Tamaulipas se ponen contentos como una manzana si escuchan estas notas: «A mí me gusta mucho estar en la frontera / porque la gente es más sencilla y más sincera / me gusta cómo se divierte y cómo lleva / la vida alegre, positiva y sin problemas.» Y Ciudad Juárez, con toda su violencia y problemática, con todas sus muertas y desaparecidas, se vuelve la ciudad de la alegría, aquella «donde debe vivir Dios», como dice la canción Juárez es el No. 1.
Juan Gabriel también puede ser poético: «Tú eres la tristeza de mis ojos / que lloran en silencio por tu amor / me miro en el espejo y veo en mi rostro / el tiempo que he sufrido por tu adiós / obligo a que te olvide el pensamiento / pues siempre estoy pensando en el ayer / prefiero estar dormido que despierto / de tanto que me duele que no estés.» Nadie podría poner en duda que el Divo de Juárez tenía una inclinación natural a la poesía y a la metáfora: que alguien sea la tristeza de otros ojos, unos ojos que lloran en silencio; que el rostro de uno sea transformado por el espejo en tiempo, un tiempo sufrido por el adiós… el dolor de la ausencia. Oh, Dios. Me remite de algún modo al rostro que emerge muerto del espejo en un poema de Cesare Pavese (Verrà la morte e avrà i tuoi occhi). Sin duda un pasaje muy bien logrado.
La importancia de Juan Gabriel como compositor lo coloca, a mi juicio, en la sagrada trilogía de la música popular mexicana: JuanGa, Lara, José Alfredo. No hay mexicano que no conozca o no haya cantado al menos una canción de Juan Gabriel. La grandeza de su figura (sí: grandeza) se tradujo en las condolencias, el reconocimiento y en la loa que la Casa Blanca expresó en un comunicado de fecha 29 de agosto de 2016 –o sea, un día después de la muerte del Divo– firmado por el presidente Obama:
«Durante más de cuarenta años, Juan Gabriel llevó su amada música mexicana a millones, trascendiendo fronteras y generaciones. Para muchos méxico-americanos, mexicanos y gente de todo el mundo, su música suena a casa (sounds like home). Con sus letras románticas, presentaciones apasionadas y estilo singular, Juan Gabriel cautivó audiencias e inspiró a incontables jóvenes músicos. Fue uno de los grandes de la música latina y su espíritu vivirá en sus perdurables canciones y en los corazones de los fans que lo amaban.»
Juan Gabriel es una leyenda viviente. Viviente porque, como dijo Obama, su espíritu vive en sus canciones y en los corazones de sus fans. En ese sentido, Juan Gabriel no ha muerto; o, como dice Gilberto Prado Galán, toda una autoridad en materia de palíndromos: «A divo, vida». Y una muy larga… quiero decir vida. Es una leyenda no sólo por sus memorables canciones, sino por dos razones, en mi opinión, fundamentales: su humilde origen y su orientación sexual. Juan Gabriel forjó su leyenda desde que nació sumido en la pobreza. ¿Cuántos mexicanos no nacen bajo condiciones de pobreza y marginación? ¿Y cuántos de ellos pueden romper este sino? Muy pocos. No sólo durante sus vidas: el hado de la pobreza trasciende generaciones. Es algo terrible de mencionar y de concebir: estar condenado a la pobreza. Juan Gabriel pudo vencer la adversidad económica, la discriminación, la falta de oportunidades. Sufrió como millones de mexicanos, pero al final venció. Por eso la gente lo quiere tanto y lo siente tan cercano: es uno de nosotros: si él pudo, todos tenemos esperanzas.
Y no sólo venció a la pobreza. Juan Gabriel venció al prejuicio machista y homofóbico: afirmó su orientación sexual en tiempos muy difíciles. Si ahora la gente con orientación sexual diversa se las ve muy duras para afirmar su identidad, imagínese usted lo que habrá sido aquello en los años 60, cuando nuestro Divo era un adolescente, un chico que se sentía atraído por chicos. Puedo imaginarme la retahíla de insultos y ofensas que tuvo que aguantar en una tierra bronca y pendenciera como Ciudad Juárez, donde se dan los hombres de verdad, no como el chiste: hombres que se dan unos a otros, sino hombres de verdad de verdad, porque allá en el norte se repiten las palabras para hacer énfasis: «eres honesto honesto, honesto honesto», como dijo El Bronco a AMLO en un debate; o como el famoso «¿no quieres nada nada nada nada nada nada nada nada nada? – ¡Que no, que no!» de Juan Gabriel.
El triunfo de nuestro Divo, su afirmación homosexual, es también el triunfo y la afirmación de la comunidad gay. JuanGa fue un precursor, abrió camino a la comunidad, y eso no puede pasar desapercibido. No estoy diciendo que sin él la comunidad no hubiera logrado lo que ha logrado, pero sin duda Juan Gabriel fue un estandarte y su triunfo fue el triunfo de todos: de los gays, de los pobres, de los marginados, de los discriminados. Por eso queremos tanto a JuanGa.
Así que vamos hoy a rendir tributo a Juan Garbiel: vamos todos a subirle al estéreo, y a todo volumen cantemos una canción del Divo de Ciudad Juárez. Que no le dé a usted pena si en un semáforo la gente se le queda viendo mientras usted canta con todas sus ganas: «No tengo dinero / ni nada que dar / lo único que tengo / es amor para amar / Si así tú me quieres / te puedo querer / pero si no puedes / ni modo, qué hacer!
¡A divo, vida! ¡Que viva Juan Gabriel!
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