Cuando siento que el día ya ha durado demasiado, lo primero que se me antoja es volver a recorrer con mis manos tu pelo en resplandores negros sobre los hombros. Ello solamente agiganta otro antojo de todas mis noches: disfrutar tu moreno cuerpo debajo de las cobijas. Mi único anhelo es lamer otra vez tu boca, tu cuello, tus brazos, y hasta tus húmedos muslos. Te deseo tanto y no puedo evitarlo. Sé exactamente por qué.
La realidad inexplicable me coloca una vez más con los ojos cerrados,
plácido y desnudo, descansando mi cabeza sobre tu abdomen. Qué hermoso y qué verdadero. Una estampa colmada de dicha, lujo y bonanza. ¿Recuerdas? La noche lentamente termina, pero al igual nos concede la placentera intuición de que ha sido una de las mejores madrugadas. Este amanecer contigo dista de ser largo, aburrido y triste. Más bien es ameno y especial; lleno de pláticas y risas, besos y caricias. Afuera las aves ya colman el despejado cielo azul y tú, tan esbelta, diminuta, bella y mulata, me abrazas con una suerte de ternura.
Entusiasmada agarras con fuerza mis brazos, te aprietas contra mi cuerpo. Yo no digo nada, pero por tu mirada, por tus ojos verdes risueños, comprendo que tampoco olvidarás este momento.
Es así como me desconecto y escapo de mi cuerpo. Vuelvo al pasado, a lo muchas veces idealizado, a la pregunta que siempre me hago, a eso que pudo haber sido, pero que nunca será. Rehacer, recrear lo ya hecho, es quizá la causa principal del más puro de mis actuales reposos, de mis últimos sueños profundos. Pido prestadas imágenes, pequeñas películas, cintas agradables en las que soy público asombrado y personaje dichoso. Te apareces debajo de mis párpados. Ya te reconozco. Ya te escucho hablarme. Ya me llega tu dulce aroma frutal.
Como es previsible, nada cambia. Nada cambia porque la soledad de
aquellas horas nos sigue acarreando y nos conduce por primera vez a la
intimidad. Flotando encima de la cama el sonido alegre y sereno de tu risa me va cobijando y logra sacar la mejor versión posible de mí mismo. Borracho, intoxicado de tu piel suavizada con loción, de tus labios cubiertos de brillo, de toda tu argentinidad, me dispongo a contarte una historia hasta que florezca el alba. Una soberbia evocación del porvenir. Las memorias de mi futuro con una mujer de veintidós años, una criatura extraordinaria llamada igual que tú, Natalia…
Sabes reconocerte fácilmente en esas fabulaciones mías, que no son
más que maravillosas epifanías, gloriosos haces de luz. El reino de la ficción me da la oportunidad de mostrarte, de exponerte imágenes breves para que puedas verme como realmente quiero manifestarme. Me represento en entornos siempre muy acogedores, donde gobierna el optimismo; no puedo visualizar mejores escenarios, sobresaliendo con nadie más que contigo. Te me quedas mirando, en silencio, con asombro, como a un mago, como a un médium. Te cuento mi vida entera con palabras elocuentes, verbos amables y oraciones llenas de posibilidad y futuro; te hago preguntas porque tengo hambre de escucharte. Envío el mensaje, muy franco y muy claro, que te da la confianza suficiente para creer en mí. Me aceptas, por lo menos en ese instante, totalmente
como soy. Se trata de una experiencia distinta; es ese tipo de atracción física, de sensibilidad absoluta, de increíble delicadeza. Un deleite pleno, erotismo fascinante.
El espectáculo resulta inédito y sobrecogedor. Cada detalle es una
magnífica exposición.
Siempre sucedes a la misma hora. Te extiendes por cinco o diez minutos para alcanzar el clímax pasada la media noche. Elijo y repito tus ropajes, tus pasos, los acentos en cada una de tus sílabas. Quiero seducirte, enamorarte, ser el motivo de tu noche tórrida. Me sé con la capacidad de meterme entero a tu alma. De descubrir quién eres en realidad, que tienes de misteriosa, de diferente, de única. Busco ser inteligente en el sentido literal, ser capaz de entender lo que hay delante de mí. Me imagino logrando esos efectos, esos objetivos. Empiezo a actuar como el Fausto receptor de todo aquello. Recuerdo la razón por la que estoy aquí, por la que siempre en mis madrugadas regreso a ti.
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