Hay una máxima que determina que la historia la cuentan los vencidos. Así conocemos numerosos episodios que narran la confrontación entre fuerzas rivales, en los que una de ellas predomina y cuenta para la posteridad. Para nuestra fortuna vivimos en una época en la cual la investigación en todos los órdenes está a un clic de distancia, de modo que podemos consultar la “versión oficial” y las versiones alternativas, para formarnos una concepción de cómo ocurrieron las cosas en un tiempo y en un lugar en el que no habríamos podido estar para atestiguarlo.
Hay otro modo de conocer los hechos que los grandes tratados señalan. No es la versión de los ganadores ni la de los vencidos (como diría Henestrosa). Es la experiencia de quienes vivieron en forma directa lo ocurrido, ya sea a través de testimonios que la crónica reúne, ya mediante la ficción que, no por serlo, se desvincula de las circunstancias originales en que se desenvolvió la historia.
Comencé a leer una maravillosa antología editada por Liliana Pedroza. En tres tomos de simpática hechura reúne 100 cuentos de 100 escritoras mexicanas, rescatados de muy diversas publicaciones en las que fueron divulgados durante poco más de 100 años. Algunos de ellos, en particular los de inicios del siglo pasado, se dieron a conocer con seudónimo que alejaba el foco de atención de su autora original. Tal era el pecado social de expresar por escrito las ideas propias para una mujer. Como bien señala Liliana Pedroza, la invisibilidad en la que se desarrollaron las primeras cuentistas les dio la libertad de escribir tomando riesgos.
Estoy terminando el primer libro en el que encuentro muchas autoras completamente desconocidas para mí; todas con propuestas, de suyo, muy originales. Tienen la capacidad de presentar, mediante la ficción, los problemas de época que marcaban a sus protagonistas. Muchos de tales problemas, por desgracia, siguen estando presentes en nuestra sociedad. Como los tamales del bote, “hay de dulce, de chile y de manteca”. Modos de presentar problemáticas como la violencia contra la mujer o trastornos de conducta propios de la discapacidad intelectual de un modo único, entrañable; recorremos las líneas de cada texto esperando que, contrario a su estructura breve, no se termine nunca.
Hay un cuento que me pareció fantástico. Es una sátira que describe la crítica social y los prejuicios que en forma tan frecuente aventuramos, tanto, que es difícil no reconocernos en alguno de los personajes: “Tres juntas” de Hortensia Elizondo, neoleonesa nacida en 1908, periodista, cronista, escritora y defensora de los derechos de la mujer, fallecida en 1953, precisamente en el año en que México promulga la reforma constitucional que reconoce el voto de la mujer.
Son incontables las emociones que me viene despertando cada cuento, cada página. La fineza rulfiana con que se describen rasgos de comportamiento en la zona rural, como es el caso de dos personajes: Prócoro y Tanasia en el cuento “La cuesta de las ballenas” de Emma Dolujanoff, médico psiquiatra y escritora nacida en 1922, oriunda de la Ciudad de México. Vale aquí mencionar que una de las inquietudes de la antologadora Pedroza, era incluir en su obra a cuentistas de provincia, que en un sistema centralista como el que se vivió hasta finales del siglo veinte, quedaban con pocas o nulas oportunidades frente a las de las grandes capitales, en particular las de la Ciudad de México.
A golpe de linterna de Liliana Pedroza es el título de la colección de cuentos que nos presenta al otro México, al que habría quedado fuera de la conciencia de quienes habitamos el actual siglo, si no fuera por las historias de ficción. Conocer los usos y costumbres de distintas regiones, como se presenta en el cuento “La locura de Chabela” de María Esther Ortuño de Aguiñaga, escritora y promotora cultural quien desarrolló su obra en San Luis Potosí, destacando sus investigaciones sobre la llamada “Muerte Niña”, o fotografía post-mortem de niños pequeños, propia de mediados del siglo diecinueve e inicios del veinte. En éste, uno de sus cincuenta cuentos más conocidos, la autora lleva al absurdo condiciones de la vida real, en una crítica social que, como lectores, nos para en seco para preguntarnos de qué seríamos capaces.
Justo esto último es lo que hallo como el mayor valor del cuento: desde los prehispánicos como “La llorona” hasta los actuales publicados por Guadalupe Nettel, la ficción nos presenta esa realidad que se vive en las calles, en los caseríos marginales. Esa doble moral de las clases de mayor nivel, o los “valores” que plantea una sociedad como si fuera un cadenero de antro, que después de que, finalmente nos permiten el acceso, nos llevamos la gran decepción al descubrir que no hay nada en ese cascarón vacío, que haya valido la pena nuestro desgaste por entrar.
En literatura las voces de las autoras nacen de la entraña y no se callan. Dicen lo que tienen que decir. Cuentan la historia de primera mano, la que se aleja de cánones sociales y de ideologías a modo. Hay que conocer nuestro México a través de sus líneas: un camino muy recomendable es comenzar a hacerlo A golpe de linterna (Ed. Atrasalante, 2020), de la mano de Liliana Pedroza.
Gracias a la Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística, AC por otorgarme los Reconocimientos al Mérito de la Producción Editorial y a la Difusión Histórica y Cultural
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