Algunas personas quizá se resistan a ver esta serie, primero, porque es sobre futbol, y segundo, porque Maradona no es un personaje ejemplar. Pero la verdad es que la serie es buena, y para quienes en los años ochenta éramos adolescentes y vivimos el sismo de 1985 y el Mundial de 1986, está llena recuerdos.
Más allá del futbol, Maradona es un icono de la Argentina. Es un argentino universal, en el pleno sentido de la palabra, y, me atrevo a decir, uno de los cinco iconos más importantes de aquella hermana nación. Nació y se crió en la pobreza extrema, es uno del pueblo, y por eso su ascenso representa las aspiraciones de las grandes masas marginadas de la nación argentina, aquellas que las clases privilegiadas miran con desprecio, recelo y desconfianza.
Sí, Maradona se equivocó y se entregó a toda clase de excesos. Y lo pagó muy caro. La serie no es una apología ni una apoteosis, sino el frío retrato de una súper estrella, tanto en su ascenso como en su declive. Nos muestra ese Maradona oscuro y decadente, espléndidamente interpretado por Juan Palomino, pero también nos enseña esa luz que algún día brilló en el corazón del astro argentino. Habrá sido lo que usted diga, pero fue un gran atleta, un líder en la cancha, un excelente compañero –muchos de quienes jugaron con él dan testimonio de ello– y un hombre que profesó una gran devoción por su familia.
Los diez capítulos de la serie, cada uno de aproximadamente una hora, nos ofrecen un cuadro de la Argentina, desde la dictadura militar hasta el advenimiento de la democracia. Nos enseña las vísceras del futbol y nos hace oír la voz de un Diego Armando idealista que, a su modo, se opuso siempre a la injusticia, no solo en el deporte, sino también en la política. Vaya, les restriega a los italianos en la cara ese racismo que existe de las regiones del norte en contra de las del sur, a los argentinos la división entre ricos y pobres y el fascismo de la derecha, a los ingleses el abuso por la invasión de las Malvinas, y a los catalanes el manejo hipócrita de un equipo como el Barcelona.
La frase “la mano de Dios”, después del gol con la mano que le metió a los ingleses en el Mundial de México, ha sido interpretada fuera de contexto. Maradona lo explicó en su momento, pero la mayoría de las personas lo toman como un acto de obscena jactancia y vanagloria. En realidad Maradona quiso decir que de algún modo esa victoria sobre la escuadra inglesa era una especie karma después del brutal abuso que supuso la invasión de las Malvinas. Quien actuó con obscena jactancia y prepotencia fue el Reino Unido, que usó su temible poder contra una nación humilde, pobre y sometida.
En un biopic como este no puede haber spoilers, porque todos conocemos la historia. El punto más alto de la carrera de Maradona fue cuando la selección argentina ganó el Mundial de México 86. Los últimos dos capítulos de la serie son espléndidos y narran ese campeonato. Debo confesar que me hicieron llorar de emoción, especialmente el último. La recreación de esos días está muy bien lograda: cómo Maradona se echa el equipo a la espalda y cómo arenga a sus compañeros (Valdano, Tata Brown, Batista, Burruchaga, Ruggeri, Passarela, etcétera) hasta alzar la Copa del Mundo, es algo que de verdad le pone a uno la piel erizada. La caracterización del técnico Carlos Bilardo es maravillosa.
La serie es prolija en grandes actuaciones. Hay que destacar en primerísimo lugar la de Nazareno Casero como Maradona joven. Este actor se lleva la serie. De verdad que se mete en el personaje y logra emocionar. Julieta Cardinali, como Claudia Villafañe, esposa de Maradona, está espléndida. La dirección de Alejandro Aimetta es convincente y efectiva.
Recomiendo mucho esta serie, aunque usted no sea fan ni de Maradona ni del futbol.
Gracias a la Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística, AC por otorgarme los Reconocimientos al Mérito de la Producción Editorial y a la Difusión Histórica y Cultural
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