LOS ECOS DE LA CASTAÑEDA

(Tercera parte) Realidad y ficción En los cafés del Boulevard Montparnasse, Margaux Boucher descubrió un París fresco, vibrante, que la entendía y la encendía. La vida intelectual y artística trastocó aquella vida ordinaria a la que se...

13 de noviembre, 2025 LOS ECOS DE LA CASTAÑEDA. (Segunda parte)

(Tercera parte)

Realidad y ficción

En los cafés del Boulevard Montparnasse, Margaux Boucher descubrió un París fresco, vibrante, que la entendía y la encendía. La vida intelectual y artística trastocó aquella vida ordinaria a la que se aferraban sus padres.

Escritores, artistas y grandes pensadores la cobijaron en un círculo literario apasionante. La modernidad apenas la acariciaba cuando conoció a Gertrude Stein, esa mujer tan peculiar que terminó por convencer a Margaux sobre la individualidad femenina, sobre el valor del arte por el arte, sobre el valor de la escritura. Aquellas veladas en la Rue des Fleurus 27 se convirtieron en su elixir. Margaux no se apartaba con otras mujeres que nada tenían que ver con ella a quien le gustaba pasear por la galería de arte, abandonarse en los muebles florentinos, tomar pluma y papel, escribir y escuchar las voces de la crema y nata del vanguardismo parisino.

En una de aquellas veladas tan memorables para Margaux, conoció a un joven pintor con la vista postrada en un cuadro de Pablo Picasso situado entre un Cézanne y un Matisse. La plática empezó con un tímido bonjour y el seductor acento del nuevo integrante del salle du bonheur, como llamaba Margi a la casa de los Stein.

– Bonjour, je m’appelle Margaux Bucher. Je ne crois pas vous avoir déjà crosé ici.

– Bonjour, Margaux. Je suis Emiliano Montemayor. Je viens du Mexique. Je suis à Paris pour la première fois.

– Oh, vraiment ? C’est fascinant! Qu’est-ce qui vous amène ici?

 – Je suis venu pour présenter mes tableaux aux frères Stein. J’ai entendu dire qu’ils étaient très influents dans le monde de l’art ici à Paris.

– Oui, Gertrude Stein et Leo Stein sont des figures importantes dans le milieu artistique. C’est un honneur de pouvoir leur montrer votre travail. Comment trouvez-vous Paris aujourd´hui?

– C’est incroyable. La ville est vivante, colorée et pleine de créativité . J’adore flâner dans les cafés et les galeries. J’espère que mes peintures seront bien accueillies.

–  Je suis certaine qu’elles le seront. Vous avez un accent très distinctif.

Margaux y Emiliano se conocieron entre aromas que enloquecían la vida europea de principios del siglo XX. Alucinó él con iniciar una carrera en el Viejo Continente y ella con perderse entre los brazos de ese joven de rasgos mestizos. La hija única y digna futura esposa de algún dueño de títulos nobiliarios en Europa desafió a sus padres y como amante de un desconocido partió a visitar las tierras de un México del que poco sabía.

Excitados con la travesía y los placeres que los envolvían, la pareja se dejó llevar por el deseo y decidió ignorar los avatares de un país en conflicto y así su sociedad.

La familia Montemayor, favorecida por un deslumbrante pasado político bajo la dictadura porfirista, recibió a su hijo ignorando sus andares en Europa y con la solemne promesa de matrimonio a la hija de un jefe militar que le hubo salvado la vida al padre de Emiliano. Fue un golpe violento para Margaux estrechar la mirada de una mujer de belleza nueva. Corría el año de 1910, el aire social despedía un olor a opresión contenida que amenazaba. El potentado Montemayor debía asegurarse y a su familia; Emiliano era todo para ese hombre con bigote largo, espeso y curvado hacia arriba en los extremos, un moustache à la bruxelloise. Y lo planeó con la ayuda de su futuro consuegro. Así fue cómo el nombre de Margaux Boucher apareció el tercero en la lista de ingreso a un nuevo hospital psiquiátrico recién inaugurado por Porfirio Díaz en la capital de México, acusada de locura e inmoralidad, destinada a vivir en el pabellón de las “histéricas” del Manicomio General de La Castañeda.

Emiliano no supo de Margi. No la volvió a ver. Llegó el movimiento revolucionario. En 1911 la familia Montemayor se exilió en los Estados Unidos. El joven contrajo nupcias con la mujer a la que lo prometió su padre.

El país estaba impregnado de una mezcla de esperanza y caos. Para la joven francesa el caos fue el que la sepultó en un mundo silencioso, atrapada en un edificio que prometía modernidad. Su vida, marcada por un gran destello de intelectualidad, terminó por opacarse en el abandono de un país revolucionario.

En sus paseos, de la garita de vigilantes que la observaban con compasión a los bellos jardines con fuentes de las que salía agua como un balbuceo, se encontraba con la mirada gentil y perdida de hombres y mujeres. Un sillón europeo, importado por Porfirio Díaz para decorar la antesala de bienvenida al manicomio, fue el cubil en el que exhalaría su último aliento y desde el que vería correr las figuras sin conciencia de los primeros revolucionarios.

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