Recién se conmemoró el Día del libro y de la rosa, una celebración iniciada en Barcelona, ciudad capital de la región de Cataluña, en la Península Ibérica, donde el Día de San Jorge (Sant Jordi) sus pobladores acostumbran a regalar un libro a cambio de una rosa. Dicha suerte de trueque virtuoso se ha difundido a través del mundo, y en México dio lugar al Festival del Libro y de la Rosa, inicialmente promovido por la UNAM y que a la fecha se ha extendido a otras ciudades del país.
Lo anterior implica comprar un libro para regalar en la fecha convenida. Viene entonces la pregunta: ¿qué libro comprar? Los géneros varían y actualmente se yuxtaponen, hallando interesantes obras en las que conviven con total gracia la crónica, la poesía y las ilustraciones, para presentar al lector un estado de ánimo que pueda contagiarlo de por vida. Ya sea a través de formatos más estructurados, o de estos estilos de la ruptura, podemos conseguir un libro para regalar con una rosa, o a cambio de una de estas flores, en la conmemoración de San Jorge.
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La oferta bibliográfica se antoja interminable. Según un análisis de WordsRated 2022, el año pasado se publicaron en el mundo alrededor de 4 millones de libros; de estos cerca de 1 millón en formato impreso tradicional y 1.7 millones de modo digital. Da una cifra que se antoja increíble: En la plataforma Kindle existen 12.2 millones de libros digitales. Lo anterior es un claro reflejo de cómo se ha incrementado la oferta vía la autopublicación, que puede ser publicarse de modo personal, o sea, escribir, editar y lanzar el libro a la red por cuenta propia. Otra forma es contactar con empresas que cobran por edición y entregan al autor su obra terminada. Puede alojarse el libro en una plataforma digital, aunque se corre el riesgo de un conflicto de intereses por propiedad intelectual. O finalmente, al modo tradicional, con la obra escrita buscar una convocatoria de coedición, o un concurso. En caso de resultar seleccionados, el libro ve la luz. La idea de muchos autores noveles es contactar una de las grandes editoriales, enviar la obra y esperar a ser llamados para firmar un contrato de edición. Esto último es algo así como una quimera que nunca sucederá para quien va comenzando.
Ello nos lleva a considerar que, ante la amplia oferta de publicaciones, elegir un libro se vuelve un problema más complejo que antaño. En estos tiempos de autopublicación, el que una persona estampe su nombre en la portada de un libro, para nada equivale a que este tenga un valor literario. Antes de comprar un libro habrá que investigar al autor, su obra previa y las recomendaciones de algún conocedor. No sea que terminemos con un bodrio que poco o nada aporta en términos de entretenimiento, reflexión o aprendizaje.
El español Miguel Blasco, escritor, editorialista y coordinador de talleres, en una sesión reciente expresó un concepto que me generó profundas cavilaciones: “Al escribir no vayan tras el oropel de los premios o de las ventas en las ferias del libro”. Me llevó a reflexionar cuántas veces, cuando iniciamos este apasionante oficio vamos tras el reconocimiento y el usufructo, más que por el deleite de escribir. No es infrecuente hallar en la red convocatorias para publicación en revistas digitales; de las primeras preguntas que hacen los interesados es: “¿Y cuánto pagan?”, como si por el solo hecho de enviar un texto –independientemente de su calidad artística–, los convocantes tuvieran obligación de pagarles.
La literatura va más allá, mucho más allá. Es el ejercicio de diálogo interno frente a lo que la vida nos presenta de manera cotidiana. Es tamizar las propias reflexiones buscando descubrir si aportan algo a quienes se las comunicamos. Escribir es una labor de hermanarnos; de empatizar con el otro, de atisbar su expresión corporal, de escuchar su voz, ya sea en susurro íntimo o a la distancia, para más delante plasmarlo en el papel. Escribir es un acto que exige humildad, un decir “no sé, pero quiero descubrir”. Si de inicio nos sentimos un Cervantes o un Saramago, difícilmente llegaremos a escribir textos de calidad.
Termino de leer “Tres alegres cubanas”, de Gonzalo Celorio, parte de la saga de crónica familiar que nos regala, entreverada con hondas reflexiones con relación a la condición humana y muy en particular el relato de sus vivencias cercanas con Cuba, tanto a través de sus habitantes como de su literatura. Me cautiva la forma como el escritor nos atrapa, nos mete en la historia y no nos suelta hasta el final. Tanto así, que en la penúltima página desearíamos que la obra no terminara. Celorio es un magnífico ejemplo de un escritor que honra su vocación en cada línea. Un autor que hay que leer.
Después de casi cincuenta años de publicar semanalmente mis columnas periodísticas, ocasionalmente encuentro conocidos que me preguntan si todavía escribo. Interpreto su expresión como si escribir fuera una moda que en cualquier rato pasa, y que mañana, en vez de la pluma, pudiera dedicarme a bailar bachata o a elaborar quesos frescos. Escribir es un oficio que nunca termina y que siempre habrá que pulir. Máxime frente a un mercado que vende ilusiones y nos ofrece lanzar nuestro best seller como si de la misma JK Rowling se tratara.
Libros y rosas: dulce forma de enaltecer la literatura. Leer obras de calidad, nuestro derecho informado; escribirlas, un sagrado deber de cada día.
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