Juan Álvarez, el prócer patrio sin justicia

Este mes de la patria también sirve para recordar a aquellos héroes que la historia oficial ha pasado por alto, entre ellos, el General Juan Álvarez Hurtado.

7 de septiembre, 2022

Nacido aún durante el Siglo XVIII, en 1790, en Atoyac, en la Costa Grande de lo que hoy es el estado de Guerrero (antes parte del Estado de México y conformado también por pequeñas partes de Michoacán y Puebla), Juan  Álvarez el principal impulsor para erigir el estado de Guerrero y fue  su primer gobernador en 1849. 

Sin tanta educación formal ni gran cultura, su sentido patriótico iba desde su Patria chica, donde llegó a ser el mayor hacendado e incluso cacique, hacia la visión ya de una Nación que había dilatado en mucho su formación: prácticamente la primera mitad del Siglo XIX fue un caos en ese tan incipiente México, que se reflejó en los intermitentes mandatos de un Anastasio Bustamante y el oportunista Antonio López de Santa Anna, que sin partido definido luchaba una vez con el bando centralista, otra con el Federalista, algunas veces se afirmó como liberal, otras como conservador. Estos hechos  se reflejaron en que Don Juan peleó en ocasiones hombro con hombro con Santa Anna y otras veces abiertamente en su contra. Pero Álvarez peleó desde las luchas por la Independencia, a las órdenes, del Vicente Guerrero, del cual se consideró su heredero, luego de la traición por parte de Anastasio Bustamante que devino en su cobarde asesinato. Peleó también en invasiones extranjeras, cómo la francesa en 1838 /39 y la estadounidense en 1847, con algunos triunfos y también derrotas en batalla. 

En 1854, el General Florencio Villarreal junto con otros generales proclaman el Plan de Ayutla, el cual es discutido y modificado en Acapulco, con el principal fin de cesar de una vez por todas de la presidencia a Santa Anna y comenzar a dar una forma sólida al aún débil Estado mexicano. La llamada Revolución de Ayutla tuvo gran eco y se extendió por todo el país, y logró su cometido.

Fue precisamente en Acapulco donde Benito Juárez entra a territorio mexicano, después de su exilio en Nueva Orleans, y externa al Coronel Diego Álvarez (hijo de Don Juan): “Sabiendo que aquí se pelea por la libertad, he venido a ver en que puedo ser útil”. Es ahí donde comienza la conformación del grupo de personajes liberales que la Historia los consigna cómo “Hombres que parecían gigantes”, y que no dejarían de luchar hasta derrotar enemigos como la unión de Iglesia y Estado, y la intervención francesa, Juan Álvarez aún  vivía para constatarlo.

 Álvarez fue presidente emanado del triunfo de la Revolución de Ayutla. Resultó electo Presidente, pero el cargo lo ejerció por pocos meses, renunciando a él aduciendo problemas de adaptación al clima de la capital del país. Aun así, tuvo quizás el más ilustre gabinete presidencial de la Historia con Melchor Ocampo en la cartera de relaciones exteriores, Benito Juárez en Justicia, Miguel Lerdo de Tejada en Fomento y Guillermo Prieto en Hacienda. De hecho, fue durante su fugaz presidencia que le toca proclamar la Ley Juárez así cómo expedir la convocatoria al Congreso constituyente de para la redacción de la Carta Magna de 1857. Su famosa declaración de “pobre entré a la presidencia, pobre salí de ella” se refiere más que nada a que no utilizó tan alto cargo para el lucro personal, puesto que entre otras cosas, era ya un muy rico hacendado. 

Aún después de su breve paso por la Presidencia tuvo energías para participar activamente en las luchas de Reforma y el Imperio de Maximiliano. Desde su Hacienda en Acapulco, “La Providencia” (en total abandono, por cierto, pudiendo representar un importante activo cultural y turístico), apoyó de forma incondicional al ya Presidente Benito Juárez, “la pantera del sur”, como era conocido en sus dominios. Álvarez dejaría de existir el 21 de agosto de 1867. Fue el último de los combatientes insurgentes en morir, así como el último Presidente de la República en haber participado activamente en esas luchas. 

Su legado continuó mucho más allá de su desaparición física. Se puede decir, que hasta su legado ayudó a cristalizar las luchas agrarias acaudilladas por Emiliano Zapata durante la Revolución mexicana. Cuando el general Álvarez pasó por el territorio que hoy es Morelos, fue testigo de las inhumanas injusticias y vejaciones que sufría el campesinado, constatando que desde tiempos del Imperio Mexica, pasando por los tiempos de la Colonia y las “encomiendas”, sus condiciones de vida eran peores a las de presos por crímenes horrendos.  Álvarez trató de poner remedio a esta situación mediante una carta, en 1857, a “los pueblos cultos de la Europa y de la América”, consiguiendo ser difamado, sí, pero también haciendo eco sus sentidas palabras, dejando una especie de semilla que contribuiría, a posteriori, a la redención de las causas indígenas y campesinas, ocurrido esto ya durante pleno Siglo XX. 

Por todo lo que Álvarez representa en la Historia de México, en la configuración clara de una Nación y la formación sólida de un Estado mexicano, y el paralelo combate a las injusticias, es que la Historia oficial no le ha hecho la justicia debida. No escuchamos nunca su nombre en las ceremonias presidenciales por el Grito de Independencia, ni hemos visto nunca su efigie en billete y/o moneda alguna de curso legal. En Acapulco el aeropuerto internacional lleva su nombre, así como la plaza de su Zócalo, y la Ciudad donde nació, lleva su apellido como segundo nombre (Atoyac de Álvarez). Ahora que se ha anunciado, que los billetes con denominación de veinte pesos saldrán de la circulación, gradualmente, para en 2025 sustituirlo, de forma permanente, por una moneda, con un grabado del rostro del General Juan Álvarez. Éste sería apenas un merecido homenaje a quien tanto aportó a la Patria, y que entre otras muchas líneas escribió, en el ya citado “manifiesto ciudadano… a los pueblos cultos: ” lo siguiente, que lo pinta de cuerpo entero:  …he sido el enemigo perpetuo de los tiranos; el defensor constante e incansable de las libertades públicas; el soldado del pueblo, cuya causa santa defiendo con entusiasmo…”. Ojalá entonces, la Historia oficial se acuerde, mucho más que hasta hoy en día, de su indeleble y ejemplar legado. 

  

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