Lo maravilloso de vivir en una población pequeña es que todos nos conocemos, y, por lógica, identificamos a los distintos personajes que descuellan a lo largo de la historia local, hasta la actualidad. No soy oriunda de la ciudad que habito, pero como si lo fuera, después de tantos años de vivir en ella.
De formas imperceptibles se van conociendo figuras e historias a través de palabras que construyen una propia identidad. Hay mucho que contar de ciudadanos grandes y pequeños en su quehacer, medición tomada a partir de su influencia en el grupo social.
En la historia no influye del mismo modo un presidente municipal que un jardinero; no es cuestión de demeritar al segundo. Es simplemente que, debido a su actividad, su radio de acción está más limitado.
Una persona trasciende en la medida en que imprime una marca de su paso por el planeta, de modo de dejar un mundo mejor cuando parta. Hace unos días murió en esta frontera Don Benito, un hombre sencillo al que se le miraba por las calles con su manada de callejeritos. La primera vez que detecté a Benito en mi radio de observación, el anciano tendría alrededor de cinco canes que lo acompañaban mientras él empujaba un rudimentario carrito de madera. Se dedicaba a recolectar y vender material reciclable. Ya más adelante cambió a una carriola donde acarreaba los residuos y algunas provisiones que los vecinos le entregaban para alimentar a sus perros, que en ocasiones llegaron a superar la veintena. Sus esfuerzos individuales fueron sumando voluntades de grupos de protección animal, veterinarios y comerciantes, que ponían su granito de arena para apoyar la incansable labor de Don Benito.
¿Cómo llegó a esta frontera? Tal vez nadie lo sepa, pero de que la marcó a través de su incansable labor, nadie lo duda. Sorprende que, siendo una manada numerosa la que atendía, no haya habido noticias de peleas entre los caninos de muy distintas razas y orígenes. Con toda seguridad la forma compasiva de tratar a cada uno de los animales permitía que la convivencia entre ellos transcurriera en forma pacífica.
Don Benito ha abandonado este plano terrenal. Los grupos animalistas se hallan promoviendo que un parque para animales lleve su nombre, lo que sería de elemental justicia, aunque sabemos que, si el viejo pudiera intervenir en la decisión, simplemente emitiría una sonrisa callada y seguiría su camino, afanado en su labor, para ahora dejar huellas en el cielo.
De mis lecturas de Rosa Montero que tanto disfruto, rescato un capítulo que habla sobre escritores que han caído en el olvido. Nos presenta una serie de ejemplos de autores que trascendieron por sus letras y que han cumplido con ellos mismos, aunque hoy en día se hallen prácticamente en el olvido. Ocasionalmente algún bibliófilo da con alguna de sus obras y esta cobra nuevo impulso para llegar hasta los ojos del lector de estos tiempos. Ello me lleva a razonar qué motor nos lleva a cada uno de los habitantes del planeta para realizar aquello que realizamos. Tal vez para muchos su labor represente, más allá de un modo de vida, la aspiración de trascender en tiempo y geografía. En ese punto la mercadotecnia llega a sorprendernos con ofertas que llaman a invertir dinero para convertirnos en estrellas de aquello que hacemos. Nos seduce con las palabras “popularidad”, “fama” o “inmortalidad”. Todo ello a cambio de una suma de dinero. Son vendedores de humo muy sofisticados que, por desgracia, abundan en la red y sorprenden a muchos incautos.
Frente a ello nos encontramos personajes como Don Benito, que se comprometieron totalmente con su tiempo, hasta –tal vez—dar la vida por cumplir su encomienda. Se ha especulado si el protector de animales tuvo un infarto secundario a hipotermia, dado que vivía en condiciones muy básicas, y este arranque de año, tiempo de su defunción, hemos cursado con bajas temperaturas. Nunca aceptó ser llevado a un refugio, argumentando que no podía dejar solos a sus perros.
Descanse en paz un buen hombre. Quede su testimonio de vida como una enseñanza de qué es lo que realmente dejamos a nuestro paso. Qué es aquello hacia lo cual hay que aplicarnos con toda pasión y esmero. Hacerlo por un compromiso personal con la vida, con nosotros mismos, con nuestros hijos. Lo demás… lo demás viene por añadidura.
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