“Esto es Mismaloya, en todo México no encontrarán nada que se le pueda igualar, es el jardín de la costa occidental”, afirma el reverendo T. Lawrence Shannon adentro de aquel autobús rebosante de mujeres religiosas en La noche de la iguana, la oscura, densa, sensual y sórdida adaptación cinematográfica de la aclamada obra del dramaturgo Tennessee Williams, dos veces ganador del premio Pulitzer (Un tranvía llamado deseo, La gata sobre el tejado de zinc), y quien fuera uno de los referentes de la literatura norteamericana del siglo XX.
En La noche de la iguana, Williams nos cuenta una historia colmada de sexo, traición y amor, en la cual un afligido sacerdote que ha colgado los hábitos, fungiendo ahora como guía turístico de un grupo de maestras de Corpus Christi, dirige una excursión por la costa del Pacifico mexicano hacia el hotel de su viejo amigo Fred Faulk. Aquí se entera de que él ha muerto y quien lleva ahora el parador es su jovial y desmesurada viuda, Maxine. Con un despliegue de pasiones prohibidas, bajo el candente sol del trópico y con una soberbia imagen en blanco y negro, conocemos personajes llenos de temores, fantasmas y extravagancias.
- Lawrence Shannon es un sacerdote retirado tras una crisis de fe; Maxine Faulk es la madura, visceral y atractiva propietaria del hotel donde transcurre la acción; Hannah Jelkes es una pintora gentil y amable, artista solterona ya cerca de los cuarenta; Charlotte Goodall, la más joven de la expedición, es una incitante y frívola muchachita que no cesa en sus intentos de seducir al reverendo complicando aún más su situación; y la señorita Fellowes es la típica mujer mandona que organiza el periodo vacacional de las guías del Bible College,a la cual le produce rabia el romance que sostienen la malintencionada jovencita y el clérigo Shannon.
Quince años después de El tesoro de la Sierra Madre, película filmada en Tampico en 1948, con Humprey Bogart en el rol principal, el gran cineasta y trotamundos John Huston, uno de los mejores directores en la historia del séptimo arte, volvió a México para rodar esta adaptación de La noche de la iguana. En el otoño de 1963 se inició la filmación. La película se rodó íntegramente en escenarios naturales, en los alrededores de Puerto Vallarta, que en esos años era un remoto y desconocido paraíso tropical. Un rincón, una aldea de pescadores conocida como Mismaloya, resultó ideal para instalar el deteriorado hotel en donde se lleva a cabo la trama. Al principio Huston tuvo que pugnar con Tennnesse Williams para filmar ahí, ya que este insistió en que se filmase en Acapulco, donde, se rumora, le había ocurrido una aventurilla inconfesable que le sirvió de fuste para aquel drama de culpas y deseos incontenibles. Pero afortunadamente, al viajar a buscar locaciones y conocer la región, el dramaturgo oriundo de Mississippi fue rindiéndose ante el encanto de aquella colina rodeada de selva tropical, de los caminos montañosos, de las cálidas playas azules, de la condición meridional del ambiente y de la panorámica imponente que Mismaloya poseía.
La crítica valoró positivamente la cinta, diciendo que John Huston adaptó con fidelidad la obra de Williams: una historia en principio sencilla pero que va revelando un mundo complejo, lleno de símbolos, siendo la elección del reparto uno de los principales aciertos: Richard Burton como el pastor anglicano T. Lawrence Shannon; Ava Gardner, quien está maravillosa en su caracterización de Maxine, ofrece con ésta la última gran actuación de su carrera; Deborah Kerr entrega uno de sus trabajos más memorables como Hanna Jelkes; y Suey Lyon (la Lolita de Kubrick) interpreta a una insaciable adolescente que destila sexo por cada uno de sus poros. Todos actores extraordinarios pero con personalidades temperamentales capaces de hacer saltar chispas en aquel entorno caluroso.
En declaraciones publicadas en la prensa, John Huston admitió haber reunido al elenco principal y a Elizabeth Taylor, la diva de los ojos violetas que por esas fechas gozaba de su ardiente romance con Burton, a lo que la prensa calificó como “el adulterio más famoso de la historia”. Cuenta la historia que Huston le entregó a cada actor una pistola Derringer con cuatro balas cada una, grabadas con el nombre de los demás. ”Richard Burton estaba acompañado de Liz, que todos sabíamos seguía casada con Eddie Fisher; Michael Wilding, su ex esposo, llegó para manejar la publicidad de Burton; Peter Viertel, el esposo de Deborah Kerr, que la acompañaba, había tenido un amorío con Ava Gardner, quien llegó con dos asistentes, dos gigolós mexicanos que la seguían siempre, donde quiera que ella fuese allí iban ellos dos; y Sue Lyon estaba celosamente custodiada por su novio y su madre”, confiesa el director. Pero no hubo menor incidente. “Todo el mundo esperaba el momento en que las pistolitas fuesen utilizadas. Nadie lo hizo y todo transcurrió en paz”, concluyó Houston.
La noche de la iguana situó en el mapa a Puerto Vallarta, que de pronto se llenó de periodistas y fotógrafos ávidos por obtener imágenes de las grandes estrellas presentes en el rodaje. Miles de ojos se posaron sobre lo que se proyectaría después como uno de los principales destinos turísticos del país, y la pareja Burton/ Taylor, así como la casa Kimberley, tuvieron mucho que ver en esto, ya que fue ahí donde la pareja vivió parte de su tormentoso romance. La llamaban Casa Kimberley porque su primer dueño había hecho fortuna con la prodigiosa mina de diamantes sudafricana. El lugar los enamoró tanto que Burton compró la casa para regalársela, en su cumpleaños número 32, a Liz, un mes antes de contraer nupcias. Se dice que el galés adquirió la soberbia residencia de tres niveles en cincuenta y siete mil dólares. En la actualidad esa finca que era un sitio obligado para turistas, se encuentra en el descuido absoluto, y al parecer sólo se conserva parte de la fachada original. Por su parte, John Huston al terminar la filmación, se quedó un tiempo a vivir en el estado jaliscience, en la selva, entre boas y mosquitos, 25 kilometros al sur de Puerto Vallarta, en una cabaña solitaria donde no se podía acceder sino en canoa.
A casi 60 años de aquella primera incursión de Puerto Vallarta como set cinematográfico, sabemos que La noche de la iguana desde un principio estuvo destinada a convertirse en un clásico de la historia del cine. “Cuando hago una película es simplemente porque creo que la historia es digna de ser contada” declaró alguna vez John Houston.
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