El proceso de sucesión presidencial para el sexenio 1940 – 1946 tuvo un serio aspirante. Para muchos era el idóneo para continuar con la obra de su entrañable amigo, el General Lázaro Cárdenas (hay quienes lo han elevado al rango de su mentor político e ideológico). Francisco Múgica (1884 – 1954) fue ministro de economía, luego de obras públicas en el período presidencial cardenista. Era de ideas socialistas, de la talla de un Felipe Carrillo Puerto, por ejemplo, y era visto por no pocos como un radical. También fue participante protagónico de la Revolución Mexicana, tanto en su etapa armada (llegó a rango de General) como en su época de evolución institucional en sus cimientos, donde fue Diputado constituyente del 17.
Sobre la administración cardenista se ceñía aún la pesada sombra del regreso de la guerra civil. De hecho a Cárdenas le tocó sofocar a la última asonada militar de verdadero riesgo al incipiente régimen: la del General Cedillo. Las facciones militares aún se creían todas con pleno derecho a la silla presidencial. Por si fuera poco, el mundo respiraba ya los pesados aires de una nueva conflagración armada a nivel mundial.
Por lo anterior, la figura de otro General revolucionario, don Manuel Ávila Camacho, cobraría gran relevancia. Fue secretario de la Defensa Nacional, logró el control y pacificación del sector militar del PRM (segunda y anterior versión al PRI) al apaciguar y serenar los ánimos de los aún poderosísimos jefes militares de toda la República, trabajo sin el cual muy difícilmente se habría solidificado la (tan larga) etapa pacífica y de progreso de la Revolución. Por si esto fuera poco, sobre Ávila Camacho recaía el apoyo del campesinado y de los obreros, organizados ya, los últimos, en la ya influyente CTM, acaudillada por Vicente Lombardo Toledano. A lo anterior habría que agregar que el General Múgica no contaba con la simpatía del grupo más relevante de gobernadores de México, encabezados por el joven veracruzano Miguel Alemán Valdés. Días antes de la convención nacional del partido, Múgica declaraba: “(…) no soy ni puedo ser popular, no puedo contar, entonces, con el apoyo oficial para mi candidatura…”. El 3 de noviembre de 1939, la convención partidista confirmaba al General Manuel Ávila Camacho, cómo el candidato oficial ungido.
Es de reconocerse el enorme talento político de Cárdenas ya que supo conciliar ejemplarmente las fuerzas y los intereses hacia dicho proceso histórico, sin prácticas, tan útiles posteriormente como el “tapadismo”, logró llevarlo a buen puerto, fungiendo como una especie de eficaz árbitro. Supo calibrar amistad, ideología y el destino de Nación en favor de este último. Como en toda su administración, fue pragmático cuando los tercos hechos se le imponían, como el muy poco exitoso manejo por parte de los trabajadores ferrocarrileros de dicha industria, conformados en cooperativa, a lo cual, dejó el trabajo de marcha atrás de vuelta a la administración por parte del Estado a Ávila Camacho, quien culmina el proceso a solo unas semanas de iniciado su mandato.
Múgica pudo ser presidente por su impresionante hoja de servicios a la patria, su perfil y trayectoria política, con convicciones del ala izquierda y de honestidad en el servicio público. Fue lo mismo pionero del reparto agrario, como de las primeras demandas a empresas petroleras extranjeras, que devinieron en la expropiación del sector en 1938, mas sus blasones no fueron suficientes, tanto por las circunstancias nacionales como por el más que efervescente clima internacional. Ante este panorama se sumó a la candidatura de Ávila Camacho en la que ya presidente, fue designado como gobernador del entonces territorio de Baja California Sur donde pudo volver a colaborar fraternalmente con su inseparable amigo, Don Lázaro Cárdenas del Río, al ser designado éste Comandante de la región militar del pacifico, ya bien entrada la guerra en la que México también tuvo participación, como Secretario de la Defensa Nacional.
Ya para los años 50 durante el alemanismo y por el claro giro a la derecha que daba el régimen revolucionario, Múgica forma, junto con otros constituyentes aún vivos, el partido constitucionalista. Su objetivo fue servir de contrapeso a políticas como la reforma al Artículo 27, que daba entrada, bajo la figura de “contratos riesgo”, a capitales extranjeros privados al sector petrolero. Lo que Múgica quizás no entendía era que dentro del mismo partido, ya de Estado, y su sistema, el mismo instituto de masas podía fungir como su propio contrapeso: en el sexenio siguiente, los contratos riesgo no se otorgaron nuevos, y en el de su sucesor, Don Adolfo López Mateos, una contrarreforma a la Carta Magna extinguía dicha figura, y no solo eso, también la industria eléctrica fue nacionalizada con éxito.
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