-“Nuestra época es una enorme guillotina”. Daniel Salinas Basave (1974), escritor mexicano.
Tener más de sesenta años en el siglo veintiuno nos da la oportunidad de contrastar realidades muy distintas que han ocurrido entre que nacimos y el presente, cuando maduramos. Entre esas maravillas está la tecnología de punta con todo lo que conlleva, bueno y malo.
En mi infancia los aparatos telefónicos residenciales eran de pasta, color negro, pesados y con disco. Se descolgaba el auricular después de haber timbrado el aparato un montón de veces, no como ahora que en poco tiempo se corta la llamada y nos manda a buzón. El teléfono de casa de mis papás era una combinación simpática de dígitos: 2 02 24. En esos tiempos ser propietario de una línea significaba tener acciones de “Teléfonos de México”. Recuerdo unas planas color verde pálido con perforaciones que permitían ir desprendiendo pequeñas secciones de éstas.
Para mí resultaba todo un misterio ver que mi madre recortara unas cuantas como si fueran pequeños cupones, acudiera al banco donde se las intercambiaban por dinero constante y sonante. Más de una vez habrá salvado mi santa madre aquellos pliegos de mis manos inquietas, que quisieron apropiárselos para jugar al “compra y vende” con mis muñecas. Volviendo a los medios de comunicación, las llamadas de larga distancia se hacían a través de operadora, ya fueran directas o por cobrar, de preferencia en la noche, cuando las tarifas eran menores. Tengo muy presente una memoria de mi infancia: en un período en que viví en Ciudad Camargo (Chihuahua), la casa tenía un teléfono de pared sin disco. Se pedían las llamadas locales por operadora. No pocas veces llegaban vecinos solicitando el uso del teléfono para alguna emergencia.
Pasamos de esos aparatos de fabricación burda a unos de plástico. Los colores se suavizaron, había grises, blancos y color crema; verdes y rojos. Más adelante, el disco giratorio fue sustituido por botones que se presionaban para marcar el número deseado. Apareció la larga distancia automática (LADA), y con los vaivenes políticos y económicos la telefonía se abarató, y dejó de ser tan costoso hacer una larga distancia. De ahí brincamos a los inalámbricos, que representaron una gran ventaja, y ya con la aparición de la telefonía celular a partir de la década de los noventa del siglo pasado, las cosas sufrieron cambios definitivos.
Las preguntas que nos hacen los “millennials” son lógicas para ellos: ¿cómo vivíamos nosotros en esos tiempos sin teléfonos celulares?; ¿cómo se avisaba dónde andábamos, o cómo nos comunicábamos para notificar que ya habíamos llegado? En realidad, cuando mis hijos atravesaron la adolescencia en el primer decenio de este siglo, ya había celulares, su uso era caro y restringido, pero era una tranquilidad saber que podíamos comunicarnos con ellos en cualquier momento. No había GPS ni todas las monadas que vinieron más adelante, como las redes familiares de comunicación, pero sí, el teléfono celular nos dio más opciones para estar en contacto. Pensándolo bien, también nos generó problemas que antes no hubiéramos acaso imaginado.
La llegada de los hipervínculos propios de la Web2 fue el gran salto cuántico en lo que respecta a la información. Desde mi equipo podía conectarme a un sitio en la red y de ahí a otro y a otro, hasta obtener los resultados deseados en mi búsqueda. Ello permitió explorar cambios de lo más diversos, desde cómo destapar un caño hasta cómo elaborar bombas artesanales. De repente comenzamos a sentir que el conocimiento más vasto estaba en la punta de nuestros dedos, y que podíamos volvernos expertos en los temas que procuráramos con ahínco. Ello ha derivado en la generación de eruditos de escritorio que suponen tener la respuesta a cualquier problema: Desde las grandes dudas existenciales del ser humano, hasta los efectos colaterales del recién surgido antiviral Paxlovid. En cuestiones médicas es grave dar por sentado que la búsqueda de respuestas en la red sustituye la preparación formal de un médico a lo largo de muchos años, lo que le coloca en posición de entender con fundamentos el mecanismo de la enfermedad, sus manifestaciones y posibles tratamientos, entre otras muchas cosas.
Hay que agregar un efecto deletéreo más: de forma paradójica la hipercomunicación ha provocado un mayor aislamiento. El individuo se coloca frente a su equipo electrónico y entra en contacto con infinidad de personas, pero a la vez se siente desamparado, sin un rostro amigable frente al cual expresarse y sin la tranquilidad de sentir un abrazo afectuoso. Los seres humanos nos convertimos en islas en la esfera emocional.
Cada época tiene sus atributos. Habrá, pues, que saber aprovechar las ventajas de la época actual sin desprendernos totalmente de los beneficios de épocas anteriores, en particular lo que tiene que ver con la comunicación cara a cara. Ningún equipo tecnológico nos proveerá de la empatía que necesitamos para vivir en óptimas condiciones.
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