La semana que recién termina estuvo en nuestro país la filóloga y escritora española Irene Vallejo, cuya obra El infinito en un junco, publicada en 2019 se ha convertido en una lectura obligada para todos los amantes de la palabra escrita. Joven, sencilla, de buen humor, narró los antecedentes que la llevaron a la integración de este libro de ensayos, cuyo objetivo inicial fue hablar del libro como objeto, para finalmente modificarlo y hablar sobre la función de los lectores. Su planteamiento inicial fue: En un mundo que privilegia los modos de comunicación alternos al libro: ¿serán los lectores una especie en extinción?
La escritora hace un relato autobiográfico que revela la importancia que tuvieron en su infancia, tanto las narraciones orales de su madre como los viajes en compañía de su padre a la biblioteca local de Zaragoza, su tierra natal. Ahí se sembró el germen de lo que más adelante sería el gusto por la investigación lingüística que la llevó a desarrollar estudios universitarios y de posgrado, así como a recorrer diversos claustros sagrados de la palabra, máxime cuando se propuso escribir este libro.
Una figura poderosa desde la que parte su narrativa es la de Alejandro Magno, oriundo de Macedonia, personaje que decidió trascender de diversas maneras. La más reconocida, tal vez, la fundación de la Biblioteca de Alejandría. Menciona Vallejo: “La lectura, como una brújula, le abría los caminos de lo desconocido”. Narra de una manera hasta humorística, cómo los intentos de Alejandro por acrecentar el acervo bibliográfico llevaron al surgimiento de timadores que improvisaron, entremezclaron o plagiaron obras existentes, para venderlas a sus mensajeros, cuya consigna era comprar lo que les ofrecieran, así pudiera ser falso.
Lejos del rigor del ensayo académico, Vallejo va trenzando datos duros con leyendas orales, dando por resultado una obra épica que se lee con gusto, sin percatarnos como lectores, de las lecciones que vamos adquiriendo.
Un punto que la escritora destaca es la forma como las bibliotecas, a través de la historia, pierden su carácter sagrado para volverse asequibles para la población. No se necesitan mayores credenciales para acceder a las bibliotecas locales, de modo que cumplen una función social para los habitantes de cualquier comunidad. Y es cierto, la emoción temblorosa que sintió la autora al conseguir el permiso para entrar a las grandes bibliotecas del mundo, y con sus manos enguantadas volver las hojas sobre las que algún día estuvo un consagrado plasmando su letra autógrafa, no es para todos nosotros. Seguramente ni sabríamos tener la preparación para percibir esa emoción como ella lo hace. Lo que sí, en las bibliotecas a las cuales tenemos acceso, hay incontables tomos esperando unas manos que los acojan y unos ojos que recorran gozosos sus líneas.
Irene Vallejo nos transporta a los inicios de la palabra escrita; la forma como fue plasmada en diversos materiales; la creación de palimpsestos, y finalmente la elaboración de libros cuya reproducción se llevaba a cabo de manera artesanal, mediante copistas. Surgieron además los traductores, quienes fundamentalmente volcaron al griego las obras más conocidas del Mundo Antiguo, entre ellas la Biblia y la Torá, consolidando –menciona ella—uno de los grandes sueños de Alejandro Magno: la universalización de la palabra escrita, más allá de barreras ideológicas. En la maravillosa Biblioteca creada por él, las ideas convivieron de manera pacífica y accesible.
A la muerte de Alejandro Magno se fueron dando cambios que llevaron lentamente hacia una forma primitiva de globalización entre Asia, África y Europa, fundamentalmente a través de la lengua.
Haciendo un símil con los asistentes a la Biblioteca de Alejandría, Irene Vallejo nos habla a nosotros, lectores del siglo veintiuno, para destacar que, cuando estamos inmersos en la lectura de un libro, nos hallamos en la habitación interior a donde concurren los expertos de todos los tiempos a ilustrarnos con su sabiduría. No en vano para Borges su concepción del cielo es una Biblioteca infinita, una especie de colmena dividida en espacios entre los cuales se puede discurrir a placer. Mi sentir es que nuestro Nobel de Literatura, Octavio Paz, perdió mucho del entusiasmo por vivir después de que su biblioteca personal resultó dañada por un incendio en 1996, poco más de un año antes de su muerte. Así de poderoso y universal el poder del infinito compartido entre todos nosotros, y que Irene Vallejo nos invita a leer en un maravilloso libro de gran valor, que ha sido reeditado en muchas ocasiones y traducido a decenas de lenguas.
Gracias a la Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística, AC por otorgarme los Reconocimientos al Mérito de la Producción Editorial y a la Difusión Histórica y Cultural
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