Que ya en mi quinto piso me den bastante flojera estos programas de Reality show no quiere decir que no sean relevantes y que como comunicóloga no me sienta sorprendía por el fenómeno social y mediático de la última temporada.
De joven fui muy fan del programa Big Brother, sobre todo de la primera emisión que me pareció un ejercicio interesante y genuino. La verdad es que la versión de semifamosos encerrados vigilados por cámaras y en transmisiones de paga atiborradas de anuncios comerciales sería lo último que vería, pero no que oiría en cualquier reunión, ni que de refilón en redes sociales me aparezcan todo el tiempo videos y chistes al respecto.
Queriéndolo o no la gran mayoría de los que nos mostrábamos indiferentes al suceso nos fuimos poco a poco enterando de qué era lo que sucedía en la supuesta casa. Si bien no pensé siquiera en contratar el canal para ver las transmisiones 24/7, al final de la temporada sí sabía quiénes eran los finalistas, pero sobre todo el tremendo impacto que la concursante Wendy Guevara causó en nuestro país.
Creo que puedo afirmar que fue un fenómeno nacional porque para ganar el famoso concurso ella obtuvo algo así como 130 millones de votos, generando una cifra histórica en la televisión global. Para ver la final este pasado domingo 80 millones de usuarios de redes sociales usaron sus cuentas para comentar algo al respecto y 21 millones de televidentes en Cadena abierta vieron la transmisión generando así un fenómeno nacional y mundial.
Si comparamos estos números con la participación ciudadana en las elecciones pasadas resulta irrisoria la diferencia, de la misma forma que el interés del público por ver este programa que cualquier otro evento público. Ningún político, líder religioso, artista o deportista ha logrado por sí solo algo similar.
Es un hecho que los Realitys generan siempre un interés particular, por morbo, por identidad, por voyeurismo o por curiosidad nos encanta observar a la gente, al parecer común y corriente, haciendo cosas comunes y corrientes como bañarse, comer, dormir o convivir con otras personas. Las productoras buscan siempre incluir en el casting o personajes polémicos que atraigan la atención de la audiencia y es así como han desfilado por estos programas personas atractivas a los ojos de los demás, ya sea por su físico, personalidad o historia, cuanto más si estos personajes gustan de las confesiones públicas, la exposición del cuerpo y las emociones o las declaraciones y comportamientos escandalosos.
Esta emisión fue, sin duda, muy exitosa por la participación de una mujer transgénero y eso es algo digno de comentar en una sociedad todavía muy cerrada y en la televisora menos incluyente. Algo que seguramente hicieron únicamente por rating resultó ser un fenómeno de tales magnitudes que, para mí punto de vista, se vieron obligados a apoyar y aplaudir un tema muy poco tratado y al que no tenían idea darían tanta visibilización.
¿La gente quiere de verdad un ambiente de igualdad en todos los ámbitos o fue solo la novedad del momento? ¿El resto de los integrantes de la casa habrían sido igual de amables si no estuvieran vigilados por cámaras 24 horas y su aceptación con el público dependiera de su actitud hacia los habitantes diferentes a todo lo que se acostumbraba anteriormente? ¿Estamos de verdad frente a un verdadero cambio y una nueva generación de reconocimiento y respeto a todo tipo de preferencia u orientación sexual?
Me llama particularmente la atención que en la misma semana en la que México se volcaba porque Wendy Guevara fuera la ganadora y todos aplaudíamos sus ocurrencias, su valor por luchar y defender su identidad, por enfrentar a una sociedad represora y nos conmovimos con su historia, estábamos escandalizados y no dejábamos de hablar sobre la sección de los nuevos libros de texto en la que se reconoce a la gente transgénero y transexual donde se menciona que algunas mujeres tienen vagina y otras pene, de la misma forma que hay hombres con pene y hombre con vagina y que su género responde a una preferencia, a una orientación y a una identidad más que a sus características biológicas. Dos temas que creo que coexisten pero no se tocan, lo que me deja dudando si de verdad estamos reconociendo la homosexualidad como un estado natural y tan digno como la heterosexualidad.
Ojalá sea el inicio de una nueva era de reconocimiento y respeto en la que dejemos de ser víctimas de prejuicios y aprendamos a respetar las diferencias que nos hacen humanos.
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