Conocer, conocernos

La literatura nos permite conocernos desde una lectura marginal a sus protagonistas, humanos como nosotros, libres del peso moral del manual  de autoayuda.

23 de noviembre, 2021

Las caravanas migrantes se han convertido en un problema con múltiples aristas. En primera instancia, es un conflicto internacional.  Los grupos de Centroamérica o Haití se dirigen a los Estados Unidos, son detenidos en México y el problema se convierte en nuestro, tanto por la estadía de estas caravanas que rebasan con mucho los presupuestos anuales destinados a migración, como por la irritación de los viajeros que genera encono contra ciudadanos mexicanos. 

Entonces, se trata de actuar humanitariamente, pero salvaguardando la integridad de nuestro país y sus instituciones. Se trata de entender la problemática que lleva a familias con niños a dejar todo atrás en búsqueda de una tierra que ofrezca mejores oportunidades, pero está más allá de nuestras manos resolver un problema tan complejo. Por desgracia, en los procesos migratorios actuales, quienes dejan sus países de origen, lo hacen con muy poca información documentada. Son más bien eventos anecdóticos de un migrante que logró recorrer todo el camino y vivir para contarlo, y que ahora está ubicado en algún estado de la Unión Americana ganando dólares.  Mujeres con bebés de brazos, así como niños de edad escolar, muchas veces sin la compañía de un adulto, se lanzan en aquellas caravanas que yo me atrevería a llamar “de la muerte”, persiguiendo una quimera.

Los ciudadanos que contamos con un nivel académico promedio, que nos permite escudriñar las condiciones que llevan a estas personas a lanzarse a la aventura, entendemos que detrás de ello hay realidades socioeconómicas que los llevan a hacerlo, y que, si volvieran a nacer en iguales condiciones, lo volverían a intentar. Una cosa es entenderlo con la razón y otra muy distinta es desarrollar empatía hacia su causa. La diferencia entre una y otra percepción de las cosas es muy simple: tengo empatía el día que entiendo lo que percibo desde la realidad del otro, de manera de concluir que, si yo estuviera en sus zapatos, actuaría de la forma como él o ella están actuando. 

Termino de leer una novela corta de Tobías Wolff intitulada Ladrón de cuarteles.  Es la historia de tres cadetes en preparación, a inicios de la Guerra de Vietnam. Arranca presentando una situación que los pone a todos en riesgo gravísimo de muerte, algo que ellos no saben, y que vienen a descubrir hasta mucho más adelante.  Lo hacen por órdenes superiores, y de alguna manera ese hecho aislado con el que abre la historia los va a hermanar, aunque tardarán en entenderlo.  Poco a poco nos vamos adentrando en la trama para descubrir los orígenes de cada uno de los protagonistas, el presente que están viviendo y el futuro que el autor vislumbra para  ellos a partir de la última decisión que toma cada uno al momento de terminar la trama. El título de la obra proviene de la forma de actuar de uno de ellos que necesita dinero de manera continua para cubrir una necesidad personal.

En este andar asomándonos por los entresijos de la anécdota que avanza, es como el autor nos presenta realidades crudas que los tres personajes deben de enfrentar, primero desde casa, luego en el tiempo de preparación y finalmente al momento de ser llamados a filas. El autor nos hace ver que la vida no está escrita en blanco y negro, y que son múltiples las razones que nos llevan a actuar de uno u otro modo a lo largo de nuestra existencia.

En lo particular siento cierta aversión hacia los libros de autoayuda.  Lo primero que me salta es la intención del autor, como dando una receta de cocina que funciona igual para todos.  Lo segundo es que, a pesar de las destrezas sintácticas con que se maneje la obra, el mensaje que se cuela entre líneas es “te voy a enseñar cómo resolver un problema, partiendo de que tú no sabes hacerlo y yo sí”.  La literatura formal nos plantea una historia muy humana, con personajes igualmente muy humanos, con quienes nos podemos sentir identificados, y aun cuando no hayamos vivido en las circunstancias en que la historia narra que ellos viven, conseguimos hallar el punto en el que su vida y la nuestra se tocan.  La historia subterránea con sus propios mensajes se va desarrollando, pero sin ese ámbito de aula escolar. Llegamos a conocer tan bien a los personajes, que nuestras emociones se disparan cuando leemos  lo que hacen o dejan de hacer, y en ocasiones, hasta nos adelantamos a adivinar cuál será su siguiente paso, o cómo van a reaccionar ante determinada situación.

Un buen libro te atrapa.  Un amigo de años atrás acaba de perder a un entrañable compañero de lides literarias. Su consuelo fue compartir un libro de Eduardo Halfon intitulado Duelo.  En sus líneas conocemos la voluntad del protagonista para descubrir una historia familiar casi olvidada, que sigue prendida a él por una fotografía en blanco y negro de un niño pequeño. La historia nos va llevando a lo largo de tres generaciones por diversas geografías y modos de pensar hasta invitarnos a descubrir cómo hay situaciones que se repiten de tiempo en tiempo, y que por nuestra sola condición humana van a terminar formando parte de nuestra propia vida.  Al final  la trama va tomando una curva que no deja de sorprendernos y a la vez de alarmarnos, hasta que termina por suceder lo que veníamos anticipando que sucedería.

Leer: Una deleitosa manera de viajar; de conocer y conocernos.  De entender que los problemas humanos, finalmente, son comunes a todos.

 

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  Ahí fue donde empecé a sentir que había algo mal, pues Bernardo no actuaba de forma normal, y era incapaz de pensar en el futuro. Hasta decir “mañana” le resultaba difícil. Pero seguimos adelante. Y un día en que Bernardo no llegó, al abandonar la tumba de mi mamá me fijé que en la tumba de al lado decía “Bernardo Manjarrez, hijo amadísimo y ausente”. Entonces lo comprendí todo de golpe: Bernardo estaba muerto. Me fijé en las fechas que estaban en la tumba; y, efectivamente, Bernardo tenía 20 años de muerto. No sé cómo no me desmayé allí mismo. Pero me senté (Al lado de su tumba, por cierto) y pensé que Bernardo me había oído lamentarme mucho de mi suerte, de mi vida entera y, sobre todo, de la falta de amor; y decidió venir a hacerme vivir un poco. Fue muy poco en tiempo, pero una inmensidad en sentimientos, en gozo, en felicidad. Y di gracias a Dios por haber permitido esa leve infracción a sus leyes, Y volví a casa con el corazón regocijado y sintiéndome más feliz que nunca. Y ahora, cuando voy al cementerio, rezo ante las dos tumbas”. La Mocha tardó en contestarle. Y cuando lo hizo, le dijo: “En verdad que debes sentirte agradecida porque, haya sido como haya sido, pudiste vivir todo lo que te había faltado. No busques explicaciones, y confórmate con haber sentido todo lo que sentiste”. Todavía hablaron mucho rato, pero yo ya no las escuché, porque estaba muy impresionado de constatar lo que ya antes había pensado, tal vez inconscientemente: que la gente de este mundo vive para y por el amor, y eso es algo que vale la pena. Espero que encuentres esta historia interesante. Te quiere Cocatú  

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  Lo primero que me llamó la atención fue que todas las noches, el señor decía “Hoy voy a dormir con B”. O con “A”, porque ellas parecen no tener nombre propio. Y se encierra con la que haya elegido en la recámara. La que no goza del favor del señor esa noche se va a dormir temprano, se encierra y se pone unas orejeras, porque en la recámara principal se oye un escandalazo que no sé cómo los del 17 o del 19 no se han quejado. Yo estaba muy intrigado; pero el otro día llegó el del 19 bastante achispado y se quiso meter al 18 creyendo que era su vivienda. Como la llave no abría, buscó una ventana entreabierta, la encontró y se metió a la recámara secundaria. Al ver la cama vacía y sin deshacer, salió a buscar su recámara, y encontró a los tres en la misma cama, retozando alegremente. No sé lo que pensaría de su esposa, pero se puso a gritar, a golpear los muebles y a encender todas las luces. Eso hizo que se levantaran los tres (Y también los de las viviendas vecinas), y los echó al pasillo, insultándolos a más y mejor. Pero cuando se dio cuenta de que entre ellos no estaba su esposa, se enojó todavía más. Pero entonces, todos los vecinos se dieron cuenta de las relaciones que tenían los tres infractores; y varios empezaron a recriminarlos por esas costumbres libertinas de que un hombre tuviera dos mujeres (como si el del 37 no tuviera dos o tres. Aunque eso sí, cada una en su casa). Al rato ya estaban todos los vecinos levantados, comentando con indignación el asunto. Pero entonces, el del 18 se defendió. Y lo primero que hizo fue decir que cada quien  era el dueño de su cuerpo, y que podía hacer con él lo que le diera su regalada gana; que si antes tener relaciones con alguien de su mismo sexo era poco menos que inconcebible, ahora ya tenían hasta permiso de casarse; o que ya era común que algunos se cambiaran de sexo o que ejercieran de una cosa y luego de la otra, y que si ellos querían hacerlo los tres juntos (o en montón), tenían todo el derecho a hacerlo. Ahí, muchos no supieron qué decir (sobre todo, las viejas). Pero cuando “A” dijo que también ya se valía que una mujer estuviera con dos machos, los hombres empezaron a gritar y a manotear más que ellas y afirmaron que eso no podía ser, que el hombre es quien tiene el papel dominante en eso, y que no iban a permitir que ellas estuvieran con dos hombres, ni juntos ni separados. Y el del 18 insistía en que ahora estaba admitido que se hicieran cosas que antes eran impensables. Y se hubieran estado discutiendo hasta el amanecer, de no ser porque el portero llegó con dos o tres guaruras y los mandó a dormir. Pero al día siguiente envió a todos sus guaruras a decir a los del 18 que se fueran cuanto antes, “no les fuera a pasar algo”. Y sí. Se fueron. Pero dejaron en la pared del comedor un letrero que decía: “Íbamos a dejarles unos graffiti, pero no vale la pena ni molestarse”. El portero ordenó borrarlo, y los vecinos no esperaron que se los dijeran dos veces, y lo borraron antes de que los niños pudieran leerlo. Por eso estoy inquieto, porque hay mucho de hipocresía en la actitud de los vecinos ; pero no puedo dejar de pensar que, en el fondo, tienen razón. Te quiere Cocatú  

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CARTAS A TORA

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