Querida Tora:
El otro día pasó algo en la vecindad que es de risa loca, si no fuera porque pudo acabar en tragedia. Ahí te va la historia.
En el 48 vive un matrimonio muy bien portado, que no se mete con nadie. Saludan a todo el mundo, pero no andan de chimiscoleros (por no decir chismosos) con los demás. Y en el 49 (O sea, juntito) vive una señora casada, pero coquetona, una señora que se exhibe todo lo que puede (y puede mucho), y que le encanta que le digan piropos (decentes o malcriados, le da lo mismo). El marido lo tolera, o a lo mejor ya está cansado de pelearse con todo el mundo, y prefiere dejarla.
El caso es que la del 49 se quejó el otro día con sus amigas (todas las viejas de la vecindad) que el del 48 no le echaba ni un lazo (comprendes, ¿verdad?), y ya no sabía qué hacer para que se fijara en ella. Entonces la del 51, que es muy entrometida, le dijo que le iba a ayudar a vengarse de él.
¿Y qué crees que hicieron? Consiguieron el teléfono de la señora del 48 y le llamaron. Y la del 51, tratando de fingir la voz (muy mal, por cierto) preguntó por el señor. Y cuando la señora contestó que no estaba, ella le dijo que le dijera que lo esperaba en la tarde en el parque “para ir después a refocilarse al hotel”. Y colgó enseguida. ¿Tú crees? Y las dos, a risa y risa. Eso fue lo que las perdió.
La del 48 salió al pasillo hecha una furia, que ni siquiera la reconocías, y empezó a preguntar a gritos quién era la desgraciada que le quería quitar a su marido. Todas las viejas salieron enseguida, alarmadas. Y la del 48, pregunta que pregunta. Y nadie le contestaba. Pero en eso oyó las risas que salían del 51 y fue hacia allá, caminando despacito para que no la oyeran, y le parece reconocer la voz de la mujer que le había hablado. Escuchó con más atención, y se convenció de que era ella. Entonces, que abre la puerta de una patada y entra pidiendo que saliera la desgraciada esa. Las dos chismosas se quedaron blancas, espantadísimas. Y la del 48, gritando a más y mejor, con todas las viejas detrás, unas llorando y otras gritando también. Y de pronto saca de su delantal una pistola. No sabes el griterío que se armó, y el corredero de viejas por toda la vecindad. Subieron los guaruras (todos, con el más bonito al frente, para impresionar). Pero la del 48 les plantó cara y disparó dos veces (estos sí eran balazos, no chinampinas). Entonces, el corredero fue de guaruras, que llegaron a la portería en menos de lo que te lo cuento y se metieron debajo de la cama. Afortunadamente, el portero había salido y no se metió en el ajo.
El escándalo seguía en el pasillo de arriba, pero en eso salió el señor del 48, muy tranquilo. Fue hasta su esposa y le dijo que se calmara, que, como podía ver por las caras de las culpables, todo había sido una calumnia, pues él ni siquiera les hablaba. La señora se echó a llorar, y tuvieron que llevarla a su vivienda dos vecinas, pues ella no podía ni caminar. Entonces, el del 48 pidió perdón a las afectadas, les dijo que su esposa era muy nerviosa, que lo quería mucho, tal vez demasiado, y no soportaba la idea de que pudiera traicionarla. También dijo que era muy impulsiva, y que por eso ya habían tenido problemas en otras vecindades donde habían vivido; pero que él les prometía que la cosa no se repetiría. Y se fue a su vivienda.
Todo el día se habló del incidente en la vecindad, aunque la señora del 48 no volvió a salir. Y cuando por fin lo hizo, unos días después, iba muy modosita, sonriendo y saludando a todo el mundo. El marido iba a su lado, sonriendo también. ¿Pero sabes lo que hizo? Darle a la mujer un fuerte sedante para que se portara bien, y así la ha tenido desde entonces.
Pero no creas que la cosa se arregló tan fácilmente. La del 49 y la del 51 tuvieron sendos derrames de bilis, y exigieron que el del 48 les pagara el tratamiento. El señor accedió, y las llevó con un doctor amigo suyo (que, por lo visto, ya estaba acostumbrado a esa situación), que les recetó un tecito de no sé qué y las mandó a su casa. Pero las dos viejas ya ni se le acercan a la del 48 “por si las moscas”, dicen a cuantas quieren oírlas (que son muchas).
En fin, que la cosa no pasó a mayores. Pero le dio un rato de “folklore” a la vida en la vecindad, ¿no te parece?
Te quiere,
Cocatú
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