CARTAS A TORA: 275

Cocatú, un alienígena en forma de gato, llega a vivir a una vecindad de la CDMX. Todos los días le escribe cartas a Tora, su amada, quien lo espera en una galaxia no muy lejana.

22 de julio, 2022 CARTAS A TORA

Querida Tora:

Hubo un asesinato en la vecindad. Todos lo presenciamos, pero no nos dimos cuenta. ¿Quieres saber cómo pasó eso? Aquí te va la historia.

En el 62 vivía un matrimonio de mediana edad, que se llevaban muy bien. Pero al 63 llegó a vivir una mujer más joven y bastante apetitosa (para los estándares de cierto tipo de hombres), y la vecindad se alborotó. Pero ella no le hizo caso a nadie. O eso creíamos todos.

La recién llegada se hizo muy amiga de su vecina del 62, y todo el día estaba en su vivienda. O viceversa (si no sabes lo que eso significa, búscate un buen diccionario). En realidad se hizo más amiga del marido que de la esposa, pero no nos dimos cuenta al principio. Y lo que tenía que pasar, pasó. Pero nadie se dio cuenta tampoco, porque supieron ocultarlo muy bien.

Luego, un día le dijo el marido a la esposa que estaba engordando un poco. La pobre se sintió la mujer más desdichada del mundo, y corrió al 62 en busca de ayuda. La amiga le dijo que no se preocupara, que hiciera una buena dieta. ¿Cuál? Le aconsejó una que consiste en comer solamente plátanos con crema. Esas son cosas engordadoras, pero le dijo que la combinación de los dos producía una substancia que quemaba la grasa del cuerpo. Y ahí estuvo la mujer, comiendo plátanos con crema todo el día y toda la noche. Pero lo que tenía que pasar, pasó (otra vez), y la mujer engordó unos kilitos.

Nuevo llanto, nueva dieta. La de la luna llena, que consiste en comer un poco de todo únicamente las noches de luna llena, totalmente desnuda, iluminada por los rayos del “astro de la noche”, como la llamó la del 62. Y allá va la del 63 a la azotea; pone un mantel en el suelo, distribuye los platos y se quita la ropa.

¡La que se armó! Los ninis se alborotaron toditos y se amontonaban en las rendijas de sus chozas para ver a la del 63, que no hacía nada más que comer parsimoniosamente. Pero conoce a los hombres, y en cuanto sentía algún movimiento cercano, sacaba la pistola del marido y disparaba. (Y éstas no eran chinampinas, como las de los guaruras). Se estaba en la azotea las dos horas que le recomendó la amiga que se bañara en los rayos de la luna, y se volvía a su vivienda, dejando a los ninis hundidos en su frustración y sin manera de darse duchas frías a esas horas. Pero como estaba desvelada, dormía casi todo el día siguiente, y la dieta no le funcionaba correctamente.

Después le recomendaron otra que consiste en no tomar durante una semana nada más que un refresco negro que se vende embotellado (no menciono la marca, porque no te dice nada). Eso era infalible, afirmó la amiga, contundente. Pues la mujer se compró una buena provisión de refresco y se estaba todo el día tomándolo. Pero lo único que logró fue que le diera asco el sabor, y se la pasaba vomitando. Vas a decir que eso la hacía perder peso. Sí, pero muy poquito, y no valía la pena el esfuerzo.

Por fin, la amiga le dijo que no le quedaba más remedio que dejar de comer totalmente. Que ya sabía que eso era muy difícil, pero era cuestión de unos días y luego ya podría comer normalmente. Pues la del 63 le hizo caso, y no probó bocado en una semana. Al cabo de ese tiempo sí bajó tres kilos, pero tenía que apoyarse en las paredes para caminar, porque estaba muy débil. Pero como el marido le dijo que “se estaba poniendo muy buena”, se pasó quince días más sin comer. Los perros no la perseguían en la calle porque ni asomarse a la puerta podía, pero ella estaba feliz porque había recuperado el amor de su marido. Es cierto que el hombre se mostraba muy cariñoso con ella y la llenaba de halagos; pero ella estaba cada día peor. Y, al fin, se murió.

El marido llenó varias cubetas de lágrimas, ayudado por las vecinas. Y al velorio fueron todos, incluyendo al portero y a la Flor. Y los guaruras se turnaron para poder asistir, pues también estaban impresionados por aquella mujer que, según dijo la señora del 34, “había muerto por amor”. Pero yo te diré la verdad: la mujer murió por idiota.

No te enojes. No soy insensible. Pero me da coraje que la del 63 fuera incapaz de darse cuenta de que todo fue un plan elaborado por el marido y la del 62 para quitarla de en medio sin matarla con sus manos. Yo lo supe porque oí a los criminales celebrar el éxito de su plan acostándose sobre el féretro de la difunta. Y la del 62 dijo que había cedido a la tentación tres o cuatro veces mientras la del 63 vivía, pero que no le gustaba vivir en pecado y le pidió matrimonio al viudo. Y se casaron. Y vivieron felices hasta que él empezó a echar panza, y ella le recomendó la dieta de la luna menguante para recobrar su primitiva esbeltez. Él fue más listo que su difunta, y se fue de la vecindad. No se volvió a saber de él.

Para que veas las consecuencias del miedo excesivo a la gordura.

Te quiere

Cocatú

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