Querida Tora:
La señora del 9 es una mujer que debe haber estado muy bien en tiempos pasados y que, aún ahora, conserva muchas costumbres de entonces. Muchas veces se ha quejado de que el patio de la vecindad está muy sucio, y se lo ha dicho al portero. Pero éste le contesta (de mala manera, por cierto), que los empleados de limpieza no se dan abasto y que, si no le gusta, que haga lo que quiera (suena muy majadero, ¿verdad? Pero así es el portero).
Total, que la señora se ha puesto a limpiar la parte del patio que está frente a su vivienda, y todos los días lo lava con agua y detergente. Hace tan buen trabajo, que ya muchas señoras han empezado a hacer lo mismo, y el patio empieza a verse mucho mejor, la verdad sea dicha. Pero las señoras se ponen a hablar, y dicen que eso debían hacerlo los empleados de limpieza, que para eso pagan la cuota de mantenimiento; y un día fueron a exigirle al portero que cumpliera con esa obligación. ¡Pero bueno es el portero para oír quejas de los vecinos! Les dijo (de muy buena manera, porque eran muchas señoras y a esas sí les tiene miedo cuando le llegan en montón) que iba a estudiar el asunto, que le dieran unos días. Las señoras se retiraron, esperando la respuesta lógica a su petición.
El portero se puso a cavilar cómo salir del problema. Porque pedir a los empleados que lavaran el patio a conciencia nomás no se iba a poder. Eso lo había decidido desde el primer momento, porque ¿cómo se atrevían esas viejas a exigirle que hiciera cosas que él no había inventado? Pero no se le ocurría nada, y ya no podía ni salir de la portería, porque siempre había alguna vieja que se acercaba a preguntarle cómo iba “su asuntito”. Pero un día, la suerte le ayudó (o eso fue lo que él creyó).
Fue muy temprano, que el señor del 18 salió corriendo porque se le hacía tarde para el trabajo, y al pasar frente al 9 la señora estaba lavando el patio; el hombre se resbaló y cayó sentado (Afortunadamente, porque por esa parte está muy bien protegido). No le pasó nada, y todo se redujo al susto. Pero el portero vio la solución a su problema, y llamó a uno de sus guaruras (uno que es un poco menso. Creo que ya te he hablado de él); y le dijo que al día siguiente pasara frente al 9 cuando la señora estuviera lavando el piso, que se cayera y se lastimara DE VERDAD (así, con mayúsculas, recalcó).
Dicho y hecho. El muchacho pasó frente al 9, se ”resbaló” y cayó. Pero se levantó inmediatamente, sonriendo y diciendo “que no le había pasado nada”. El portero lo llevó a la portería, lo nalgueó y le dijo que la orden era lastimarse DE VERDAD. El muchacho dijo que eso no era posible, porque su mamá lo había alimentado siempre muy bien, y que era muy sano. El portero le dijo que a ver cómo le hacía, pero que se tenía que romper una pierna (por lo menos).
Y allá va el muchacho el día siguiente. Repitió el numerito y empezó a gritar que estaba lastimado. Lo llevaron a la portería; pero en cuanto entró, saltó y se puso en pie, diciendo que su mamá le había dado siempre mucho calcio, y que tenía los huesos muy duros. Entonces el portero dijo a los otros guaruras que lo agarraran “muy bien”; cogió un martillo y se dispuso a partirle la pierna en dos o tres pedazos. ¿Y qué crees? Por primera vez, los guaruras dijeron “No” y se colocaron entre los dos. Al portero por poco le da un ataque de… No sé de qué, pero de algo; y se le quedaron los ojos en blanco. Y aprovechando ese momento, el guarura mayor le dijo que no era necesario partirle la pierna a su compañero, que le pidiera a la enfermera que se la enyesara, y todos dirían que la tenía rota.
Al principio, el portero no quería (porque siempre se ha de hacer su voluntad, hazme el favor): Pero bastó que le dijeran que así le saldría más barato, porque sólo iba a gastar en el yeso, y no en medicinas, para que aceptara. Y en cuanto estuvo el muchacho enyesado lo sacó al patio a exhibir, y dijo a la señora del 9 y sus “secuaces”, como las llamaba cuando no lo oían, que era muy peligroso lavar el piso con agua y detergente; y que si querían ser limpias, que aprendieran a barrer bien y a desmanchar el piso con algún quitamanchas de frotamiento.
Y así lo están haciendo las señoras ahora. Y mira que les cuesta trabajo desmanchar las losas del patio. Pero ya no quieren vivir en la porquería, según han proclamado a los cuatro vientos. Pero al portero, eso le importa un pepino.
Vamos a ver si el asunto no tiene consecuencias.
Te quiere
Cocatú
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