Escribir es comunicar, conservar, compartir y disfrutar, entre muchas otras cosas. En lo personal resulta un deleite muy gozoso instalarme frente a una superficie receptora para volcar por escrito mis cavilaciones respecto al mundo. Hace algunos meses tuve un problema agudo y muy grave de salud, que me llevó a permanecer hospitalizada durante una semana y a continuar con medicamentos en casa, al menos por un año. En la medida en que me fui reincorporando a mis actividades habituales, descubrí que mi letra manuscrita, aprendida en primaria bajo el método Palmer, había perdido su fluidez, tanto que, si escribo rápido, ni yo misma logro interpretar lo que puse. Espero que sea algo transitorio, mas si no fuera el caso, para mi fortuna la tecnología me permite seguir expresándome de forma clara, lo que finalmente busco al escribir.
Viene a mi mente la idea de abordar, justo ese recurso tecnológico, con sus diversas aristas: hay programas que permiten al usuario escribir, corregir y traducir, aparte de muchas otras monadas. Y a partir del desarrollo de plataformas digitales, asimismo es factible publicar. Al menos para una editorial de renombre a nivel mundial, puede tener acceso el mismísimo Haruki Murakami para publicar una obra nueva, que algún “chavo” que busca expresarse y ganar reconocimientos, y en el mejor de los casos, vender su obra. Las plataformas suelen dejar el trabajo de edición al propio usuario en su calidad de autor; su borrador pasa de los documentos que fue recopilando para organizar un libro, a la estructura de “libro digital”. No media un trabajo formal de revisión que permita garantizar un nivel de calidad superior, o tal vez ni siquiera el necesario para aproximarse a integrar textos limpios y congruentes.
En alguna ocasión escuché decir al gran maestro de novela Imanol Caneyada —cito de memoria, con el sesgo que ello implica—, Un joven que se acerca a mis talleres diciendo “quiero ser escritor”, no viene dispuesto a aprender a escribir. Dicho de manera tan clara, es igualmente aplicable a la publicación, habrá muchos que por autopublicarse en redes ya sienten poder codearse con escritores de la talla de Pérez Reverte. No es el hecho de escribir; no es el hecho de publicar; no es el hecho de recibir aplausos por hacerlo. El oficio de escribir es un compromiso personal de superación a través del tiempo y de la preparación. Consiste en invertir lo necesario en leer autores, aprender técnicas y ensayarlas una y otra vez. En el caso de poesía y narrativa, aparte de todo lo anterior se debe trabajar haciendo malabares con la emoción, hasta volver entrañable una historia. Ello se aprende a través de la sencilla tarea de aplicarse. O como dice el maestro Bernardo Esquinca cuando le piden cinco consejos para escribir mejor. Con cara por demás seria comienza a enumerarlos: número uno, leer; número dos, leer; número tres, leer; número cuatro, leer y finalmente, número cinco, leer. Esto es, nadie nace siendo escritor; al momento de escribir no estamos como náufragos en una isla, ni tenemos el saber pleno en nuestras mentes. Poco recomendable querer transitar la ruta solos; habrá que acercarse al que va delante y aprenderle, en actitud de sabia sencillez.
Todo quehacer en esta vida demanda preparación: unas veces formal, otras tantas a través de la práctica, pero en todo momento una capacitación que nos lleve a hacer las cosas hoy mejor que ayer, y mañana mejor que hoy. En lo personal hallo la palabra escrita un asunto muy serio, pues se queda plasmada para siempre. Después de publicar podrá haber en nosotros un cambio de opinión, pero para entonces, lo dicho inicialmente bien pudo ir a impactar la vida de un lector, quien asumió lo que no quisimos decir, o que expresamos mal la primera vez. Una responsabilidad aún mayor existe, cuando terceros, como espacios periodísticos, publicaciones digitales, o instituciones culturales confían en nosotros, al punto de permitirnos dar a conocer lo propio dentro de sus espacios.
Para cerrar la reflexión: El acceso a la tecnología digital representa grandes beneficios, como lo es para mí en estos momentos: frente a mi pobreza manuscrita, la maravilla del teclado. Por otra parte, la tecnología encierra grandes retos para el espíritu: Habrá pues que cuidarnos del riesgo de ir a diluir nuestra esencia humana en la cacería de signos de aprobación. En este caso concreto, revisar de manera crítica lo que publicamos antes de lanzarlo al mundo: hacerlo una y otra vez a la luz del conocimiento, hasta asegurarnos que estamos diciendo lo que queríamos decir, de la mejor manera. En palabras de Simone de Beauvoir: Escribir es un oficio que se aprende escribiendo.
CARTAS A TORA 370
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