Arte, identidad y dignidad

Desde hace unos días no me abandona la imagen y la voz de Miriam Makeba, Mamá África, la voz de la liberación de Mandela, la testigo implacable en los juicios y la resistencia contra el apartheid, la...

27 de octubre, 2020

Desde hace unos días no me abandona la imagen y la voz de Miriam Makeba, Mamá África, la voz de la liberación de Mandela, la testigo implacable en los juicios y la resistencia contra el apartheid, la madre de una cultura que vino a renacer para llenar de riqueza un país sometido por el oprobio, el desprecio y la destrucción. Hace apenas unos días, Pablo Raphael me invitó a participar en la mesa “Buenas prácticas sobre patrimonio cultural, derechos colectivos y propiedad intelectual” dentro del Foro “México Creativo, Desarrollo Cultural Sostenible” que realizó la Secretaría de Cultura. El encuentro fue con Natalia Toledo, Subsecretaria de Diversidad Cultural; Susana Harp, Senadora; Tihui Campos, miembro de la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas; Nancy Clara Vásquez García, cofundadora del colectivo “AÄts hilando caminos”; y Porfirio Gutiérrez, artista textil zapoteco y promotor cultural. Desde luego que acepté. La invitación venía a cuento con mis reflexiones porque lo que se ponía a discusión es mucho más que la mirada contemporánea del Derecho de Autor sobre las obras de las culturas populares; de lo que se está hablando es de un tema fundamental de igualdad. La melodiosa voz de la Makeba me recordó hasta dónde se llega por la dignidad y por el deseo de libertad y respeto;  Zenzi, como la llamaban cariñosamente los suyos, me decía: habla sobre Soweto, ahora es cuando, luego es siempre demasiado tarde.

Cuando en 1954 el apartheid tomó su forma definitiva dentro del marco legal sudafricano, Sophiatown, un pequeño pueblo donde se conservaban ciertas libertades y se congregaba el movimiento cultural negro al amparo de aliados de las iglesias y de la comunidad británica, se convirtió en uno de los primeros objetivos de los afrikaaners que se habían hecho con el poder absoluto; por un lado, al considerar al barrio como la muestra de la degradación moral y social a la que conducía la convivencia interétnica y, por el otro, al considerarlo también el ejemplo de lo que los anglos podían hacer en Sudáfrica si se les cedían algunas parcelas de poder aún fuera de las estructura del gobierno. La destrucción de la pequeña urbe debía ser ejemplar y aleccionadora. La ley establecía que entre los barrios blancos y los negros debían mediar quinientas yardas de terreno desierto. Para lograrlo, toda la población fue desalojada. A los blancos se les otorgaron varios días para reubicarse; a los negros se les expulsó en una especie de deportación hacia el oeste donde debieron edificar un barrio precario, sin servicios y desde luego, sin música ni cultura. Aquel South West Township fe conocido como Soweto y durante décadas fue el signo de la marginación, la violencia y el oprobio que prohijaba y nutría el régimen de la segregación.

Soweto sería escenario habitual de la represión y el abuso. El apartheid, que había nacido como un mecanismo de segregación, evolucionó para transformarse, con los años, en un cruel instrumento de genocidio cultural. En 1976, el gobierno decretó que en todas las escuelas sudafricanas solo pudiera utilizarse el afrikaans como lengua de enseñanza, suprimiéndose el inglés y todas las lenguas nativas. Para los africanos resultaba no solo letal para sus culturas, sino también una humillación cotidiana tener que aprender y utilizar la lengua de los opresores. Cuando el decreto entró en vigor, salieron a las calles de Soweto más de 15 000 niños y adolescentes para protestar por la medida. De inmediato, la policía tomó la población y en una sola tarde alucinante abrió fuego sobre la masa infantil y asesinó a casi setecientas personas, la gran mayoría menores de edad; los archivos policiacos reportaron 176 personas muertas a causa de haber sido abatidos cuando pretendían atacar a los cuerpos policiacos. Al día siguiente, ningún diario ni programa de televisión  ni emisora de radio dieron cuenta de la noticia. Desde la óptica de las autoridades sudafricanas, la matanza de Soweto nunca sucedió; sin embargo, algunos testimonios y unas cuantas imágenes lograron salir al extranjero y causaron indignación en todo el mundo. En 1977, Hugh Masekela escribió para la voz de Makeba, Soweto Blues: “Los niños recibieron una carta del maestro, dice: no más xhosa, sotho, no más Zulu. Negándose a cumplir enviaron una respuesta. Fue entonces cuando los policías llegaron al rescate, a  los niños estaban lanzando balas asesinas, las madres gritando y llorando, los padres estaban trabajando en las ciudades, la noticias de la noche dieron por toda la publicidad: Solo una pequeña atrocidad, en lo profundo de la ciudad”.

Cuando Sophiatown fue desalojado, los bulldozers hicieron un trabajo rápido y eficiente: borraron todo rastro del barrio, no se toleró la sobrevivencia de ninguna construcción que permitiera recordar que alguna vez existió Sophiatown, ni siquiera los cimientos fueron respetados y sobre el erial que las máquinas dejaron, se construyó un suntuoso barrio blanco que recibió el irónico y eufónico nombre de “Triomf”.

Muchos años después, en el Tributo a Nelson Mandela por su 70 aniversario, se celebraron una serie de actos artísticos para difundir la lucha del Congreso Nacional Africano, denunciar los crímenes del apartheid y exigir la libertad de Madiba como alma y corazón del movimiento de liberación nacional en Sudáfrica.  De la serie de eventos artísticos, el principal se llevó a cabo en el Nelson Mandela Concert del 11 de junio de 1988, celebrado en el Estadio de Wembley. Además de una nómina que incluía los artistas y grupos más populares de la época –algunos que jamás antes habían manifestado tendencia política y otros consagrado en la lucha de los derechos humanos – como George Michael, Dire Straits, Simple Minds y Eric Clapton; Makeba y Hugh Masekela constituyeron el centro de las voces que clamaban la atención del mundo; en el concierto Censo no solo se reencontró con Masekela, sino también con Harry Belafonte. Miriam y Hugh cantaron juntos Soweto Blues y ella interpretó PataPata. El concierto fue difundido en 67 países y tuvo una audiencia de 600 millones de espectadores. Éste abrió con un discurso de Belafonte; Sitng cantó “They Dance Alone” –escrita para denunciar los crímenes de Pinochet – George Michael interpretó “Village Getto Land” y culminó con Jessy Norman cantando “Amazing Grace”. Al final, el tema del apartheid y la libertad de Madiba salían de los discusiones diplomáticas y de las columnas políticas para situarse como un reclamo popular y un tema central en todos los niveles de opinión: el camino a la libertad de Mandela había entrado en una pendiente que ya nada podía detener.

Celebro vivir en un país que vuelve los ojos sobre su diversidad. En la mesa de diálogo a la que fui convocado escuché al menos tres lenguas además del español, con respeto, igualdad y alegría, sin el absurdo miedo al otro, al distinto que, en realidad, es uno mismo. Pensé que cuando hablamos de derechos de autor, de la posibilidad de que las comunidades originarias reciban lo justo cuando alguien más utiliza sus creaciones para lanzar diseños al mercado, de lo que estamos hablando es de dignidad, de libertad, de igualdad, de esos derechos siempre postergados y que son más necesarios que el alimento diario porque son, en realidad, el sustento de toda civilización.

 

@cesarbc70

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