-¿Cuánto me amas? –Preguntaste la tarde que marcaba tu ocaso.
-¿Cuánto me amas? –Preguntaste la tarde que marcaba tu ocaso.
No tuve que pensar la respuesta por mucho tiempo, aunque mi respiración entrecortada interrumpía mis palabras, hoy te amo como no te amé ayer y al final qué importa cuánto, ni a ti ni a mí nos importa, ésas son preguntas de chiquillos y los chiquillos en nosotros hoy solo saben reír. Hace tiempo dejamos de hacer tantas cosas, no volvimos a trepar a la rama de aquel árbol, hace mucho dejamos de hacer pastelitos de lodo después de la lluvia y olvidamos revolcarnos en la arena en el último viaje a las playas del sur.
Aún existe un chiquillo dentro de nosotros y nos recuerda cada mañana que el sol viene a acariciar nuestra piel agrietada por el tiempo y que no importan los ralos cabellos blancos que coronan nuestra frente, que los chiquillos se hicieron viejos y los viejos de nosotros siguen riendo como chiquillos entonces, nada importa cuánto te amo hoy, te amo con seguridad como no te amé ayer.
Acuérdate tú, cuando muy joven, llorabas las amarguras de lo no existente, te abrazabas a lo invisible para reconfortarte y te sentabas en un rincón solitario buscando consuelo en canciones, muchas canciones. Me dijiste que al sentirte sola, agobiada y confundida, necesitabas un amigo y ese nunca fui yo, tus amigos eran ellos, los que te palmeaban el hombro con ternura y te decían que todo estaba bien. Tus amigos todos ellos lejanos, todos ellos conocidos míos.
Llorabas cerca de la bocina de tu tocacintas y repetías sin cesar las palabras que te decían los amigos desde ahí dentro, yo te contemplaba de cerca y moría de celos, mis manos querían atrapar tu cara y mis brazos protegerte de ése oscuro momento.
No es nada, ni siquiera nostalgia –me dijiste- no te entristezcas conmigo, no vale la tarde de lluvia para eso, es mi turno de llorar por nada. Y por nada y por todo llorabas una lágrima, me parecía a mí, de deliciosa armonía y te dejaba en compañía de esos amigos tuyos que tanto me complicaban la existencia todas las veces.
Puedo escuchar ésos acordes de guitarras solitarias y la voz de un Silvio Rodríguez que te acariciaba diciendo: “…Mi amor, éste amor aguerrido es un sol encendido, por quien merece amor” tu inclinabas la cabeza sonriendo cuando acurrucada cerca de la ventana, mirabas al cielo mientras Silvio seguía de tu mano diciendo algo así como: “Tu imagen me cegó, a las seis menos diez, y no pude dormir ni un instante, después, te confundías con mis sabanas, te me enredabas en la sien…”
Ellos que te hacían soñar, que te recordaron siempre que el mundo en el otro lado de la mente es diferente y es mejor a veces. Como cuando escuchabas a Pablo Milanés que decía: “…Mangos y flores te traeré. Mieles y atoles libarás hasta escuchar un llanto más de mi raíz…”.
Debo decirte que alguna vez, en secreto, me hice amigo de Pablo Milanés, me dijo que te dijera: “…Si me comprendieras, tan siquiera un poco, todo cambiaría porque así verías que por ti, estoy loco…”
Fue entonces cuando juntos, le dimos la mano a todos ellos, una tarde cuando embelesada en compañía de Facundo Cabral me miraste sonriendo mientras cantabas a “dúo” con él; “…Hay medio mundo esperando con una flor en la mano y la otra mitad del mundo por esa flor esperando…”
Y Juan Manuel Serrat que era capaz de andar junto a nosotros en un paseo por el parque y en cualquier lugar lo encontraba. Descubriste más amigos; un tal Sabina que no te acompañaba a ti y él no sabe que quien le hacía coros con su Princesa eras tú, una revolución de mensajes, voces y compañías bellas, que me enseñaron a verte sonreír de todas las maneras.
Tus amigos son ahora mis amigos y entiendo porqué la necesidad de esas, que para mí eran Malas Compañías, ahora que te has ido me quedo con tu viejo tocacintas y busco entre todos tus amigos, uno que sepa abrazarme y reconfortarme en tu ausencia.
Son amigos para los que uno no existe, ellos existen para nosotros todo el tiempo y en todos los momentos, los de llorar, los de bailar, los de gritar, los de pensar, los de reflexionar y todos los instantes. Esos amigos de tocacintas y discos son la compañía de la que nunca se debe tener celos. Amo a tus amigos también y nunca debiste haber preguntado cuánto de amor tenemos, eso es cosa de chiquillos, al final, solo sabemos que nos amamos como no nos amábamos ayer.
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