En el túnel brumoso que venimos atravesando este año, surgen unas luces que presagian el fin de la pandemia gracias a una vacuna. A pesar de que vemos el mundo con desconfianza, sí anhelamos que se logre fabricar ésta, que genere inmunidad contra el SARS-CoV-2, de la mayor duración posible y sin efectos colaterales indeseables. Diversos laboratorios de reconocimiento mundial trabajan afanosamente en lograrlo, entre ellos lo hace la farmacéutica argentina AstraZeneca, con apoyo económico de la Fundación Slim, para producir las dosis requeridas para América Latina. Colateralmente con las esperanzas que albergamos muchos de los habitantes del planeta, ya empiezan a ondear banderas por parte de los antivacunas, quienes han manifestado que no se la aplicarán. Los argumentos que esgrimen son variados.
Para entender de manera más completa el movimiento antivacunas, habrá que remitirnos a finales del siglo XIX, tiempo cuando Edward Jenner, médico inglés, logró crear la vacuna contra la viruela. Este era un padecimiento que mataba anualmente casi medio millón de seres humanos en el continente europeo. Luego de ingeniosas técnicas científicas para la aplicación y el transporte del producto biológico, la vacuna comenzó a utilizarse en Inglaterra y en los Estados Unidos. En ambos países, por razones fundamentalmente religiosas, surgieron los primeros grupos antivacunas, entre cuyos miembros había la idea de que era más cristiano dejarse contagiar por la enfermedad, que introducir en el organismo sustancias provenientes de especies inferiores. Ello refiriéndose a que la enfermedad inicialmente atacaba al ganado bovino, y precisamente de las lesiones de estos animales se tomaba material para aplicarlo por escarificación en humanos, y así hacerlos inmunes contra la enfermedad.
Los movimientos antivacunas han sido contrarrestados de diversas formas. En la Unión Americana la vacunación es obligatoria, aunque hay grupos, como los amish, que tradicionalmente se oponen a su aplicación. Lo que fue una ideología con base en principios religiosos y/o políticos, estuvo grandemente influenciada en los años noventa por la opinión del gastroenterólogo británico Andrew Wakefield, quien postuló una relación entre la aplicación de la vacuna triple viral (sarampión, rubéola y parotiditis), y aparición de casos de autismo. El médico tramposamente consiguió que su supuesto estudio se publicara en la prestigiosa revista JAMA en febrero de 1998, lo que desencadenó un movimiento al cual se sumaron voces de mucho peso en las incipientes redes sociales, que de inmediato expresaron su convicción de que las vacunas causaban más problemas que beneficios. Poco tiempo después la propia revista JAMA hizo público su error, reconociendo que el estudio de Wakefield había sido fraudulento, movido por intereses ajenos a la ciencia. Por tal razón fue eliminado del Índex Medicus, y al profesional se le retiró la licencia para ejercer la medicina en el Reino Unido. Él se vino a la Unión Americana donde se desempeña como activista a favor de los antivacunas, cobrando particular fuerza durante la administración de Donald Trump.
A la luz de estos hechos históricos nos plantamos frente a la realidad que todos consideramos no tan lejana: el surgimiento de una vacuna capaz de prevenir la enfermedad COVID-19. Hasta el momento existen poco más de 150 prototipos para el diseño de la vacuna; dentro de los cuales, los más avanzados son cuatro, uno que se inició en Beijing, China a principios del 2020; un segundo que está siendo desarrollado por el laboratorio AstraZeneca y la universidad de Oxford; una tercera vacuna que se ensaya en Alemania, y una cuarta en la Unión Americana. La OMS ha considerado que, en su momento, Latinoamérica será cubierta por la vacuna de AstraZeneca, gratuita para toda la población, en un par de dosis.
Ya comienzan a hacerse escuchar las voces de los antivacunas. Algunos hacen referencia a las teorías de la conspiración. Argumentan que la tecnología 5G ha colocado bots en la vacuna para modificar el genoma humano, o bien que la vacuna provocará que las ondas 5G desde las antenas celulares, provocará que se genere una alteración inmunológica que acabará con la especie humana. Es un proceso donde priva la fantasía, adicionado con información que se levanta de distintos sitios para conformar un Frankestein informativo que horroriza. Esta vez –confiemos—Trump no va a apoyar a los antivacunas, ya que ha ofrecido ser el primer norteamericano en vacunarse.
Es evidente que hemos vivido una época inédita; que, a pesar de haber conquistado el universo, ahora nos doblegamos frente a una estructura química que entra y recompone nuestros tejidos, hasta desorganizarlos y tornarlos inservibles. No es para menos entonces, que nos apaniquemos y comencemos a ver moros con tranchete por todos lados. Adquirimos información vía redes sociales y armamos nuestras propias teorías personales, que luego lanzamos por Internet como las grandes verdades. En este punto es fundamental recordar que consultar información en la red, no necesariamente equivale a adquirir conocimientos confiables sobre un tema. Dejemos, pues, trabajar a los científicos. Seamos cautos y racionales al buscar información, y más todavía al difundirla. Recurramos a fuentes fidedignas; cotejemos lo que recibimos en un mensaje con lo que postulan los expertos. Por citar algunos bulos que por ahí circulan: el beneficio del uso del dióxido de cloro; los enjuagues bicarbonatados; los enjuagues bucales comerciales; el no-uso de cubrebocas; la inmunidad de rebaño… Por una vez en la vida, cuando esté lista la vacuna, apelemos a la razón y la ciencia y acudamos a recibirla. En la confianza de que la población vacunada será mayoría, los que no acepten recibirla habrán sellado su destino.
A propósito de lo anterior, les recomiendo un par de sitios confiables, claros y accesibles para entender lo relativo a COVID-19: El del Dr. Alejandro Macías y el del Dr. Juan Lingow, los encuentran a ambos, tanto en YouTube como en Twitter.
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