El pasado día 11 de febrero se conmemoró el Día Internacional de la mujer y la Niña en la Ciencia. Para dicha efeméride, el Gobierno Federal y el CONACYT lanzaron un cartel con la imagen de una partera empírica, lo que causó gran polémica en redes sociales. En lo personal me parece inadecuado. Su mismo nombre explica la contradicción, son “parteras empíricas”. La gran mayoría ha tenido oportunidad de capacitarse en asuntos relacionados con la atención de las mujeres gestantes, pero, en estricto apego a la palabra, no son el ejemplo idóneo de mujer científica, habiendo tantos ejemplos para ilustrar la efeméride en los campos de Agronomía, Física, Matemáticas o Bioquímica, por mencionar algunos.
A diferencia de las prácticas empíricas, la ciencia se caracteriza por un estricto apego al método científico. Hay infinidad de ejemplos que podemos citar para explicarlo. Pongamos un caso muy sencillo: antiguamente se manejaba la idea de la “generación espontánea”, esto es, dejamos un pedazo de carne en el laboratorio, y por efecto de una fuerza superior llamada “entelequia”, a la vuelta de unos cuantos días se observa que tiene gusanos. La idea empírica era que la carne se convertía en gusanos y punto. Esta creencia que inició en la Antigua Grecia con Aristóteles continuó, con pequeñas variantes, a través de pensadores como Descartes y Newton hasta el siglo 17, cuando Redi demostró que no era posible que la carne se convirtiera en gusanos por generación espontánea. Colocó tres pedazos de carne, pero uno lo aisló dentro de un contenedor de vidrio. Al paso de los días se observó que, mientras los pedazos expuestos al aire desarrollaban gusanos, el sellado no. Continuaron las investigaciones hasta llegar a Pasteur, quien finalmente, en el siglo 19, mediante distintas metodologías, logró demostrar que la generación espontánea no existía. Los gusanos provenían de huevecillos que las moscas depositaban sobre la carne expuesta al aire, algo que no sucedía con el pedazo aislado por la campana de vidrio.
Observación y experimentación son los dos grandes pasos del método científico. El investigador observa un fenómeno en la naturaleza, se formula preguntas respecto a cómo o por qué ocurre dicho fenómeno, y de las posibles explicaciones que se plantea, elige la más factible. De este modo formula una hipótesis que, a través de experimentos controlados, tratará de demostrar. Una vez que los resultados van en el sentido que él imaginó, habrá que demostrarla más allá de las circunstancias iniciales. Y si no funcionó (algo que también sucede), habrá que hacer un nuevo planteamiento: Si no es esto primero, ¿qué podría ser? Y vuelve a experimentar, hasta que obtiene resultados confiables. La hipótesis pasa a ser una teoría que, todavía así, se sigue buscando comprobar en distintos medios, hasta que quede totalmente demostrado. Digamos, la manzana de Newton se desprende y cae igual en Túnez como en Bogotá o en Pamplona, por lo que se llama “Ley de la gravedad de Newton”.
La mujer científica es aquella cuyo trabajo parte de este método de demostrar una y otra, y otra vez. Se aplica en muy diversos campos de las ciencias, no solo naturales; sucede también con las ciencias sociales y las ciencias exactas. En la medicina, lo que nos ocupa, se aplica el método científico cada vez que estamos frente a un paciente. Con base en signos y síntomas, planteamos una posibilidad diagnóstica y procedemos a demostrarla. Una partera tradicional puede ser muy diestra en su quehacer, puede estar capacitada, pero no es el prototipo de la mujer en la ciencia.
El actual gobierno ha generado confusiones cuando politiza conceptos. Ahora recuerdo aquello de que para protegerse de la COVID basta con un escudo y una estampita, y ahora aparece otra postura peligrosa frente a la pandemia. Hugo López-Gatell en una de sus conferencias de la semana pasada, refiriéndose a la aplicación de una marca de vacuna para la primera dosis, y otra para la segunda, asegura que “Básicamente sabemos que no hay ningún peligro”. Según él dio a entender, hay un estudio que indica que no importa si se recibe la primera dosis de vacuna de una farmacéutica y la segunda dosis de otra. La verdad es que no hay ningún estudio científico reconocido que avale proceder de este modo. Acaba de publicarse una charla muy esclarecedora de la Academia Mexicana de Pediatría. Los médicos que participan son el Dr. Eduardo Antonio Lara Pérez y el Dr. Enrique Chacón Cruz, este último especialista en infectología pediátrica y vacunología. Coinciden en señalar que, hoy en día, cuando no hay estudios que la acrediten, la intercambiabilidad de vacunas COVID representa un riesgo. No hay evidencia científica que demuestre que es seguro hacerlo, y la conducta sugerida por López-Gatell obedece a criterios de surtimiento, según él mismo señaló. Me resulta preocupante, ya que es muy posible que la mayoría de los mexicanos de la tercera edad, próximos a vacunarse, ni siquiera conozcan qué tipo de vacuna se les está aplicando en la primera dosis, como para verificar que la segunda dosis sea su correspondiente.
Así como el cartel de la partera empírica representando a la mujer científica, en el manejo de la pandemia se han tomado incontables decisiones a la ligera, como para salir del paso, sin apego a los protocolos de seguridad que la situación amerita. Se plantean fórmulas mágicas para enfrentar un problema médico de enormes dimensiones, que a la fecha ha costado alrededor de 175 000 vidas de mexicanos.
No se vale confundir la gimnasia con la magnesia: Hablar a la ligera, exponiendo vidas humanas a causa de afirmaciones sin respaldo científico. En comparación al inicio de la pandemia, al día de hoy sabemos que gran parte de la solución del problema recae en nosotros “ciudadanos de a pie”, con las medidas básicas de cuidado personal, con información documentada, proveniente de fuentes confiables, sin dejarnos sorprender por verdades a medias de nadie.
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