Con la llegada de Internet se abrió un nuevo capítulo de la historia humana, caracterizado por los avances en la comunicación, la colaboración, la generación de conocimiento, el impulso al comercio y la competitividad. Un momento único donde se obtuvieron grandes avances a disposición de prácticamente todos; un momento que predecía una nueva época de progreso compartido para atacar las desigualdades históricas no superadas. Todo era optimismo.
Los datos disponibles hablan efectivamente del impulso de la productividad y de la creación de grandes beneficios nunca antes logrados en la era del Internet, pero no necesariamente de una mejor distribución y un mejor combate a la desigualdad. A la par, se crearon grandes empresas tecnológicas que acapararon las oportunidades, los mercados y los beneficios. Hoy las empresas de mayor valor son Amazon, Microsoft, Apple, Facebook, y Google. No es casualidad: son las líderes del capitalismo de Internet o digital y dominan la economía mundial. Pueden ser punta de lanza de una era del postneoliberalismo incluso.
Nadie las detiene y tienen comportamientos monopólicos y alejados de una ética mínima. Son parte de un capitalismo salvaje que se impone a países, organismos regulatorios, empresas y personas. Están fuera de control y cada vez adquieren más poder que nosotros les cedemos por dependencia de sus servicios a través de términos de contratación ambiguos y que nadie supervisa ni controla.
Sus comportamientos están, además, suficientemente acreditados: “prácticas monopólicas, trato desfavorable a los productos de la competencia en sus plataformas, uso abusivo de los datos de los clientes, y adquisición de todas las pequeñas empresas con potencial de amenazar su hegemonía” (https://bbc.in/373Y2an).
De acuerdo con Jürgen Habermas, filósofo político, el capitalismo de Internet o digital es la creación de “mercados de propiedad privada” por medio de utilizar e imponer su propia infraestructura tecnológica “a través de la cual los productores externos deben proveer suministros bajo el rígido acceso y control de precios que solo los propios gigantes están en condiciones de imponer, donde la utilidad se genera a través de comisiones y honorarios por participar y/o acceder a ellos”.
Habermas agrega: “los beneficios de los grandes conglomerados, entonces, no provienen de la producción entendida como creación de valor, sino a través de las rentas generadas por ser ellos mismos los propietarios del mercado. De esta forma, los gigantes digitales tienden a dejar de ser ‘empresas’ en sentido estricto, dado que sus utilidades dependen cada vez más de su capacidad para crear mercados propios que generen rentas, infraestructuras digitales en donde tienen lugar todo tipo de transacciones”.
Sostiene que “la economía podría dejar de funcionar principalmente mediante la explotación de la escasez, basándose ahora más bien en la gestión monopólica de mercados de abundancia (Staab 2019)” (https://bit.ly/3nUW0An).
Frente a este escenario tan complejo donde les hemos cedido demasiado poder a las grandes empresas tecnológicas, lo cual está creando problemas y consecuencias insospechadas, hay diversas iniciativas para acotarlas por varios gobiernos.
Entre las propuestas para acotar el poder de los gigantes cuasi monopolios destacan: impedir que compren a potenciales competidores; prohibir utilizar de manera ilegítima los datos de sus clientes y usuarios; eliminar las cláusulas de permanencia para sus usuarios; incentivar la competencia en la industria para evitar la concentración; crear organismos reguladores específicos para los mercados digitales; obligar a asumir códigos de conducta ética a dichas empresas; imponer la interoperabilidad que permita a externos interactuar con las plataformas propietarias.
El debate ya está en la agenda mundial. Seguramente pronto veremos los primeros intentos para limitar el desbordante poder. El riesgo siempre será que con ello no se limite la innovación y creación de conocimiento, la libertad y apertura de los mercados en detrimento de todos nosotros. Ya veremos.
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