Históricamente, la oposición en México se ha visto representada por el Partido Acción Nacional. Su tendencia derechista humanista se ha antepuesto a las administraciones priístas y, de igual forma, al sistema encabezado por el izquierdismo a través de organizaciones como el PRD o el PT y, más recientemente, MORENA. Por ello, antes de la elección del 1ro de julio, Acción Nacional se coronaba como la segunda fuerza política del país, tan solo debajo del PRI y superando al PRD en tercero, al PVEM en cuarto y a MORENA en quinto.
Una vez llevados a cabo los comicios del pasado 1ro de julio la semana pasada, las posiciones políticas cambiaron en nuestro país drásticamente. MORENA pasó a convertirse en la fuerza política más importante en México, resultando Andrés Manuel López Obrador el candidato más votado en la historia y, de igual forma, con el triunfo en la CDMX, Tabasco, Morelos, Chiapas, Veracruz y la mayoría en el Congreso Federal y Local. Por otro lado, el PT, que perdiera su registro como Partido y lo recuperara con una impugnación poco clara en 2015, pasa a ser la tercera fuerza política del país y el castigadísimo PRI se hunde hasta la cuarta posición, teniendo incluso menos escaños en la Cámara Baja que el Partido Encuentro Social, a pesar de que perdieran su registro como partido político. Por su parte, Acción Nacional se mantuvo como la segunda fuerza política del país, aunque con una caída también estrepitosa que no es digna de celebrarse.
El candidato de la inentendible coalición “Por México al Frente”, Ricardo Anaya, probó múltiples veces que es un extraordinario orador. Sin embargo, la opción que representó como candidato no trajo resultados favorables. Para poner en contraste, Anaya quedó en segundo lugar de la contienda Presidencial con 22% de los votos, mientras que, en 2012, la panista Josefina Vázquez Mota obtuvo el 25%, quedando en tercer lugar. Esto nos habla de la diferencia tan abismal que hubo entre AMLO y Anaya Cortés. Y la cosa no termina ahí, pues perdieron estados que eran esencialmente panistas y donde tenían una presencia a favor muy fuerte, pero desaprovechada. Un ejemplo clarísimo: Veracruz.
Ahora bien, el PAN sufrió una ruptura que es prácticamente conocida por toda la nación. En su historia, el Partido se ha caracterizado por un aparente sistema democrático dentro de su Consejo Nacional, donde los miembros tienen la libertad de elegir a quienes los representarán ante el electorado. No obstante, la ambición enfermiza de Ricardo Anaya quebró este sistema ante su imposición como candidato (utilizando, desde luego, la facilidad como Presidente Nacional del Partido). En las filas internas hubo descontento, ocasionando la renuncia de militantes con mucha trayectoria, la división en grupos fuertes, aunque antagónicos y, por consiguiente, un Partido que no apoyó completamente a su candidato. En momentos tan cruciales como la elección Presidencial, donde debieron mostrar unidad, mostraron aún más división. Basta recordar que el panista de antaño, Ernesto Cordero, quien ahora lidera el Senado de la República, denunció públicamente a Anaya a una semana de la elección y, en respuesta, fue expulsado de las filas del Partido un día antes de la misma. Esto trajo consecuencias irreparables para el Partido. Cabe destacar que la tendencia controladora que se ha visto en Anaya impactó en el PAN aun siendo candidato, pues al pedir licencia de su cargo como Dirigente Nacional, entró como suplente Damián Zepeda, un seguidor empedernido de la corriente anayista del PAN, por lo que el sistema se mantuvo prácticamente igual.
Ahora bien, el panorama post-electoral tampoco pinta reconfortante para el Partido, que se fractura a cada instante. Debemos recordar que el cargo de la Dirigencia Nacional tiene una duración de tres años. Este periodo, que corresponde a Anaya Cortés, termina en agosto de este año. Recordemos que, debido a la licencia solicitada por Ricardo Anaya para su candidatura, no podrá regresar al cargo hasta dentro de un mes, en julio tardío. Pero esto no le impide hacer lo que ya se espera que intentará: Buscar la reelección al cargo por otro periodo de tres años. Sin embargo, como mencioné anteriormente, el Partido se encuentra dividido en grupos antepuestos. Por un lado, los Calderonistas. Por otro lado, los Morenovallistas y, sin lugar a dudas, los Anayistas. Esto complicará el ascenso de Ricardo Anaya al cargo, más aún después de su ambiciosa posesión de la candidatura y posterior derrota estrepitosa. Sin mencionar, además, que otros panistas importantes han alzado la mano para ocupar el cargo: Marko Cortés, Ernesto Ruffo, entre otros.
Lo que sí es que Ricardo Anaya hará todo cuanto esté en sus manos por conseguir su cometido. Como he destacado como columnista en diferentes ocasiones, Anaya es un gran jugador de póker. Aunque resulta maquiavélico en ocasiones, sabe mover sus piezas de manera estratégica… ¡Menos cuando se encuentra en campaña! No dudo, ni por un minuto, en que pronto veremos la próxima jugada maestra de Ricardo Anaya y sus secuaces. Sin embargo, la división y ruptura panista se agrava cada vez más. En un Gobierno venidero donde un Partido tiene el control absoluto en el Ejecutivo y el Legislativo y el único contrapeso partidista tiene conflictos internos y asiduos, el panorama no resulta favorable.
¿Qué será entonces del Partido opositor por excelencia? El tiempo lo dirá…
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