La Guerra Civil Siria fue declarada oficialmente el 15 de mayo de 2011, aunque existen un sinnúmero de antecedentes que la anticipaban, desde hace más de un par de décadas. A partir del año 2000, el autoritarismo y la exuberante opresión hacia la ciudadanía provocaron una serie de manifestaciones pacíficas que fueron silenciadas mediante tortura, desapariciones inexplicables y uso de la fuerza militar.
Para 2012, la oposición impactó las ciudades de Damasco y Alepo y se congregó en diferentes divisiones, cada una con un propósito y forma de actuar. Por un lado, el Ejército Libre Sirio, quienes partieron del seno del propio consorcio militar del régimen de Bashar al-Assad. En su mayoría son militares creyentes del sunismo (una de las ramas principales del islam que, además del Corán, se rige por los dichos del Sunna) que mostraron su descontento por la imposición del chiismo (la segunda rama principal del islam que busca la jurisprudencia islámica) predicada por el propio Al-Assad. Aunque cuentan con un poderoso armamento nuclear, han resultado ser de los grupos rebeldes opositores más moderados en el conflicto bélico. Por otro lado, se encuentran los grupos kurdos (quienes habitan en la región montañosa de Kurdistán) que se concentran principalmente en el norte del país. No obstante, en la oposición al régimen dictatorial se considera también a los grupos yihadistas (los seguidores radicales del islam), donde han destacado grupos como Al Qaeda o el Estado Islámico, por mencionar algunos.
Ahora bien, la Guerra Civil Siria se ha agravado con la intervención de naciones extranjeras, que apoyan o desfavorecen a alguno de los bandos estandarizados en el marco de dicho conflicto bélico. Mucho antes de la intervención estadounidense en el país, fue Rusia, bajo la administración del inalterable Vladimir Putin, quien cosechó alianzas con el Gobierno de Bashar Al-Assad, considerado uno de los mandatarios más temidos de la década.
Si nos remontamos a 2014, Estados Unidos mostraba una enorme superioridad política en Occidente que incrementó con la controversial adhesión de Crimea a Rusia, lo que le trajo sanciones por parte de Estados Unidos y la Unión Europea. Vladimir Putin decidió entonces entablar alianzas políticas y comerciales con Siria, resistiéndose al poderío que ejercía Estados Unidos en esta zona geográfica, con aliados como Irak, Turquía, Israel y Arabia Saudita. Comercialmente hablando, Siria cuenta con una inconmensurable cantidad de reserva petrolera, calculado en 2,500 millones de barriles, aproximadamente. Esta sería una explicación coherente para justificar la alianza con un líder opresor y caótico como Bashar al-Assad.
Rusia alteró considerablemente la situación de la Guerra Civil, la cual prácticamente aseguraba la victoria de la oposición en ese entonces. El vínculo con la potencia mundial y algunos otros aliados, como Irán (nación donde predomina el chiismo tradicional) y el respaldo militar del Hezbolá (uno de los mayores movimientos políticos y militares en favor del chiismo, con sede en Líbano) dieron a Bashar al-Assad una segunda oportunidad de combate contra la oposición que demanda su renuncia al cargo.
Poco después, Estados Unidos comenzó a intervenir militarmente a favor de la oposición que buscaba la destitución de al-Assad y la predominancia del sunismo. Pero, el apoyo a los grupos opositores en ocasiones toma un tinte ambivalente. Si bien apoyan militarmente a algunos grupos de oposición, buscan erradicar algunos otros. Específicamente, a los yihadistas y extremistas. De hecho, una de las principales razones de la intervención estadounidense en Siria es la aniquilación de las fuerzas radicales, las cuáles si han alcanzado la categoría de “grupos terroristas” a escala internacional. Grupos como Al Qaeda se consolidan como uno de los enemigos principales del gobierno estadounidense, siendo responsables de algunas tragedias históricas en territorio norteamericano, como el sonado atentado a las Torres Gemelas del WTC el 11 de septiembre de 2001, en la ciudad de Nueva York.
Ahora, el panorama internacional vuelve a tensarse. Hasta el momento de la creación de estas líneas, su administración ha encabezado el segundo ataque en respuesta a las atroces restricciones de Bashar al-Assad y el avanzado armamento biológico que poseen.
“Nuevamente estamos siendo amenazados. Advertimos que estas acciones no quedarán sin consecuencias”, fueron las desafiantes declaraciones de Anatoly Antonov, embajador de Rusia en Estados Unidos, ante el suceso responsivo del 14 de abril, siendo esta la primera manifestación del país después de la serie de explosivos enviados hacia el territorio envuelto en actos belicosos.
Además de las miles de muertes lamentables que esta politizada guerra ha dejado, donde hay muchos intereses egoístas de por medio, Siria ha generado uno de los mayores éxodos en la historia moderna, sumando casi 6 millones de personas, de acuerdo al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Lo que me parece más lamentable es que, a pesar de la pérdida económica, territorial, de sentido común y de vidas humanas, la Guerra Civil Siria es un conflicto que está lejos… muy lejos de llegar a su fin.
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