“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”.
-William Shakespeare
A menudo sentimos esa extraña sensación donde la casualidad, lo inesperado, va poniendo marcas en nuestro camino, obligándonos a encauzar la vida en una dirección u otra. Hay quien dice que lo que guía nuestra vida es el destino.
El destino es una fuerza que está por encima de nosotros y que nos empuja hacia una sucesión inevitable de acontecimientos, de circunstancias de las que no podemos escapar.
Algo así va mucho más allá de una simple sincronicidad, supone llegar a pensar que nada ocurre por azar, sino que estamos determinados. ¿Qué implica para las personas pensar algo así? ¿Estamos entonces a la merced del destino, o somos, sin embargo, libres para elegir nuestro propio camino?
¿Casualidad o causalidad?
Es cierto que a veces suceden cosas que nos sorprenden: conocer a alguien en un determinado lugar en curiosas circunstancias, esa suerte que un día aparece de modo inesperado, esa elección que tomamos sin saber muy bien por qué… ¿Es la casualidad? ¿O se debe tal vez a una misteriosa causalidad?
Bien es verdad que es muy recomendable disponer de una mente abierta, de un modo de pensar en el que no pongamos cerrojos u obstáculos ante toda la información y estímulos que nos rodean y nos van llegando sin descanso.
Pero la cuestión se centra en que si aceptamos la existencia del destino, asumimos que parte de lo que nos sucede está marcado por los designios de quién sabe qué. Es algo que escapa por completo a nuestra comprensión y puede que incluso hasta a nuestra propia consciencia. Entonces, ¿dónde están los hilos de nuestra responsabilidad? ¿Cómo ser responsable de algo que ni siquiera controlamos?
Hay científicos que afirman la existencia de un “destino casi obligado”, y es el relativo a la herencia: la genética de nuestros progenitores en ocasiones nos determina en muchos aspectos, a veces en carácter y otras en rasgos físicos, en enfermedades… El contexto social y personal en el que somos educados también puede afectarnos al menos con una probabilidad de un 30% o un 40%.
Pero por otra parte, también tenemos la concepción indispensable del “libre albedrío”, donde cada uno está condicionado por sus propias elecciones. Lo está por su propia historia personal y también por su vida en una sociedad que le permite inclinarse por una determinada senda u otra, reconociendo sus errores, confiando en uno mismo y asumiendo nuevos retos.
Somos libres de establecer nuestras propias metas y conseguir nuestros propios logros, pero la casualidad existe. Y a veces las casualidades son tan singulares que no podemos evitar dotarlas de ese halo de magia inexplicable. Porque a las personas, por muy racionales que seamos, siempre nos ha gustado esa pincelada singular donde contener todo lo extraño e inexplicable…
Cierto es que nuestras vidas a veces son un caos de casualidades y hechos ilógicos, pero el llevar las riendas de nuestro propio destino, ser dueños de nuestro timón, nos va a permitir ser más responsables.
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