A veces, el tiempo habla en susurros. Lo hace al caer una hoja, al apagarse una vela, al cruzar la mirada con alguien que quizá no volverás a ver. En uno de esos murmullos antiguos, Horacio escribió: “Carpe diem, quam minimum credula postero.” — “Aprovecha el día, no confíes demasiado en el mañana”—. Desde entonces, esta frase ha atravesado siglos como una advertencia suave, pero firme: el presente es lo único real, lo único que verdaderamente nos pertenece.
Una raíz clásica, un eco universal
Nacida en la Roma del siglo I a. C., carpe diem no significaba “vive deprisa” ni “gózalo todo”, como a veces se interpreta. Carpere, en latín, es cortar o cosechar. Así, Horacio nos dice: cosecha el día, como quien recoge el fruto justo en su punto, antes de que caiga y se pierda. Es una invitación a la conciencia, no a la prisa.
El filósofo contemporáneo Byung-Chul Han, en su obra “La sociedad del cansancio”, sostiene que la fatiga contemporánea no se debe a un exceso de trabajo, sino a la falta de profundidad en la experiencia vital. Carpe diem no nos exige velocidad, sino presencia.
El arte de habitar el instante
No es fácil aprender a vivir en el ahora. Nos seducen los planes lejanos, nos distrae el ruido digital, nos adormece la rutina. Pero el instante es frágil, y por eso tiene valor. La frase de Borges, “El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río”, expresa una profunda reflexión sobre la relación entre el individuo y el tiempo. Borges, a través de esta metáfora, sugiere que el tiempo no es algo externo que simplemente pasa, sino que es intrínseco a nuestra existencia, nos moldea y a la vez somos parte de él.
Aprovechar el tiempo no significa llenarlo hasta el borde. Significa mirar, sentir, elegir. Significa comprender —como lo hizo Séneca— que “la vida no es corta, sino que nosotros la acortamos con nuestros olvidos”. Significa que la vida, en sí misma, no es breve, sino que la percepción de su brevedad surge de cómo la desperdiciamos o no la aprovechamos plenamente, a través de la negligencia y los descuidos. En otras palabras, no es que tengamos poco tiempo, sino cómo lo utilizamos.
Vivir sin garantía, pero con intención
Carpe diem no es una renuncia al futuro, sino un acto de lucidez. Cada día puede ser la última página de un libro que nos pertenece y que escribimos a diario, nuestra vida. Por eso, vivir el presente lo mejor que se pueda es un acto de valentía.
La pregunta, entonces, no es cuánto tiempo tenemos, sino qué haremos con el tiempo que se nos concede, como escribió J.R.R. Tolkien en voz de Gandalf, en su obra “El Señor de los Anillos”.
Carpe diem no es una consigna banal. Es el llamado poético de un tiempo que se escapa, pero que aún podemos abrazar si aprendemos a mirar. Y mientras haya aliento, mientras haya luz, aún estamos a tiempo.
X: @delyramrez
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