En la edición de enero de este año de la revista Ruiz Healy Times comentaba en mi artículo “México en los del cólera” que uno de los aspectos más tristes de esta elección será que “gane quien gane el resultado será un país absolutamente dividido” y que esto generaría una gran “desconfianza institucional.” De eso es precisamente de lo que quiero hablar en el presente artículo pero esta vez con un enfoque que exponga las raíces de la creciente inestabilidad democrática que se ha venido gestando desde 1988 y que probablemente detone en este 2018.
Nuestra inestabilidad democrática va ligada al inicio de nuestra transición democrática. A partir de las elecciones de 1988 y de la necesidad del PRI de cometer fraude para llegar a Los Pinos, el poder presidencial comenzará a diluirse y quedará claro que la “legitimidad revolucionaria” ya no será suficiente para ganar. Dando paso a la importancia de la legitimidad del voto y a la necesidad de elecciones libres y justas, que en 1990 impulsarían la creación de lo que hoy es el INE.
Lo anterior es importante porque después de la llegada al poder de Salinas de Gortari, quien supuestamente tuvo una victoria correspondiente al 50.36% de los votos, ningún presidente volverá a llegar a los Pinos con un porcentaje de los votos superior al 50% y se hará clara una tendencia a la baja que causará cada vez más problemas de legitimidad.
En las elecciones de 1994 Ernesto Zedillo saldría victorioso por un 48.69%, seguido por el PAN con un 25.92% y el PRD con un 16.59%. En el año 2000 el PRI perdería las elecciones a manos de Vicente Fox del PAN con un 42.52% de los votos y obtendría sólo un 36%. Concluyeron de este modo setenta años de hegemonía.
Hasta aquí la tendencia a la baja de las victorias con cada vez menos consenso es evidente y será hasta la elección de 2006 que se acentúen problemas de legitimidad por este aspecto. En este año Felipe Calderón del PAN derrotó a López Obrador del PRD por medio punto. El primero obtuvo 35.89% de los votos, mientras que el segundo 35.31% y el PRI en tercero, tan sólo un 22%. Abriendo muchas dudas en torno a la legitimidad y permitiendo que, hasta el día de hoy, los seguidores de López Obrador digan que fue una elección robada.
En 2012 el PRI regresó con la victoria de EPN sobre López Obrador por 38 a 31%, con el PAN detrás con 25%.
En estas elecciones es probable que la fragmentación se acentúe, debido al surgimiento de nuevos partidos y a la figura de los independientes, pudiendo llegar a un resultado tan caótico como el de la elección de Calderón. Sin embargo, si ya sabemos que después de 1988 lo más necesario para obtener la legitimidad es el consenso de los votos, lo interesante aquí sería saber porqué nuestras autoridades nos mantiene expuestos a un sistema democrático tan inestable sabiendo que existen mecanismos de consenso efectivos como la segunda vuelta. ¿A quien beneficia? Porque está claro que mientras sigamos así, lejos de importar quien gane, seremos los ciudadanos los que siempre perdamos.
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