¡Aprendamos!… más que un exhorto, es una consigna.
¡Aprendamos!… más que un exhorto, es una consigna. No estoy en posición de juzgar si las técnicas pedagógicas son apropiadas o no, ni sé si se estén utilizando las mejores en los sistemas educativos de nuestra cultura. Lo cierto es, que en las estructuras de la enseñanza básica de nuestra sociedad, donde docentes, mercenarios eruditos en las disciplinas de la política, la provocación, y la simulación; víctimas de la evolución pedagógica que requiere nuestro país, torturados y sometidos por el fantasma de la ignorancia, temerosos de no poder subsistir a la reforma educativa; nos enseñan las estrategias del parasitismo social, la prepotencia, el abuso y el chantaje nacional; sin importar las consecuencias de lo que siembran, sin pensar que nuestros hijos, y sus propios hijos, también lo cosecharán el día de mañana.
El agente corrosivo se disemina por las arterias de la ignorancia colectiva de las generaciones más jóvenes y vulnerables; anticipando así los procesos catabólicos del organismo social. Ya es tarde para hacer campañas de salud preventiva, ya se ha iniciado la metástasis, un proceso de propagación y contagio del pensamiento patógeno, egoísta y decadente de quienes se supone deberían ser los pioneros del desarrollo social, funcionarios de la transformación, y líderes de la evolución… No somos nuevos en esto.
También es inútil seguir discutiendo el diagnóstico y negociando el tratamiento, cuando en el fondo la sociedad, muda y pusilánime, exige un pronóstico. Saber si existe un remedio, si debemos desahuciar algunas generaciones, algunas zonas de nuestra cultura, o como siempre… esperar a ver qué pasa… ¿Hay esperanza de recuperación?, ¿es cuestión de tiempo?, ¿debemos practicar una sociotomía educativa parcial?, ¿existe alguna solución emergente que logre revertir la condición degenerativa?… ¿Tiene la sociedad el ánimo, el temple y las agallas para combatir su padecimiento?
No hay una respuesta que todos podamos compartir, la comunidad se polariza. Disidencia, gobierno, usuarios y una generosa cantidad de observadores; cada uno aferrado a su pedazo imaginario de madera que le ayuda a flotar; sólo asido a sus convicciones. Nadie escucha para aprender, si no sólo para argumentar las razones de su ceguera. Creen que la democracia y el pluralismo, los va a devolver a la vida. Una asamblea donde se decida por votación unánime, no va a evitar que la tierra gire, pero si puede determinar el destino de un país; no por lo que se decida, sino por el espíritu de acciones consecuentes y congruentes emanadas de esas decisiones.
Pero qué puede enseñar quien no sabe escuchar… desdichados alumnos, agonía nacional, víctimas todos de su participación social; de su idiosincrasia.
Todo mundo, en el fondo, buscamos lo mismo: sobrevivir; aunque cada quién interpreta de manera diferente las amenazas a su supervivencia. ¿Qué podemos aprender de quienes se agrupan para defender sus intereses individuales? ¿Cómo nos puede instruir quien se niega al diálogo?… El sistema de enseñanza y aprendizaje es un binomio donde docente y alumno coexisten… o no existen; si alguno pierde competencia, le resta competencia a su parte complementaria, hasta el límite de su mutua existencia. Si aprendemos a vivir en comunidad, aprenderemos a sobrevivir como sociedad; pero sólo hasta que los intereses individuales no estén por encima de los intereses del binomio pedagógico. La supervivencia del grupo es la supervivencia del individuo, de la misma forma que la supervivencia del individuo es la supervivencia del grupo. Se dice fácil y parece sencillo, pero todos lo olvidan cuando sienten amenazados sus intereses particulares, sin importar si beneficia o perjudica a la comunidad; sin importar si destruye esa semilla dicotiledónea. Es ahí donde la sociedad se escinde, donde se infecta esta patología pedagógica de la civilización, donde la tierra se hace estéril.
Aprendamos que la evolución es la única condición del bienestar. ¡Liberémonos de esa paranoia de pensar que el mundo conspira en nuestra contra! Dejemos que la academia expanda sus fronteras, y con paso firme, poco a poco, conquistemos los terrenos de la ignorancia de nosotros mismos y de nuestra comunidad. ¡Seamos competitivos!
¿A qué le tenemos miedo? ¿Cuál es el precio de la evolución didáctica?… “¡Qué tema la ignorancia!”, ese debería ser nuestro lema revolucionario. ¿Pero quién puede promover esta lucha contra la ignorancia, sin tener que luchar consigo mismo?
El temor se ha desplazado sobre los arquitectos de la evolución, los motores del progreso se ahogan y oxidan en las aulas, los heraldos del conocimiento duermen en la inopia cultural, el entusiasmo por descubrir se diluye en la apatía, ¡no hay vocación!, un granito de arena no es suficiente… ¿A quién le importa?
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