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Teresa Bobes-Bascarán| Profesora Asociada en Ciencias de la Salud
Quizás sea una de esas mujeres que se ha dado de bruces contra la realidad cuando, a pesar de tener instinto materno, se ha encontrado perdida y confundida ante la llegada de su bebé. Puede que incluso no haya sentido esa felicidad radiante de la que tanto le han hablado a lo largo de su vida. Tranquila: probablemente no le ocurra nada enfermizo ni patológico. Bienvenida a la maternidad real.
Y, por supuesto, felicidades si usted es de ese grupo de madres que sí están pletóricas. ¡Aproveche el momento!
Mucho se ha especulado y bastante poco se ha investigado acerca de lo que le pasa a las mujeres durante la época del embarazo y del parto, si bien en los últimos años existe un creciente interés en conocer los cambios
neurobiológicos, psicológicos y contextuales que confluyen durante la etapa perinatal.
Torbellino de cambios y emociones
En primer lugar, la evidencia científica muestra el papel de los
factores genéticos y epigenéticos durante la gestación y los cambios experimentados en el cuerpo y
el cerebro de la madre que
la preparan para atender y vincularse con su futuro bebé. Uno de los factores que más contribuyen a esta eclosión tiene que ver con el torrente hormonal; de ahí esos cambios de humor tan característicos.
En segundo lugar, durante este periodo hay que tener muy en cuenta la
personalidad de la mujer (por ejemplo, si presenta un elevado neuroticismo), el estilo de apego ansioso, sus expectativas, carencias, anhelos y percepciones de la realidad, de sí misma y de su papel futuro como madre.
No menos importante es la influencia del contexto, de eventos estresantes que pueden llegar (un despido, un fallecimiento, una enfermedad, una ruptura de pareja…) en el momento más inoportuno. Todos estos factores –biológicos, psicológicos y coyunturales– pueden socavar los ánimos de la gestante.
Un grave obstáculo para la crianza
Pero cuando hablamos de depresión posparto, ¿a qué nos referimos exactamente? Es un trastorno mental que se inicia habitualmente durante el embarazo y eclosiona en las semanas inmediatas al parto.
Una de cada diez mujeres experimenta este estado de ánimo patológico, aunque la cifra varía según el contexto socioeconómico, con mayores tasas en países con rentas más bajas.
La prevención de estas alteraciones es de vital importancia porque afecta necesariamente a la madre y a la cría. La situación de tristeza y apatía conlleva tremendas dificultades para llevar a cabo los cuidados necesarios y exigentes de un bebé dependiente las 24 horas del día los siete días de la semana. Sí, criar no tiene horarios ni vacaciones y, por supuesto, es para toda la vida.
Aunque parece obvio, no siempre se tiene en cuenta que cuando nace un bebé, también lo hace la madre. Este proceso natural (y a menudo turbulento) de transición a la maternidad, la llamada
matrescencia, a menudo es silenciado por la vergüenza de no sentir la felicidad idealizada o por experimentar una crisis vital.
¿"Baby blues" o depresión?
No pocas mujeres refieren que, lejos de tratarse de un periodo de plenitud, lo perciben como una carga, un castigo o una barrera en su desarrollo profesional, social y personal. En ocasiones, este malestar o disonancia puede etiquetarse incorrectamente como depresión posparto.
Porque lo que la mayor parte de las mujeres experimentan es un periodo de malestar emocional o disforia posparto conocido como
baby blues. A ojos de una persona ajena al gremio sanitario, podría confundirse con un trastorno afectivo, pero es bastante diferente.
El
baby blues suele aparecer entre la primera y la tercera semana posparto. Puede manifestarse con fluctuaciones en el estado de ánimo o ganas de llorar, pero no produce cambios relevantes en la autoestima.
Aunque la mujer no duerma como antes, puede hacerlo según el ritmo del bebé. La sensación de cansancio mejora o se elimina con el descanso y, sobre todo, la madre es capaz de sentir placer, alegría e ilusión.
Por contra, la depresión comienza a dar señales habitualmente durante el embarazo y genera un estado de ánimo decaído, triste, desesperanzado. La afectada tiene una baja autoestima, puede sentirse fracasada o incapaz como madre y exhibe una culpa exagerada.
La madre deprimida también sufre insomnio y no consigue descansar ni reducir la fatiga con siestas o periodos de reposo. Y, por supuesto, pierde la capacidad de disfrute o entretenimiento (anhedonia), carencia que no se revierte ni con visitas o estímulos que anteriormente la animaban.
También es importante destacar que las conductas suicidas suelen pasar desapercibidas durante este periodo de “felicidad obligatoria”. Sin embargo, recientes estudios muestran que entre un 5-14 % de madres afirman tener ideas suicidas, y que el acto consumado es la
primera causa de muerte de las mujeres durante el periodo perinatal en países occidentales.
Factores de riesgo
Como se ha mencionado, nueve de cada diez madres no desarrollan este tipo de trastorno mental. Los
factores de riesgo que predisponen a padecerlo son, entre otros: antecedentes personales o familiares de trastorno mental; falta de apoyo de la pareja, de la familia o del entorno social; pérdida de embarazos anteriores (duelos no resueltos, abortos); percepción de embarazo complicado; actitudes negativas hacia el embarazo; estrategias de afrontamiento inadecuadas (por ejemplo, consumir drogas); situaciones vitales estresantes (estrecheces económicas, despido laboral, problemas de pareja..); y haber sufrido abusos sexuales, maltrato o violencia.
Prevenir este tipo de trastornos es responsabilidad de todos. La próxima vez que vea una mujer embarazada o recién parida, pregunte sin juzgar, observe si está arreglada, eche una mano o muéstrese disponible para ella.
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Autoría
Víctor de Lorenzo Prieto
Profesor de Investigación, Biología Sintética, Centro Nacional de Biotecnología (CNB - CSIC)
Un viento fuerte lleva ya algunos años soplando en las ciencias de la vida. Se llama
biología sintética. Y como cualquier viento fuerte, puede empujar al barco mucho más allá del territorio conocido.
En su versión contemporánea,
la biología sintética nació en los primeros años del siglo XXI. Y no precisamente en el mundo de la biología, sino entre los ingenieros electrónicos y computacionales del área de la bahía de Boston. Algunos académicos de ese entorno comenzaron a preguntarse por las interacciones entre los componentes materiales de un sistema vivo que hace (como en cualquier máquina fabricada por humanos) que funcionen como funcionan.
Para ello hay que abordarlos no con una perspectiva evolutiva (como es habitual entre los biólogos), sino con abstracciones y métodos de análisis tomados de la electrónica, la manufactura industrial y la computación, junto con sus correspondientes herramientas matemáticas. Y así nace la biología sintética, que es, nada más y nada menos, que mirar a los sistemas vivos y su complejidad a través de la lente de la ingeniería.
Como piezas de LEGO
Con esa perspectiva, cualquier sistema biológico, por complicado que sea, se puede descomponer en un conjunto finito de módulos y dispositivos. Estos a su vez se pueden dividir en partes con formatos, conectividades y funcionalidades definidas, todas ellas codificadas en secuencias de ADN.
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Y aquí viene la proposición más novedosa (e inquietante) de la biología sintética: con esa misma lógica y jerarquía de partes, dispositivos, módulos y sistemas, uno puede reconectar de forma racional esos ingredientes biológicos de una forma distinta para dar lugar a propiedades no existentes antes en la naturaleza. Es como descomponer una máquina hecha con piezas de LEGO y construir con ellas otra máquina distinta.
De esta forma, la relación de la ingeniería con la biología deja de ser metafórica (como en la ya clásica
ingeniería genética) para convertirse en una verdadera metodología constructiva y deconstructiva de los objetos vivos. Si nuestros antepasados usaban la madera de los árboles para hacer vigas y casas, la biología sintética emplea partes biológicas codificadas en el ADN para construir racionalmente ítems biológicos con propiedades distintas a las ya existentes.
La utilización de
bacterias como un film fotográfico, como
sensores ópticos de minas antipersonales o como
productores de combustibles son solo algunos ejemplos tempranos de ese enorme potencial.
Este nuevo marco conceptual tiene sus raíces en la biología molecular (iniciada por los físicos después de la Segunda Guerra Mundial) y la biología de sistemas (la comprensión matemática de la complejidad biológica), pero diverge de ellas porque su agenda no es
entender, sino
hacer.
Esto la convierte en una especie de tercera ola de la
biotecnología tras la primera, antes del ADN recombinante, y la segunda, iniciada con el desarrollo de las técnicas de clonación a mediados de los 1970. En ese sentido, la biología sintética permite que la biotecnología cumpla su agenda definitiva y se convierta en un tipo más de ingeniería.
Comprender el origen de la vida
Aunque estos principios generales tienen muchas ramificaciones, la biología sintética viene sobre todo en dos sabores. Uno, como herramienta para contestar preguntas fundamentales, siguiendo la famosa afirmación póstuma del físico
Richard Feymann de que “lo que no puedo crear, no lo entiendo”. Es decir, que la reconstrucción racional de un sistema es la prueba definitiva de que comprendemos su funcionamiento.
No en vano, una rama muy importante de este campo persigue
construir células en el laboratorio a partir de precursores simples como una forma de entender el origen de la vida (y, de paso, revisando críticamente los experimentos de
Louis Pasteur sobre la generación espontánea).
[caption id="attachment_92787" align="alignnone" width="804"]

Los dos caminos para mapear la transición de la no-vida a la vida. Author provided[/caption]
Algunos plantean que la creación de vida en el laboratorio es el
Proyecto Manhattan (el que condujo a la fabricación de la bomba atómica) de la biología. Aunque cuando se consiga, más temprano que tarde, el impacto en los diversos sistemas de creencias será mucho menor que el que muchos anticipan.
Tejidos con colores programados genéticamente y otras aplicaciones
Pero lo más llamativo de la biología sintética no es tanto responder a preguntas fundamentales, sino llevar a la biotecnología a niveles de eficacia sin precedentes y expandir su aprovechamiento mucho más allá de las aplicaciones tradicionales en medicina y agricultura.
Esto es posible gracias a la capacidad creciente de escribir secuencias de ADN con instrucciones nuevas que son interpretadas como
software por un recipiente biológico, ahora renombrado “chasis” en la jerga del campo. Esto permite una reprogramación deliberada de los sistemas vivos no solo en su capacidad de producir compuestos de interés, sino también en su morfología física, sus movimientos y sus programas de desarrollo macroscópico.
Las posibilidades abiertas por esta capacidad de reescribir el ADN son inmensas y los campos de aplicación, ilimitados: desde los productos textiles funcionalizados (por ejemplo,
sustitutos del cuero animal con colores programados genéticamente) a la
bioarquitectura con tecnologías microbianas, pasando por supuesto por la
medicina y la
agricultura.
Un coro de voces críticas
Todas estas ideas y tecnologías han sido recibidos con entusiasmo por algunas comunidades científicas y técnicas, en especial la biotecnológica. Pero también
con escepticismo, si no con hostilidad, por otras.
Parte del
establishment académico, sobre todo en Europa, no se siente cómoda con que la biología sea invadida (y mucho menos explicada) por disciplinas ajenas a las tradicionales ciencias de la vida.
Otros opositores a la biología sintética (herederos del activismo contra los organismos genéticamente modificados) tienen motivaciones fundamentalmente políticas. Argumentan que este campo no es más que una nueva herramienta al servicio del neoliberalismo y de la explotación sin freno de la naturaleza en beneficio de unos pocos.
Algunos también levantan objeciones éticas sobre la desacralización de la vida que va implícita en el discurso de esa disciplina. Asimismo, llueven las críticas desde la perspectiva de los riesgos asociados a generar nuevos agentes biológicos, su seguridad y el posible uso malévolo de la tecnología.
Hay algo de todo esto en el ecosistema que se está formando alrededor del nuevo campo. Pero también es cierto que, gracias a nuestro aprendizaje del lenguaje y la lógica de lo vivo y su inmensa capacidad de resolver problemas con mecanismos evolutivos, pasemos pronto de los intentos actuales de tecnificar la biología a ver una creciente
biologización de la tecnología en beneficio de la sostenibilidad.
Como toda nueva ola científico-técnica, el diablo está mucho más en los detalles de su utilización que en la cosa en sí misma.
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Quizás sea una de esas mujeres que se ha dado de bruces contra la realidad cuando, a pesar de tener instinto materno, se ha encontrado perdida y confundida ante la llegada de su bebé. Puede que incluso no haya sentido esa felicidad radiante de la que tanto le han hablado a lo largo de su vida. Tranquila: probablemente no le ocurra nada enfermizo ni patológico. Bienvenida a la maternidad real.
Y, por supuesto, felicidades si usted es de ese grupo de madres que sí están pletóricas. ¡Aproveche el momento!
Mucho se ha especulado y bastante poco se ha investigado acerca de lo que le pasa a las mujeres durante la época del embarazo y del parto, si bien en los últimos años existe un creciente interés en conocer los cambios
neurobiológicos, psicológicos y contextuales que confluyen durante la etapa perinatal.
Torbellino de cambios y emociones
En primer lugar, la evidencia científica muestra el papel de los
factores genéticos y epigenéticos durante la gestación y los cambios experimentados en el cuerpo y
el cerebro de la madre que
la preparan para atender y vincularse con su futuro bebé. Uno de los factores que más contribuyen a esta eclosión tiene que ver con el torrente hormonal; de ahí esos cambios de humor tan característicos.
En segundo lugar, durante este periodo hay que tener muy en cuenta la
personalidad de la mujer (por ejemplo, si presenta un elevado neuroticismo), el estilo de apego ansioso, sus expectativas, carencias, anhelos y percepciones de la realidad, de sí misma y de su papel futuro como madre.
No menos importante es la influencia del contexto, de eventos estresantes que pueden llegar (un despido, un fallecimiento, una enfermedad, una ruptura de pareja…) en el momento más inoportuno. Todos estos factores –biológicos, psicológicos y coyunturales– pueden socavar los ánimos de la gestante.
Un grave obstáculo para la crianza
Pero cuando hablamos de depresión posparto, ¿a qué nos referimos exactamente? Es un trastorno mental que se inicia habitualmente durante el embarazo y eclosiona en las semanas inmediatas al parto.
Una de cada diez mujeres experimenta este estado de ánimo patológico, aunque la cifra varía según el contexto socioeconómico, con mayores tasas en países con rentas más bajas.
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matrescencia, a menudo es silenciado por la vergüenza de no sentir la felicidad idealizada o por experimentar una crisis vital.
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No pocas mujeres refieren que, lejos de tratarse de un periodo de plenitud, lo perciben como una carga, un castigo o una barrera en su desarrollo profesional, social y personal. En ocasiones, este malestar o disonancia puede etiquetarse incorrectamente como depresión posparto.
Porque lo que la mayor parte de las mujeres experimentan es un periodo de malestar emocional o disforia posparto conocido como
baby blues. A ojos de una persona ajena al gremio sanitario, podría confundirse con un trastorno afectivo, pero es bastante diferente.
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baby blues suele aparecer entre la primera y la tercera semana posparto. Puede manifestarse con fluctuaciones en el estado de ánimo o ganas de llorar, pero no produce cambios relevantes en la autoestima.
Aunque la mujer no duerma como antes, puede hacerlo según el ritmo del bebé. La sensación de cansancio mejora o se elimina con el descanso y, sobre todo, la madre es capaz de sentir placer, alegría e ilusión.
Por contra, la depresión comienza a dar señales habitualmente durante el embarazo y genera un estado de ánimo decaído, triste, desesperanzado. La afectada tiene una baja autoestima, puede sentirse fracasada o incapaz como madre y exhibe una culpa exagerada.
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