Autoría
Jefe del Área de Investigación en Vacunas, Fisabio
Tengo 65 años y este año ya me han puesto la vacuna de la covid, la de la gripe y otra de neumococo… ¿Y encima ahora me dicen que me toca la vacuna de herpes zóster? ¿De verdad es necesario?
La respuesta es un rotundo sí. Una de cada tres personas padeceremos herpes zóster, y es esencial tomar medidas para prevenirlo. Sobre todo en edades avanzadas.
¿Qué es el herpes zóster?
Después de la adolescencia, la mayoría de las personas de todo el mundo o hemos pasado la varicela o nos han vacunado frente a ella.
Esta enfermedad la causa el virus de la varicela-zóster (VVZ), un herpesvirus que una vez pasada la varicela tiene la capacidad de quedarse “dormido” o latente en nuestro organismo. Cuando las defensas bajan, el virus se reactiva y produce el herpes zóster.
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En concreto, el virus de la varicela se acantona en los ganglios dorsales, unos nidos producidos por el cúmulo de los cuerpos de las neuronas sensoriales, es decir, las que transmiten sensaciones como el dolor o el calor.
Cuando el virus se reactiva, desciende por los nervios sensoriales produciendo unas lesiones en la piel parecidas a las de la varicela. La diferencia es que se localizan en la zona que inerva el nervio. Además de las lesiones en la piel, provoca una irritación del nervio dando lugar a un dolor neuropático, que no mejora con los analgésicos habituales.
Dolores intensos y duraderos
En España se diagnostican entre 150 000 y 200 000 casos de herpes zóster cada año. Es más frecuente cuando bajan las defensas. Y eso puede ocurrir como consecuencia de ciertas enfermedades o, sencillamente, como consecuencia del paso de los años. Especialmente a partir de los 50 o 60 años, que es cuando se produce una pérdida de inmunidad asociada a la edad llamada inmunosenescencia. Esta es más intensa en mujeres y en personas con enfermedades crónicas como diabetes, enfermedades respiratorias, renales o del corazón.
El herpes zóster puede provocar un dolor intenso que afecta mucho a la calidad de vida. Uno de los primeros casos que vi era una mujer de 60 años que me decía que temía ir a la cama porque solo el contacto de la sábana con la zona del herpes le producía un dolor intenso, como si le rociaran con agua hirviendo. Como no podía ser de otra manera, esto se acompañaba de insomnio y dificultad para realizar las tareas diarias, que acabó con un aislamiento social al no querer salir de casa y le llevó a una depresión importante.
El dolor del herpes zóster puede durar entre 15 días y 3 meses. Ocasionalmente dura más y es lo que se llama neuralgia posherpética, un dolor neuropático e invalidante que puede extenderse incluso uno o dos años. Esta es una complicación frecuente y temida por lo que afecta a la vida de quien lo padece, siendo la causa más frecuente de dolor neuropático atendido en las clínicas de dolor. Y la probabilidad de esta complicación aumenta con la edad: en personas mayores de 80, hasta una de cada dos con zóster puede desarrollarlo.
Además de la neuralgia posherpética, hay otras complicaciones neurológicas importantes, como la encefalitis. Para colmo, recientemente se ha descrito cómo el herpes zóster provoca alteraciones vasculares que incrementan en un 55 % el riesgo de accidentes vasculares cerebrales en el año siguiente a la aparición del zóster y más de un 30 % de infartos de miocardio. El herpes también puede provocar sordera o ceguera.
¿Por qué debemos protegernos?
Recientemente se ha autorizado una nueva vacuna –Hz/su (Shingrix)– para la prevención del herpes zóster. Lleva el componente antigénico, que es una glicoproteína similar a la del virus, y un adyuvante que actúa como potenciador de la inmunidad. Así la respuesta del organismo al antígeno es más alta y duradera.
En los ensayos clínicos, en los que participó España muy activamente, se demostró que previene 9 de cada 10 casos de herpes zóster en personas mayores de 50 años. Otro detalle a tener en cuenta es que es igual de eficaz en todas las edades, lo que significa que la inmunosenescencia no afecta a la eficacia de la vacuna. También se ha comprobado su elevada eficacia en personas con enfermedades que producen inmunodepresión grave.
Además, la duración de la protección es elevada. En un seguimiento de hasta diez años se ha visto que la protección prácticamente no decae con el paso del tiempo.
Dada la gran eficacia de la vacuna y el impacto del herpes zóster, el Ministerio de Sanidad de España ha recomendado la vacunación en todas las personas con grandes inmunodeficiencias (VIH, trasplante de órgano sólido, tumores sólidos en tratamiento con quimioterapia…) y en las personas de 65 años a partir de 2022. En función de la disponibilidad de dosis, se captará y vacunará en los años siguientes a quienes cumplen 80 y se descenderá de edad hasta alcanzar a los que se vacunaron a los 65.
En los EE. UU. llevan administrando esta vacuna 5 años, habiendo demostrado una elevada efectividad que se mantiene con la edad, con muy buen perfil de seguridad.
Para que la vacuna funcione se debe administrar en dos dosis. El intervalo entre dosis recomendado es de 2 a 6 meses, aunque puede ser de un mes en personas con gran inmunodeficiencia.
El adyuvante produce una inflamación que mejora la respuesta a la vacuna. Eso explica por qué la vacuna provoca algo de reacción, fundamentalmente enrojecimiento y dolor en la zona de la inyección. También es habitual que aparezcan efectos secundarios como fiebre baja, dolor de cabeza o dolores musculares, pero duran poco y mejoran con paracetamol.
Esta vacuna, por su gran eficacia y duración, es la primera vacuna del adulto que se comporta como una vacuna infantil. Si vacunamos a todos los niños para mejorar su salud, ¿por qué no nos vamos a vacunar los adultos?
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