En fechas recientes platicaba con un colega médico, querido amigo, acerca de la transformación que viene dándose en la medicina de primer nivel en países desarrollados. En Norteamérica –menciona—la tendencia es a pasar de la entrevista inicial con la enfermera, a un kiosco digital donde el propio paciente va identificando y dando clic a cada uno de los signos y síntomas de su cuadro clínico, mediante un diagrama de flujo que le derivará al diagnóstico presuntivo y los pasos subsecuentes en su manejo.
Para muchos jóvenes esta forma de consultar una base de datos es parecida a la de revisar en línea muchas otras cosas. Tal vez a los mayores sí nos represente una modalidad que no termina de convencernos. Aun así, en ambos casos, hay algunas cuestiones que vale la pena revisar:
El doctor José Luis Marín, médico psiquiatra y psicoterapeuta español, en un seminario de formación en psicoterapia para médicos, insistía en revisar al enfermo –cualquier enfermo que viene a consulta—de manera integral, como un ente bio-psico-social cuya sintomatología física tiene mucho que ver con lo intangible. Ya porque lo anímico provoque somatización, ya porque el mal físico tenga sus repercusiones emocionales en el paciente. Con mucho acierto criticó el sistema tradicional hospitalario en el que nombramos, no a los pacientes sino a sus enfermedades al referirnos a ellos, por ejemplo: “La cirrosis de la cama 243, o el enfisema de la 118”. Y del mismo modo, en muchas ocasiones, el médico atiende al paciente sin acaso voltear a verlo, con la mirada puesta en la papelería, la tableta o la computadora. Y con el mínimo contacto físico, ya que la exploración suele obviarse. Él refiere que se tiende a efectuar una curación por departamentos desvinculados, en lugar de abarcar a la persona humana como un todo. Hace hincapié en que el ser humano está enfermo por falta de vocabulario. Al no poder externar de la mejor manera ciertos estados anímicos, estos afloran como síntomas físicos, socialmente más aceptables.
Por su parte Abraham Verghese, médico, autor y catedrático etíope, actualmente radicado en la Unión Americana, describe la exploración física en la consulta como un ritual de gran importancia para el paciente, y de elevada satisfacción para el médico, dado su papel en la conexión humana. Se restablece la ancestral comunicación entre el que narra desde dentro y el que escucha de manera atenta. Más allá de un enfoque único a la biología molecular, lo compartido a través de un flujo de conciencia que avanza entre dos personas, en uno y otro sentido, para alivio final del sufrimiento humano. Es, a partir de este enfoque, como la medicina integral apuesta por la recuperación física, así como el bienestar emocional y espiritual del paciente.
El propio doctor Marín expresa en una sentencia lo que me parece una gran verdad: “Lo que no decimos no se muere. Lo que no decimos nos mata.” Sugiere actuar siempre frente al paciente con el pensamiento hipocrático muy en alto, pensando en curar a veces, aliviar a menudo y consolar siempre, visualizando la medicina como la más humana de las artes, la más artística de las ciencias y la más científica de las humanidades.
Un libro que recién comencé habla del papel que ha alcanzado la soledad en el mundo, en particular a partir de la pandemia por COVID19, y de la forma como esta llega a influir en el pensamiento, las acciones y las interacciones humanas. Se intitula “El siglo de la soledad”, su autora es la norteamericana Noreena Hertz. Sus conceptos me resuenan mucho al revisar la actual tendencia de la práctica médica en un escenario de tecnología avanzada, en el que –efectivamente—la medicina basada en evidencias se aproxima mucho más al enfoque científico para determinar las causas, la evolución y el manejo de los padecimientos, aunque por otra parte se aleja de la vinculación médico-paciente que provee de una atención integral al enfermo. Los médicos nos vamos convirtiendo en técnicos diestros, muchas de las veces dejando de lado ese aspecto que otorgaba al galeno una condición particular solo compartida con el confesor, una misión sagrada que lo distinguía de entre todos los demás profesionales.
La enfermedad y el temor van siempre asociados, sea porque un temor profundo se somatiza, sea porque la enfermedad orgánica genera una serie de emociones entre las que destacan el miedo y la angustia: a perder calidad de vida, a limitar nuestras capacidades, o a morir. En cualquiera de estos casos el médico ha de abordar, tanto el mal corporal como las emociones que conlleva.
Nos atemoriza pasar a vivir en un mundo de robots que conduzca a la pérdida de los principios humanos relacionados con la vida, y de los valores supremos que representa la figura del médico de cabecera, pieza fundamental en la conformación de sociedades sanas y prósperas.
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