1 de diciembre: un recordatorio vivo en la lucha contra el VIH

Hoy el VIH ya no es la sentencia de muerte que representó en los años ochenta. Vivir con VIH puede ser sinónimo de una vida plena, larga y saludable. Sin embargo, la brecha

2 de diciembre, 2025 sida02

Hace 25 años falleció mi tío Jorge, víctima de VIH (mejor conocido en ese tiempo como SIDA: Síndrome de inmunodeficiencia adquirida). En aquel tiempo era imposible para las familias aceptar que uno de sus miembros se infectara. Era secreto y vergonzoso, poco se sabía de las causas y había más suposiciones que certezas, mucho menos sabíamos cómo cuidar a un paciente, qué esperar y qué medidas tomar. Te decían que no entraras a su habitación, que no lo tocaras, me imagino que por ignorancia quienes lo cuidaban no supieron darle la alimentación requerida. Su agonía fue tremenda. Lo vi apagarse cada día. Vi cómo su cuerpo de un hombre joven, sano, deportista se iba consumiendo, descomponiéndose. Primero perdió el pelo, fue bajando muchísimo de peso, se llenó de llagas en la piel, se le cayeron los dientes, al final era increíble que estuviera vivo en ese cuerpo tan deteriorado.

Yo poco sabía, como todos, pero intenté informarme e hice todo lo posible para que no tuviéramos miedo de estar cerca de él, de tocarlo y abrazarlo, de acompañarlo y darle el más cariño que se pudiera. Finalmente después de una larga agonía falleció ¿De qué? De desnutrición, de sed, de olvido, de vergüenza y de tristeza. De sentir que le había fallado a su familia, que tal vez merecía ese castigo, que ojalá ese dolor resumiera los pecados que lo habían llevado a ser merecedor de semejante tortura.

Hoy afortunadamente sabemos mucho más de esta enfermedad y de quienes la padecen.

Cada 1 de diciembre el mundo vuelve la mirada hacia una pandemia que transformó la salud pública, sacudió estructuras sociales y despertó luchas por la dignidad, la ciencia y los derechos humanos: el VIH. Aunque han pasado más de cuatro décadas desde los primeros casos identificados, esta fecha sigue siendo necesaria. No sólo para recordar a quienes han fallecido o viven con el virus, sino para confrontar la persistente desigualdad, la desinformación y el estigma que aún rodean al VIH en pleno siglo XXI.

Hoy el VIH ya no es la sentencia de muerte que representó en los años ochenta. Los avances científicos han sido extraordinarios: tratamientos antirretrovirales capaces de suprimir el virus a niveles indetectables —y por lo tanto intransmisibles—, terapias cada vez más sencillas y accesibles, e incluso medicamentos preventivos como la PrEP y la PEP. La evidencia es contundente: vivir con VIH puede ser sinónimo de una vida plena, larga y saludable. Sin embargo, la brecha entre lo que la ciencia permite y lo que la sociedad acepta sigue siendo profunda.

En muchos países, incluido México, el estigma y la discriminación continúan siendo barreras tan fuertes como las propias condiciones médicas. Persisten mitos que la información científica ha desmentido una y otra vez: que el virus se contagia por contacto casual, que sólo afecta a ciertos grupos, que representa un “castigo” moral o que quien vive con VIH debe ocultarlo como una falta. Las consecuencias de estas creencias son devastadoras: dificultan el acceso a pruebas, retrasan diagnósticos, aíslan a personas y perpetúan desigualdades.

Por eso este día no es sólo un acto simbólico; es un espacio político, social y humano. Es un llamado a fortalecer la educación sexual integral, que sigue siendo insuficiente o inexistente en amplios sectores de la población; a reconocer que la prevención no es sólo responsabilidad individual: implica políticas públicas robustas, servicios de salud accesibles y campañas permanentes que hablen con claridad, sin prejuicios y sin moralismos.

También es un recordatorio de que el diagnóstico oportuno salva vidas. En México se estima que una proporción importante de personas con VIH no sabe que lo porta, lo que incrementa riesgos de complicaciones y perpetúa cadenas de transmisión no intencional. Normalizar la prueba rápida como parte de la salud rutinaria tan común como medir la presión o el colesterol es una de las estrategias más efectivas para romper ese círculo. El miedo a la prueba, más que el virus mismo, sigue siendo uno de los grandes obstáculos.

Pero este día también es un homenaje a las comunidades que han sostenido la lucha: activistas, organizaciones civiles, personal de salud y personas que, desde su experiencia propia, han transformado la narrativa del VIH. Gracias a ellas se conquistaron derechos como el acceso universal a tratamientos, la confidencialidad del estado serológico y la prohibición de prácticas discriminatorias en el trabajo o la atención médica. La lucha contra el VIH es también una lucha por la dignidad.

Hoy, en un mundo que enfrenta nuevas crisis sanitarias, guerras y desigualdades crecientes, el VIH podría parecer un problema del pasado. Pero mientras exista una sola persona sin acceso a diagnóstico, tratamiento o acompañamiento digno, la lucha sigue siendo urgente. El 1 de diciembre no es una fecha para recordar tragedias, sino para reafirmar nuestro compromiso con la vida, la ciencia y la solidaridad.

La meta no es sólo reducir contagios; es construir una sociedad donde vivir con VIH no implique miedo, silencio ni exclusión. Donde las políticas públicas estén guiadas por la evidencia y no por la moral. Donde la empatía sea tan cotidiana como la información. Ese es el verdadero significado de este día mundial: no mirar hacia atrás, sino hacia un futuro donde el VIH ya no sea un estigma, sino un capítulo superado de la historia humana.

Siempre lo mejor será la prevención que no implica abstinencia sexual sino uso adecuado de preservativos de barrera como el condón qué es la única forma de estar a salvo de enfermedades por contacto sexual y embarazos no deseados, un método sencillo de usar, muy económico y al alcance de todos. Pero sobre todo sanar nuestra mente, entender que cualquiera podría ser víctima de esta enfermedad que más que afectar a quien se contagia afecta a una sociedad que sigue viviendo con prejuicios e ignorancia.

La xenofibia es sin duda el padecimiento más grave al que se enfrentan las personas que han tenido el infortunio de infectarse y es tarea de todos derrumbar y superar los prejuicios que hace cuatro décadas hicieron de esta pandemia más que una enfermedad una condena social.

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