El inflamasoma, un factor clave y poco conocido de la infertilidad humana

Autoría Sylwia Dominika Tyrkalska Investigadora Postdoctoral, Universidad de Murcia Antonios Georgantzoglou Especialista en Análisis de Imagen, University of Copenhagen Carmen Álvarez Santacruz Médico Especialista en Otorrinolaringología y Cirujana de Cabeza y Cuello, Investigadora predoctoral, Universidad de Murcia...

25 de abril, 2023 El inflamasoma, un factor clave y poco conocido de la infertilidad humana

Autoría

Investigadora Postdoctoral, Universidad de Murcia

Especialista en Análisis de Imagen, University of Copenhagen

Médico Especialista en Otorrinolaringología y Cirujana de Cabeza y Cuello, Investigadora predoctoral, Universidad de Murcia

Investigador Saavedra Fajardo, Universidad de Murcia

Catedrático de Biología Celular, Universidad de Murcia

 

Ahora que la covid-19 empieza a estar bajo control, la infertilidad aparece en el horizonte como una nueva pandemia que puede ser todavía más peligrosa para el futuro de la humanidad. Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada seis personas adultas padece esterilidad en el mundo.

Se habla mucho de los problemas demográficos y económicos que supondrá la baja natalidad en los países occidentales en un futuro cercano, y de cómo el estilo de vida actual desincentiva la reproducción. Sin embargo, la población apenas está informada sobre las causas de los problemas de fertilidad que truncan los planes de muchas personas que sí deciden tener descendencia pero no pueden.

Además, casi ningún sistema de salud público del mundo financia las soluciones disponibles actualmente para prevenir, diagnosticar y tratar la infertilidad, por lo que las personas afectadas tienen que afrontar unos gastos elevadísimos.

¿Por qué se produce?

La infertilidad se define como una enfermedad del sistema reproductivo, femenino o masculino. Se diagnostica ante la imposibilidad de conseguir un embarazo después de mantener relaciones sexuales habituales como mínimo doce meses sin usar métodos anticonceptivos.

Sus causas son múltiples, y entre ellas se cuentan la edad (la fertilidad femenina disminuye gradualmente a partir de los 30 años); factores ambientales como el estrés, la contaminación, el consumo sustancias tóxicas o la depresión; o las infecciones de transmisión sexual, desencadenadas por diversos virus, bacterias y hongos.

Tampoco hay que olvidar los factores genéticos y las patologías derivadas de ellos. El envejecimiento de los ovarios, el daño testicular asociado a varicocele (dilatación de las venas del escroto), la endometriosis, el síndrome del ovario poliquístico o el aborto espontáneo de repetición son solo algunos ejemplos de estos trastornos que dificultan la reproducción. Y todos tienen un punto en común: la inflamación desempeña un papel muy importante.

 

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Y aquí llega el inflamasoma

La inflamación es una respuesta inmunitaria normal de una parte de nuestro cuerpo a una herida, lesión o infección. Este proceso suele acabar al poco de producirse el daño, ya que en caso de mantenerse durante un tiempo prolongado puede ocasionarnos los inconvenientes ya conocidos de las enfermedades inflamatorias crónicas.

Hoy se sabe que mantener el equilibrio entre los mediadores que promueven y evitan la inflamación es fundamental para mantener una fertilidad efectiva.

Teniendo en cuenta las bases moleculares de todos los procesos inflamatorios que pueden afectar a nuestra capacidad de reproducirnos, la contribución del inflamasoma es la que más inadvertida ha pasado durante años. Hablamos de un complejo formado por el ensamblaje de muchas proteínas que se encuentra en el citosol, el líquido interno de nuestras células.

El inflamasoma forma parte de nuestro sistema inmunológico innato, y su función es activarse cuando reconoce señales de daño o infección e iniciar procesos inflamatorios como respuesta. Clasificado en distintos tipos según cuál sea la proteína “sensora” que identifica dichas señales, el NLRP3 es el más conocido y estudiado.

Puesto que los inflamasomas juegan un papel fundamental en la iniciación de las respuestas inflamatorias, cualquier alteración en su funcionamiento puede llevar al desarrollo de enfermedades. Y son precisamente esos desequilibrios en la actividad del NLRP3 los que se han asociado a la aparición de dolencias inflamatorias, como las anteriormente citadas, que afectan a nuestra fertilidad.

La activación excesiva de este inflamasoma produce piroptosis, un tipo de muerte celular programada en respuesta a patógenos intracelulares que genera una gran cantidad de factores proinflamatorios.

Cuando el NLRP3 “sobreactúa”

Diversos estudios han puesto de manifiesto que la “sobreactuación” del inflamasoma NLRP3 juega un papel importante en varios procesos relacionados con la reproducción, como los siguientes:

En resumen, el inflamasoma desempeña un papel fundamental en el origen de muchos trastornos inflamatorios asociados con un aumento de la infertilidad, tanto en hombres como en mujeres. Entender cómo actúan estos elementos del sistema inmunológico será esencial para buscar nuevas dianas terapéuticas y tratamientos.

 

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Autoría

C

Grupo de Investigación en Gestión y Entrenamiento Deportivo, Universidad de Alcalá

Profesor Ayudante Doctor. Educación física y deportiva - Fisiología del ejercicio, Universidad de Alcalá

Beca de Iniciación en la Actividad Investigadora, Universidad de Alcalá

  Todos estamos de acuerdo en que si un deportista alcanza o no el máximo nivel depende, en gran medida, de su preparación física y su alimentación. Sin embargo, somos poco conscientes de la relación directa entre el rendimiento deportivo y el sueño. Las horas de descanso y la calidad del sueño lo convierten en un elemento esencial que, si se altera, puede afectar a la salud mental y física, al aprendizaje, al desarrollo de nuevas habilidades motorasa la toma de decisiones y a la probabilidad de ganar peso. Un sueño insuficiente en tiempo o calidad reduce el rendimiento físico de cualquier persona, especialmente en aquellos deportes en los que se requiere un tiempo de reacción rápido o producen una fatiga importante a lo largo del tiempo. A esto se le suma que, si no se descansan las horas mínimas de sueño, se altera el rendimiento cognitivo.

Los deportistas pasan más horas en la cama, pero tardan más en conciliar el sueño

Aunque cada persona necesita un periodo de tiempo diferente para sentirse descansado, existen ciertas recomendaciones acerca del tiempo de sueño total óptimo según franjas de edades. Para los adultos jóvenes (entre 18 y 25 años) y los adultos de edad media (26 a 64 años) se recomienda dormir entre 7 y 9 horas. En el caso de los adultos mayores (a partir de 65 años) es algo menor, entre 7 y 8 horas. Y para los deportistas se recomiendan de 9 a 10 horas de sueño. No estamos demasiado lejos de cumplir estas recomendaciones. En población sana, la duración media del sueño autorreportada es de 6 horas y 48 minutos entre semana y 7 horas y 24 minutos en fines de semana. En atletas de élite de diferentes modalidades estos valores son algo superiores: 8 horas y 36 minutos durante periodos de entrenamiento (no competitivos).  

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  Sin embargo, aunque los atletas pasan más tiempo en la cama que el resto de la población, el tiempo total de sueño es similar porque los atletas tardan en quedarse dormidos (18 minutos frente 5 minutos). Además, la calidad o eficiencia de su sueño es peor, algo nefasto teniendo en cuenta las demandas físicas y cognitivas a las que están sometidos. Cuando tiene lugar una competición, la cosa empeora. Por un lado, porque al aumentar la preocupación y el nerviosismo duermen peor. Pero es que, además, cuando el deportista tiene que desplazarse a otra ciudad para competir aparecen dificultades añadidas como un entorno inusual o un aumento de ruido nocturno. Todo esto lleva a que los atletas experimenten problemas para quedarse dormidos y una peor calidad del sueño, además de despertarse más a menudo por la noche o madrugar más de lo necesario. Por todo ello, cada vez son más los deportistas que identifican el déficit de sueño como su principal causa de cansancio y bajada de rendimiento. Para compensarlo, sería útil promover entre la población de deportistas unos hábitos saludables que engloben, al menos, no irse a la cama tarde, evitar el consumo de alcohol y de estimulantes como la cafeína y abstenerse de utilizar dispositivos electrónicos antes de acostarse.

Treinta minutos de siesta ayudan, mejor si son noventa

Si unos correctos hábitos de sueño son insuficientes, la siesta puede convertirse en un gran aliado para contrarrestar la falta de sueño nocturno. En situaciones extremas de privación de sueño, en las que los deportistas descansan únicamente cuatro horas, se ha observado que 30 minutos de siesta no solo reduce la somnolencia y aumenta estado de alerta, sino que mejora el rendimiento de esprint. Incluso con solo 20 minutos de siesta se han observado mejoras en la recuperación de esfuerzos y en el rendimiento cognitivo, algo especialmente importante cuando se está aprendiendo una habilidad o se trabaja la estrategia de un deporte. Los efectos beneficiosos de la siesta parecen ser superiores si dura 90 minutos. En definitiva, si un deportista desea progresar en su entrenamiento y aumentar su rendimiento, debería adoptar unos buenos hábitos de sueño estableciendo una rutina antes de irse a dormir, realizando siempre las mismas actividades previas y en el mismo horario. Además, debe mantener su zona de descanso ventilada, tranquila y con oscuridad suficiente; evitar entrenar, competir o ingerir alimentos las dos o tres horas antes de irse a la camalimitar el consumo de alcohol o estimulantes como la cafeína o el té y no emplear dispositivos electrónicos en la hora previa a descansar. Si aun así los entrenamientos o la competición alteran su sueño, no hay nada mejor que programar una siesta de 20-90 minutos durante el día. Esa siesta puede prevenir lesiones o incluso resultar determinante para ganar una competición o partido.  

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Autoría

Guido Corradi

Profesor de percepción y atención, Universidad Camilo José Cela

  ¿Recuerda la última vez que usó un baño público? Es decir, cualquier baño que no sea el del confort del hogar. Todos, en algún momento de nuestra vida, nos vemos en la necesidad de usarlos. Y, en general, no suelen traer buenas experiencias. Los baños públicos no siempre cubren nuestras necesidades. Hoy día, gracias a la investigación, sabemos que incluso pueden afectar negativamente a diferentes aspectos de nuestra vida. En especial a personas que, por diversos trastornos de salud, dependen de ellos. ¿Dónde están? Normalmente, al fondo a la derecha del establecimiento, escondidos, tanto literal como metafóricamente. Las consecuencias de no darle la importancia que realmente tienen es su paulatina desaparición y el descuido continuo de su limpieza. A veces se encuentran en condiciones realmente deplorables. Para identificar las experiencias negativas en los baños públicos entrevistamos a aquellos que con más frecuencia los usan. Es decir, personas con enfermedades inflamatorias intestinales, entre las que se incluyen la enfermedad de Crohn y la colitis ulcerosa. Las situaciones desagradables a las que se enfrentan son variadas: desde establecimientos que ponen trabas para su uso hasta la presencia de suciedad, la escasa higiene o la falta de intimidad.  

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Peor calidad de vida

Los resultados nos muestran que existe una relación entre esos eventos negativos y el descenso de calidad de vida. Además, detectamos que estas experiencias negativas suelen verse afectadas por la clase social: se producen con más frecuencia en personas con bajos ingresos económicos y menor nivel educativo. En línea con investigaciones previas, también se encontró que la (mala) relación con los baños públicos está condicionada por el género: hubo más experiencias negativas por parte de mujeres que de hombres, quizá relacionado con necesidades diferentes que habitualmente no son tenidas en cuenta. [caption id="attachment_92784" align="alignnone" width="748"]Komsan Loonprom / Shutterstock Komsan Loonprom / Shutterstock[/caption] Esta carga es especialmente pesada para personas que no pueden posponer el uso del baño, o posponerlo implica un gran dolor y malestar. Hay diversas dolencias médicas que generan esta situación: enfermedades intestinales, urogenitales, efectos secundarios de medicaciones, etc. Y todas implican la dependencia de baños públicos cuando estamos fuera de casa. Otro estudio de nuestro equipo muestra que podemos relacionar específicamente estas situaciones negativas con el aumento de la vergüenza relacionada con su dolencia. Esta vergüenza relativa a la propia enfermedad se relaciona con peores resultados de salud, ya que, por ejemplo, se reduce la búsqueda de ayuda o apoyo en el entorno. Y no acaba ahí la lista de problemas asociados a los baños públicos. Por ejemplo, las personas trans y queer se enfrentan a dificultades para acceder al baño como consecuencia de la transfobia. Y se ha detectado una evidente proliferación de problemas de urogenitales fruto de aguantar las ganas de ir al baño en el centro de trabajo o de no adaptar los centros educativos a las necesidades de la infancia.

Hay que hablar de baños públicos

Un sistema de baños públicos deficiente es una losa sobre los hombros de todos que puede afectar a la calidad de vida y la salud. Pero no todo está perdido: evaluar la situación y tomar consciencia del problema es el primer paso para un horizonte donde tengamos baños de calidad para todos, que respeten las necesidades de cada individuo. Una cosa está clara: hay que hablar de baños públicos y dejarlo de hacer a escondidas. Debemos exigir nuestro derecho básico a no tener que esperar a llegar a casa para ir al baño.  

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