Acné: pros y contras de los tratamientos

Ramon Grimalt  Profesor agregado del Departamento de Medicina. Facultat de Medicina i Ciències de la Salut., Universitat Internacional de Catalunya Piel grasa, puntos negros y blancos, manchas rojas, granos rojos, espinillas llenas de pus y, a veces,...

18 de abril, 2023 Acné: pros y contras de los tratamientos

  Profesor agregado del Departamento de Medicina. Facultat de Medicina i Ciències de la Salut., Universitat Internacional de Catalunya

Piel grasa, puntos negros y blancos, manchas rojas, granos rojos, espinillas llenas de pus y, a veces, quistes de gran tamaño. Este es el cuadro característico del acné, una enfermedad que suele aparecer en la pubertad y que a menudo no solo hace mella en la epidermis, sino también en la autoestima de quien lo sufre.

Es muy común: afecta al 85 % de jóvenes. En la mayoría de casos tiende a resolverse al final de la adolescencia, pero puede persistir por más tiempo.

Y aunque el acné no tiene cura, existen tratamientos eficaces para prevenir la aparición de nuevas lesiones y cicatrices; cada uno con sus especificaciones, ventajas y, también, sus riesgos, como explicaremos detalladamente más adelante.

¿Qué causa el acné?

Las glándulas sebáceas (productoras de grasa) de las personas que sufren acné son especialmente sensibles a los niveles normales en sangre de ciertas hormonas, presentes tanto en hombres como en mujeres. Esto hace que dichas glándulas produzcan un exceso de aceite.

Al mismo tiempo, las células muertas de la piel que recubren los poros no se desprenden correctamente y obstruyen los folículos. Estos dos efectos dan lugar a una acumulación de grasa, que lleva a la aparición de los puntos negros (donde es visible un tapón oscurecido de grasa y piel muerta) y puntos blancos.

La bacteria del acné, Cutinebacterium acnes (antiguamente llamada Propionobacterium acnes), vive en la piel de todas las personas, por lo general sin causar problemas. Sin embargo, en las zonas propensas a la enfermedad, la acumulación de grasa crea un entorno ideal para que el microorganismo se multiplique. Esto desencadena la inflamación y la formación de granos rojos o llenos de pus.

A veces, el acné también puede ser causado por medicamentos indicados para otras enfermedades o por píldoras anticonceptivas. Por ejemplo, ciertas pastillas tomadas por los culturistas para ganar masa muscular contienen hormonas que desencadenan esta dolencia de la piel y otros problemas.

Y raramente, el desencadenante puede ser de origen hormonal. En el caso de las mujeres, si se presenta un aumento inusual de vello corporal, pérdida de cabello o menstruaciones irregulares hay que consultar con el dermatólogo.

Un arsenal terapéutico

Si usted sufre acné y no mejora a pesar de los productos que ha utilizado, probablemente sea el momento de que visite a un especialista. La mayoría de los tratamientos tardan de dos a cuatro meses en producir su efecto máximo y se dividen en las siguientes categorías.

1. Tratamientos tópicos

Normalmente, son la primera opción para las personas con acné leve a moderado. Deben ser aplicados no solo en las lesiones individuales, sino en toda el área afectada de la piel, por lo general cada noche o dos veces al día. La zona afectada es aquella donde la piel es grasa: frente, nariz, barbilla y, en algunos casos, pómulos, pecho o espalda.

Como son productos que secan la piel, es frecuente que causen irritación, sobre todo al iniciar el tratamiento. Usar los fármacos con menos frecuencia, por lo menos de forma temporal, puede paliar esos efectos.

Hay una gran variedad de compuestos para aplicar sobre la piel, como el peróxido de benzoilo, antibióticos (por ejemplo, la eritromicina y la clindamicina), los retinoides (tretinoína, ácido retinoico o adapaleno), el ácido azelaico y la nicotinamida.

2. Antibióticos orales

El médico puede recomendar alguno de estos fármacos antimicrobianos –por lo general, un tipo de tetraciclina–, que a veces se toma en combinación con un tratamiento tópico adecuado. Debe administrarse exactamente durante el tiempo aconsejado por el dermatólogo, y es frecuente que tarde un mes en observarse la mejoría.

De todos modos, la hoy habitual prescripción de antibióticos (tópicos u orales) para combatir la sobreinfección bacteriana producida por Cutinebacterium acnes podría tener alternativas en el futuro.

En la actualidad, las técnicas de secuenciación masiva han permitido investigar la composición de la microbiota en pacientes con acné y compararla con la de pacientes que no lo sufren. Sorprendentemente, las personas sanas podrían tener en su piel un tipo de “bacteria protectora” que de algún modo evita la proliferación de C. acnes.

Así, en lugar de utilizar antibióticos que pueden alterar la microbiota se podría plantear el uso de probióticos o cremas que modifiquen la población bacteriana de los pacientes con piel acneica.

3. Anticonceptivos orales

Algunos tipos de píldoras anticonceptivas ayudan a las mujeres que tienen acné. Las más eficaces contienen un bloqueador hormonal (por ejemplo, ciproterona) que reduce la cantidad de grasa que produce la piel. Por lo general, observar los beneficios se demora al menos tres o cuatro meses.

No obstante, estos tratamientos aumentan las posibilidades de sufrir trombosis o coágulos de sangre. El peligro es mayor en las personas que fuman, presentan sobrepeso o tienen parientes que han sufrido trombosis.

4. Isotretinoína

Este fármaco es potente y altamente eficaz. Sin embargo, tiene el potencial de causar efectos secundarios graves si no se toman precauciones y debe ser prescrito solo bajo la supervisión de un dermatólogo.

El riesgo más importante es que la isotretinoína es teratogénica, o sea, puede dañar al feto si la toma una mujer embarazada. Por eso es muy importante utilizar un método anticonceptivo eficaz desde, al menos, cuatro semanas antes del tratamiento, mientras dure este y como mínimo cuatro semanas después.

También existen sospechas de que la isotretinoína sea causante de depresión pero, como el propio acné a veces afecta al estado de ánimo, resulta difícil de valorar.

La mayoría de los tratamientos con este compuesto se prolongan entre cinco y diez meses. Durante ese tiempo, la piel suele resecarse, sobre todo los labios, por lo que la aplicación regular de un hidratante labial puede resultar útil.

Por último, hay que señalar que muchos miles de personas se han beneficiado de la isotretinoína sin efectos secundarios graves.

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Autoría

Profesor de Investigación, Biología Sintética, Centro Nacional de Biotecnología (CNB - CSIC)

  Un viento fuerte lleva ya algunos años soplando en las ciencias de la vida. Se llama biología sintética. Y como cualquier viento fuerte, puede empujar al barco mucho más allá del territorio conocido. En su versión contemporánea, la biología sintética nació en los primeros años del siglo XXI. Y no precisamente en el mundo de la biología, sino entre los ingenieros electrónicos y computacionales del área de la bahía de Boston. Algunos académicos de ese entorno comenzaron a preguntarse por las interacciones entre los componentes materiales de un sistema vivo que hace (como en cualquier máquina fabricada por humanos) que funcionen como funcionan. Para ello hay que abordarlos no con una perspectiva evolutiva (como es habitual entre los biólogos), sino con abstracciones y métodos de análisis tomados de la electrónica, la manufactura industrial y la computación, junto con sus correspondientes herramientas matemáticas. Y así nace la biología sintética, que es, nada más y nada menos, que mirar a los sistemas vivos y su complejidad a través de la lente de la ingeniería.

Como piezas de LEGO

Con esa perspectiva, cualquier sistema biológico, por complicado que sea, se puede descomponer en un conjunto finito de módulos y dispositivos. Estos a su vez se pueden dividir en partes con formatos, conectividades y funcionalidades definidas, todas ellas codificadas en secuencias de ADN.

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  Y aquí viene la proposición más novedosa (e inquietante) de la biología sintética: con esa misma lógica y jerarquía de partes, dispositivos, módulos y sistemas, uno puede reconectar de forma racional esos ingredientes biológicos de una forma distinta para dar lugar a propiedades no existentes antes en la naturaleza. Es como descomponer una máquina hecha con piezas de LEGO y construir con ellas otra máquina distinta. De esta forma, la relación de la ingeniería con la biología deja de ser metafórica (como en la ya clásica ingeniería genética) para convertirse en una verdadera metodología constructiva y deconstructiva de los objetos vivos. Si nuestros antepasados usaban la madera de los árboles para hacer vigas y casas, la biología sintética emplea partes biológicas codificadas en el ADN para construir racionalmente ítems biológicos con propiedades distintas a las ya existentes. La utilización de bacterias como un film fotográfico, como sensores ópticos de minas antipersonales o como productores de combustibles son solo algunos ejemplos tempranos de ese enorme potencial. Este nuevo marco conceptual tiene sus raíces en la biología molecular (iniciada por los físicos después de la Segunda Guerra Mundial) y la biología de sistemas (la comprensión matemática de la complejidad biológica), pero diverge de ellas porque su agenda no es entender, sino hacer. Esto la convierte en una especie de tercera ola de la biotecnología tras la primera, antes del ADN recombinante, y la segunda, iniciada con el desarrollo de las técnicas de clonación a mediados de los 1970. En ese sentido, la biología sintética permite que la biotecnología cumpla su agenda definitiva y se convierta en un tipo más de ingeniería.

Comprender el origen de la vida

Aunque estos principios generales tienen muchas ramificaciones, la biología sintética viene sobre todo en dos sabores. Uno, como herramienta para contestar preguntas fundamentales, siguiendo la famosa afirmación póstuma del físico Richard Feymann de que “lo que no puedo crear, no lo entiendo”. Es decir, que la reconstrucción racional de un sistema es la prueba definitiva de que comprendemos su funcionamiento. No en vano, una rama muy importante de este campo persigue construir células en el laboratorio a partir de precursores simples como una forma de entender el origen de la vida (y, de paso, revisando críticamente los experimentos de Louis Pasteur sobre la generación espontánea). [caption id="attachment_92787" align="alignnone" width="804"]Los dos caminos para mapear la transición de la no-vida a la vida. Author provided Los dos caminos para mapear la transición de la no-vida a la vida. Author provided[/caption] Algunos plantean que la creación de vida en el laboratorio es el Proyecto Manhattan (el que condujo a la fabricación de la bomba atómica) de la biología. Aunque cuando se consiga, más temprano que tarde, el impacto en los diversos sistemas de creencias será mucho menor que el que muchos anticipan.

Tejidos con colores programados genéticamente y otras aplicaciones

Pero lo más llamativo de la biología sintética no es tanto responder a preguntas fundamentales, sino llevar a la biotecnología a niveles de eficacia sin precedentes y expandir su aprovechamiento mucho más allá de las aplicaciones tradicionales en medicina y agricultura. Esto es posible gracias a la capacidad creciente de escribir secuencias de ADN con instrucciones nuevas que son interpretadas como software por un recipiente biológico, ahora renombrado “chasis” en la jerga del campo. Esto permite una reprogramación deliberada de los sistemas vivos no solo en su capacidad de producir compuestos de interés, sino también en su morfología física, sus movimientos y sus programas de desarrollo macroscópico. Las posibilidades abiertas por esta capacidad de reescribir el ADN son inmensas y los campos de aplicación, ilimitados: desde los productos textiles funcionalizados (por ejemplo, sustitutos del cuero animal con colores programados genéticamente) a la bioarquitectura con tecnologías microbianas, pasando por supuesto por la medicina y la agricultura.

Un coro de voces críticas

Todas estas ideas y tecnologías han sido recibidos con entusiasmo por algunas comunidades científicas y técnicas, en especial la biotecnológica. Pero también con escepticismo, si no con hostilidad, por otras. Parte del establishment académico, sobre todo en Europa, no se siente cómoda con que la biología sea invadida (y mucho menos explicada) por disciplinas ajenas a las tradicionales ciencias de la vida. Otros opositores a la biología sintética (herederos del activismo contra los organismos genéticamente modificados) tienen motivaciones fundamentalmente políticas. Argumentan que este campo no es más que una nueva herramienta al servicio del neoliberalismo y de la explotación sin freno de la naturaleza en beneficio de unos pocos. Algunos también levantan objeciones éticas sobre la desacralización de la vida que va implícita en el discurso de esa disciplina. Asimismo, llueven las críticas desde la perspectiva de los riesgos asociados a generar nuevos agentes biológicos, su seguridad y el posible uso malévolo de la tecnología. Hay algo de todo esto en el ecosistema que se está formando alrededor del nuevo campo. Pero también es cierto que, gracias a nuestro aprendizaje del lenguaje y la lógica de lo vivo y su inmensa capacidad de resolver problemas con mecanismos evolutivos, pasemos pronto de los intentos actuales de tecnificar la biología a ver una creciente biologización de la tecnología en beneficio de la sostenibilidad. Como toda nueva ola científico-técnica, el diablo está mucho más en los detalles de su utilización que en la cosa en sí misma.  

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Autoría

Guido Corradi

Profesor de percepción y atención, Universidad Camilo José Cela

  ¿Recuerda la última vez que usó un baño público? Es decir, cualquier baño que no sea el del confort del hogar. Todos, en algún momento de nuestra vida, nos vemos en la necesidad de usarlos. Y, en general, no suelen traer buenas experiencias. Los baños públicos no siempre cubren nuestras necesidades. Hoy día, gracias a la investigación, sabemos que incluso pueden afectar negativamente a diferentes aspectos de nuestra vida. En especial a personas que, por diversos trastornos de salud, dependen de ellos. ¿Dónde están? Normalmente, al fondo a la derecha del establecimiento, escondidos, tanto literal como metafóricamente. Las consecuencias de no darle la importancia que realmente tienen es su paulatina desaparición y el descuido continuo de su limpieza. A veces se encuentran en condiciones realmente deplorables. Para identificar las experiencias negativas en los baños públicos entrevistamos a aquellos que con más frecuencia los usan. Es decir, personas con enfermedades inflamatorias intestinales, entre las que se incluyen la enfermedad de Crohn y la colitis ulcerosa. Las situaciones desagradables a las que se enfrentan son variadas: desde establecimientos que ponen trabas para su uso hasta la presencia de suciedad, la escasa higiene o la falta de intimidad.  

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Peor calidad de vida

Los resultados nos muestran que existe una relación entre esos eventos negativos y el descenso de calidad de vida. Además, detectamos que estas experiencias negativas suelen verse afectadas por la clase social: se producen con más frecuencia en personas con bajos ingresos económicos y menor nivel educativo. En línea con investigaciones previas, también se encontró que la (mala) relación con los baños públicos está condicionada por el género: hubo más experiencias negativas por parte de mujeres que de hombres, quizá relacionado con necesidades diferentes que habitualmente no son tenidas en cuenta. [caption id="attachment_92784" align="alignnone" width="748"]Komsan Loonprom / Shutterstock Komsan Loonprom / Shutterstock[/caption] Esta carga es especialmente pesada para personas que no pueden posponer el uso del baño, o posponerlo implica un gran dolor y malestar. Hay diversas dolencias médicas que generan esta situación: enfermedades intestinales, urogenitales, efectos secundarios de medicaciones, etc. Y todas implican la dependencia de baños públicos cuando estamos fuera de casa. Otro estudio de nuestro equipo muestra que podemos relacionar específicamente estas situaciones negativas con el aumento de la vergüenza relacionada con su dolencia. Esta vergüenza relativa a la propia enfermedad se relaciona con peores resultados de salud, ya que, por ejemplo, se reduce la búsqueda de ayuda o apoyo en el entorno. Y no acaba ahí la lista de problemas asociados a los baños públicos. Por ejemplo, las personas trans y queer se enfrentan a dificultades para acceder al baño como consecuencia de la transfobia. Y se ha detectado una evidente proliferación de problemas de urogenitales fruto de aguantar las ganas de ir al baño en el centro de trabajo o de no adaptar los centros educativos a las necesidades de la infancia.

Hay que hablar de baños públicos

Un sistema de baños públicos deficiente es una losa sobre los hombros de todos que puede afectar a la calidad de vida y la salud. Pero no todo está perdido: evaluar la situación y tomar consciencia del problema es el primer paso para un horizonte donde tengamos baños de calidad para todos, que respeten las necesidades de cada individuo. Una cosa está clara: hay que hablar de baños públicos y dejarlo de hacer a escondidas. Debemos exigir nuestro derecho básico a no tener que esperar a llegar a casa para ir al baño.  

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Autoría

Profesor de Investigación, Biología Sintética, Centro Nacional de Biotecnología (CNB - CSIC)

  Un viento fuerte lleva ya algunos años soplando en las ciencias de la vida. Se llama biología sintética. Y como cualquier viento fuerte, puede empujar al barco mucho más allá del territorio conocido. En su versión contemporánea, la biología sintética nació en los primeros años del siglo XXI. Y no precisamente en el mundo de la biología, sino entre los ingenieros electrónicos y computacionales del área de la bahía de Boston. Algunos académicos de ese entorno comenzaron a preguntarse por las interacciones entre los componentes materiales de un sistema vivo que hace (como en cualquier máquina fabricada por humanos) que funcionen como funcionan. Para ello hay que abordarlos no con una perspectiva evolutiva (como es habitual entre los biólogos), sino con abstracciones y métodos de análisis tomados de la electrónica, la manufactura industrial y la computación, junto con sus correspondientes herramientas matemáticas. Y así nace la biología sintética, que es, nada más y nada menos, que mirar a los sistemas vivos y su complejidad a través de la lente de la ingeniería.

Como piezas de LEGO

Con esa perspectiva, cualquier sistema biológico, por complicado que sea, se puede descomponer en un conjunto finito de módulos y dispositivos. Estos a su vez se pueden dividir en partes con formatos, conectividades y funcionalidades definidas, todas ellas codificadas en secuencias de ADN.

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  Y aquí viene la proposición más novedosa (e inquietante) de la biología sintética: con esa misma lógica y jerarquía de partes, dispositivos, módulos y sistemas, uno puede reconectar de forma racional esos ingredientes biológicos de una forma distinta para dar lugar a propiedades no existentes antes en la naturaleza. Es como descomponer una máquina hecha con piezas de LEGO y construir con ellas otra máquina distinta. De esta forma, la relación de la ingeniería con la biología deja de ser metafórica (como en la ya clásica ingeniería genética) para convertirse en una verdadera metodología constructiva y deconstructiva de los objetos vivos. Si nuestros antepasados usaban la madera de los árboles para hacer vigas y casas, la biología sintética emplea partes biológicas codificadas en el ADN para construir racionalmente ítems biológicos con propiedades distintas a las ya existentes. La utilización de bacterias como un film fotográfico, como sensores ópticos de minas antipersonales o como productores de combustibles son solo algunos ejemplos tempranos de ese enorme potencial. Este nuevo marco conceptual tiene sus raíces en la biología molecular (iniciada por los físicos después de la Segunda Guerra Mundial) y la biología de sistemas (la comprensión matemática de la complejidad biológica), pero diverge de ellas porque su agenda no es entender, sino hacer. Esto la convierte en una especie de tercera ola de la biotecnología tras la primera, antes del ADN recombinante, y la segunda, iniciada con el desarrollo de las técnicas de clonación a mediados de los 1970. En ese sentido, la biología sintética permite que la biotecnología cumpla su agenda definitiva y se convierta en un tipo más de ingeniería.

Comprender el origen de la vida

Aunque estos principios generales tienen muchas ramificaciones, la biología sintética viene sobre todo en dos sabores. Uno, como herramienta para contestar preguntas fundamentales, siguiendo la famosa afirmación póstuma del físico Richard Feymann de que “lo que no puedo crear, no lo entiendo”. Es decir, que la reconstrucción racional de un sistema es la prueba definitiva de que comprendemos su funcionamiento. No en vano, una rama muy importante de este campo persigue construir células en el laboratorio a partir de precursores simples como una forma de entender el origen de la vida (y, de paso, revisando críticamente los experimentos de Louis Pasteur sobre la generación espontánea). [caption id="attachment_92787" align="alignnone" width="804"]Los dos caminos para mapear la transición de la no-vida a la vida. Author provided Los dos caminos para mapear la transición de la no-vida a la vida. Author provided[/caption] Algunos plantean que la creación de vida en el laboratorio es el Proyecto Manhattan (el que condujo a la fabricación de la bomba atómica) de la biología. Aunque cuando se consiga, más temprano que tarde, el impacto en los diversos sistemas de creencias será mucho menor que el que muchos anticipan.

Tejidos con colores programados genéticamente y otras aplicaciones

Pero lo más llamativo de la biología sintética no es tanto responder a preguntas fundamentales, sino llevar a la biotecnología a niveles de eficacia sin precedentes y expandir su aprovechamiento mucho más allá de las aplicaciones tradicionales en medicina y agricultura. Esto es posible gracias a la capacidad creciente de escribir secuencias de ADN con instrucciones nuevas que son interpretadas como software por un recipiente biológico, ahora renombrado “chasis” en la jerga del campo. Esto permite una reprogramación deliberada de los sistemas vivos no solo en su capacidad de producir compuestos de interés, sino también en su morfología física, sus movimientos y sus programas de desarrollo macroscópico. Las posibilidades abiertas por esta capacidad de reescribir el ADN son inmensas y los campos de aplicación, ilimitados: desde los productos textiles funcionalizados (por ejemplo, sustitutos del cuero animal con colores programados genéticamente) a la bioarquitectura con tecnologías microbianas, pasando por supuesto por la medicina y la agricultura.

Un coro de voces críticas

Todas estas ideas y tecnologías han sido recibidos con entusiasmo por algunas comunidades científicas y técnicas, en especial la biotecnológica. Pero también con escepticismo, si no con hostilidad, por otras. Parte del establishment académico, sobre todo en Europa, no se siente cómoda con que la biología sea invadida (y mucho menos explicada) por disciplinas ajenas a las tradicionales ciencias de la vida. Otros opositores a la biología sintética (herederos del activismo contra los organismos genéticamente modificados) tienen motivaciones fundamentalmente políticas. Argumentan que este campo no es más que una nueva herramienta al servicio del neoliberalismo y de la explotación sin freno de la naturaleza en beneficio de unos pocos. Algunos también levantan objeciones éticas sobre la desacralización de la vida que va implícita en el discurso de esa disciplina. Asimismo, llueven las críticas desde la perspectiva de los riesgos asociados a generar nuevos agentes biológicos, su seguridad y el posible uso malévolo de la tecnología. Hay algo de todo esto en el ecosistema que se está formando alrededor del nuevo campo. Pero también es cierto que, gracias a nuestro aprendizaje del lenguaje y la lógica de lo vivo y su inmensa capacidad de resolver problemas con mecanismos evolutivos, pasemos pronto de los intentos actuales de tecnificar la biología a ver una creciente biologización de la tecnología en beneficio de la sostenibilidad. Como toda nueva ola científico-técnica, el diablo está mucho más en los detalles de su utilización que en la cosa en sí misma.  

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