Las medidas de castigo y estrategias económicas para enfrentar la violencia no dan los resultados esperados, los hechos violentos crecen en cantidad de eventos y en el grado de violencia ejercida. Aun así, seguimos con la expectativa de alcanzar algo ¿Qué más hacer frente a una práctica que está inmersa en la cultura y en la estructura social?
Ya la violencia está en todos los países y en todos los estratos sociales. Ricos y pobres producen actos violentos. Los migrantes acusan que son objeto de violencia, en las escuelas hay actos violentos, padres agreden a los hijos, hay abandono, puede haber violencia entre un patrón contra un empleado, de un gobernante contra el ciudadano y de un ciudadano contra otros ciudadanos. El empleado a su vez puede agredir a un cliente o a otro empleado.
Una persona bajo los efectos del alcohol o en situación de alteración por droga puede agredir y su estado puede responder a que previamente fue sometido a un episodio de agresividad o violencia. La violencia existe entre las relaciones entre género y no es limitativa a la relación hombre-mujer.
Vemos y escuchamos hechos violentos en los medios todos los días, en los actos sociales cotidianos, en el discurso político; se incrusta en el discurso y en la práctica religiosa, donde incluso el crimen organizado busca protección o donde a veces el líder religioso violenta. O está presente en un acto de “magia” con el que se busca hacerle daño a otra persona.
Haciendo uso de conceptos ya definidos, diríamos que hay violencia física, psicológica, simbólica, verbal…. y hasta espiritual. Las causas entonces, a veces no son tan simples de identificar ni responden a la visión parcializada de la vida que cada uno de nosotros podemos tener. La violencia está en la estructura social, en la cultura, en las relaciones entre género, en el sistema normativo, en la comunicación cotidiana.
Es importante reconocer las limitaciones del ejercicio de toda política pública, en particular, en la reducción de la violencia lo bien intencionado o el carisma de quienes diseñan y deciden el ejercicio de una estrategia de atención no son elementos que sumen a la eficacia. Las limitaciones son intrínsecas a todo plan, porque en él se definen tiempos y metas, objetivos, se usan recursos y en la selección se quedan elementos por fuera que quizá no debieron dejarse.
Pero precisamente por ese reconocimiento a las limitaciones de las acciones gubernamentales frente a este tema y a la necesidad de, al menos, reducir los indicadores de actos violentos, es urgente tener mayor precisión en identificar las causas y atenderlas, sin prejuicios y sin excluir factores posibles.
Además de lo anterior, la aplicación de políticas públicas relativas a reducir los índices en general de criminalidad, encuentran resistencias en todos los campos de la estructura social. Desde el crimen organizado que desarrolla “contraestrategias”, para hacer frente a las actividades gubernamentales, hasta el padre de familia que “esconde” a sus hijos para que no se los lleve el DIF por vivir en condiciones no aptas para el desarrollo integral del menor. Quien golpea se resiste a dejar su vínculo a los vicios que lo llevan a cometer actos que dañan la integridad de su pareja, hijos o en general al prójimo. Y quien agrede la integridad emocional de su pareja con una infidelidad lo vuelve a realizar.
¿A qué se debe la resistencia a dejar la agresividad y la violencia como parte de las conductas individuales y sociales? A pesar de que todos vivimos los efectos negativos de su expresión, seguimos en una escalada que va desde los escenarios familiares y laborales hasta los discursos políticos nacionales e internacionales.
¿Por qué hacemos eco de discursos políticos que en su raíz plantean uso de términos y perspectivas que ofenden a otras personas o sectores sociales? ¿O porque la humanidad se refugia en prácticas religiosas o espirituales que incentivan la agresión a seres vivos en general? ¿O en las que legitiman a personajes que en el imaginario al menos practicaban delitos?
¿Por qué al interior de las familias y los matrimonios continúa ejerciéndose la violencia en sus diferentes formas y no únicamente como consecuencia del consumo de alcohol y droga? ¿Por qué las bandas de delincuentes siguen al acecho de niños y adolescentes en redes sociales siendo conscientes del gran daño que se ocasiona? La impunidad, la recompensa económica y emocional que se recibe son algunas de las explicaciones posibles, por irracionales que nos puedan parecer.
Los credos y organizaciones tienen sus respuestas, las organizaciones civiles otras y seguirán haciendo su trabajo, los psicólogos y estudiosos de la cultura tendrán las suyas y en general cada afectado o cada profesionista dará explicaciones al hecho, pero mientras tanto, las resistencias siguen y la cultura del delito se reproduce de nación en nación, de casa en casa y de generación en generación. Y las limitaciones de las políticas públicas se hacen cada vez más claras.
El secreto parece estar en no justificar las resistencias, en no ser laxos con el niño que agrede al interior de un hogar o escuela, en ser críticos con el consumo de alcohol y droga, ser empáticos frente al desempleo, solidario con el menor que sufre o vaga por la calle, exigentes con los comercios que transgreden la norma y no ser condescendiente con el político o líder social que con ambigüedades o deliberadamente introduce en su discurso términos despectivos y agrede. Claros en la exigencia de una sociedad más justa.
El método es comprender las resistencias, comprender para actuar, para aportar microsoluciones en los espacios donde podemos incidir. Minuciosos en la acción educativa, responsables en nuestra conducta y proactivos en promover la no violencia, la construcción de la paz.
La atención a las causas que generan la violencia es todavía una deuda y que además crece. Al margen de quien decida y administre las políticas públicas, mientras existan feminicidios, violaciones, abuso de menores, robo, agresiones en las escuelas, asaltos en carretera, retenes no estatales y una larga lista de problemas y delitos, se hará evidente que las estrategias para enfrentar los orígenes no han logrado sus metas. Necesitamos cambiar el rumbo y realmente atender las causas.
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