Entre la infinidad de notas desalentadoras del día a día, una vez más se cumple el principio de comunicación que reza que cualquier noticia, luego de dos semanas, deja de ser novedad. Ha pasado un mes de los hallazgos hechos por el grupo “guerreros buscadores” en el rancho Izaguirre de Teuchitlán, Jalisco. Para este momento se ha dejado de hablar de ello con la intensidad con que se hizo en un principio. Queda mucho por esclarecer por parte de las autoridades de los tres niveles, algo que la ciudadanía espera ver cumplido en el menor plazo posible.
En lo personal lo que más me inquieta, si esto es todavía posible en una situación tan terrible, es la indiferencia que guardamos quienes conocimos la noticia. De entrada, nos indignamos a través de algún tuit, exigimos acción en otra publicación, pero ya para ahora hemos hecho a un lado el asunto para pasar a otros menesteres, tal vez la planeación de las vacaciones de Semana Santa, o la inquietud por saber si quitan a Elon Musk el control que está teniendo en el gobierno norteamericano.
Recuerdo unas palabras del argentino Ricardo Piglia, gran maestro en el arte de la literatura y el teatro, refiriendo que lo más siniestro de una historia es que, bajo una apariencia de normalidad el terror persiste y la realidad cotidiana sigue ahí como un manto (o un telón de fondo, diría yo), y que es a través de una filtración casi imperceptible que la verdad cruda llega a darse a conocer al lector. Tomamos cualquier medio informativo, ya sea impreso o digital y hallamos infinidad de noticias que tienen que ver con una sociedad que –en mucho—ha extraviado sus valores. Del modo más llano una mujer saca un arma y dispara a dos individuos en plena vía pública; un par de jóvenes asalta con violencia a un tercero, ya por viejas reyertas, ya por quitarle el celular. Incautan drogas duras de diverso origen químico en distintos puntos del territorio nacional, o surgen con gran frecuencia alertas Amber en redes sociales por menores de edad no localizados… Es tal la cantidad de información, que tendemos a normalizarla, a no sorprendernos por lo que sucede en derredor. A ratos pareciera que nos impacta más el atropellamiento de un gato callejero que las masacres que puedan ocurrir en nuestro país.
Es complejo tratar de entender los mecanismos internos que nos llevan a todos a esta actitud de indiferencia frente a hechos catastróficos. Especialistas en el análisis de la percepción han señalado que el continuo contacto con contenidos vía redes sociales nos lleva a difuminar la frontera entre realidad concreta y virtual, como quien ve una película que narra crímenes terribles. Viendo una cinta, a ratos el espectador se sume en la trama, pero pronto regresa a la realidad, diferenciando esta de la ficción. El uso continuo de la pantalla digital provoca un fenómeno contrario, los hechos reales que se narran a través de redes sociales son interpretados por nuestro cerebro como una simple ficción a la que terminamos por restar importancia.
La Internet aloja espacios de resignificación a través de los cuales la violencia comunicada pierde impacto, se invisibiliza o hasta se justifica, según la forma como sea presentada, lo que conduce a la creación de una nueva realidad social. Inclusive llega a conceptuarse la violencia como una forma de establecer jerarquías dentro de un grupo, algo que la hace parecer deseable. Krahé y colaboradores, en un estudio del 2011 hecho entre adolescentes y publicado por la APA, señalan la asociación entre uso de redes sociales e insensibilidad hacia la violencia. Ellos hacen un desglose de los mecanismos productores de dicha insensibilización, de acuerdo con la frecuencia de exposición a contenidos, el grado de violencia expresada en estos, o la manera de violentar a otros de manera cómica, como en el caso de los “memes”, a los que yo agregaría los TikTok, aunque esta variedad de publicaciones surgió hasta el 2016. Para cuando Krahé hizo su estudio, aún no existían. Si nos asomamos al fondo de estas dos variantes de ciberataques, observaremos una actitud narcisista y burlona hacia conductas distintas a la propia.
Gloria Álvarez Cross, politóloga y escritora guatemalteca, está preparando un libro que incluye, entre otros muchos temas, la relación entre el uso de pantallas y las nuevas pautas culturales. Su opinión es que haber recluido a los hijos para ponerlos a salvo de los peligros de la calle, los ha vuelto presa de graves daños por la vía digital. Habrá que leer esta obra cuando se publique.
Las pantallas llegaron para quedarse: una realidad imposible de negar. La pregunta es entonces: ¿cómo nos preparamos para sacar ventaja de ello sin morir en el intento?
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