El Papa Francisco ha fallecido. Horas después de su última aparición pública, donde impartió la bendición “urbi et orbi” (a la ciudad y al mundo), y un mensaje personal, que no pudo ser leído de propia voz, el pontífice de origen argentino y filiación jesuita perdió la vida. El acontecimiento es recibido con tristeza, tanto por católicos como por no católicos, dado que la figura papal de Francisco fue la de un gran humanista.
Vista la historia de las religiones a grandes zancadas podría decirse, en el caso de la cristiana, que ha pasado de ser, en un principio, una congregación de pescadores llamados por Jesús, a complejas estructuras jerárquicas con muy diversos enfoques, atendiendo a intereses particulares de la propia estructura. A partir del advenimiento de la imprenta en el siglo dieciséis, que coincidió con los decretos de Enrique VIII en Inglaterra y la separación de Martín Lutero de la iglesia católica, surgió la llamada Reforma Protestante. Desde ese momento las corrientes religiosas se fueron diversificando, hasta alcanzar un aproximado de 2,100 millones de religiones cristianas, de las 4,200 contabilizadas para el mundo (dato del 2024).
Bajo esta óptica, quizá lo que más marcó el pontificado de Francisco fue la vuelta a lo sencillo, la aproximación a grupos marginales a los cuales buscó servir a través de sus doce años al frente de la Iglesia Católica. Dentro de los intelectuales del Vaticano se criticó a Francisco por dar “recetas de cocina” para enfrentar diversos problemas de nuestra sociedad. Sin embargo, considerando el fenómeno de alejamiento de la iglesia católica de muchos practicantes, y la inclinación por contenidos accesibles y sencillos de entender, lo que se juzgó como una simpleza del Papa, bien pudo haber sido uno de sus más grandes aciertos: Llevar la palabra de Dios a esos grupos vulnerables, presentarla como un recurso para vivir una vida con más significado, algo tan necesario en nuestros días.
En una misa celebrada en Argentina la mañana de ayer, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, en su homilía llamó a Francisco el Papa de los pobres, de los marginados, de los que nadie quiere, de los que muchos excluyen. E hizo la invitación de recordarlo precisamente de ese modo, tendiendo puentes hacia los más necesitados.
Hoy es un buen momento para revisar nuestro proceder como seres humanos. Independientemente de la religión que practiquemos o no, el sentido humanista de todos nosotros constituye una viva necesidad que nos corresponde trabajar por resolver. En el caso de los cristianos, los templos no son pasarelas dominicales sino hospitales para el alma, a donde el ser humano en aflicción se aproxima buscando a Dios. La respuesta que obtendrá no bajará del cielo luego de que este se abra en dos, sino que estará dada por la solidaridad de sus hermanos en la tierra. Una solidaridad viva y actuante.
De formación jesuita, Jorge Mario Bergoglio, quien asumió el Pontificado como Francisco I, eligió este nombre para exaltar la figura de Francisco de Asís, el santo de las pequeñas cosas. La Compañía de Jesús, que congrega a los jesuitas, fue fundada por San Ignacio de Loyola en el siglo dieciséis, justo en el tiempo de grandes cambios en el cristianismo, con un enfoque de ayuda a los marginados, dentro de sus premisas fundamentales. Esto mismo llevó el jesuita hasta el Vaticano, donde se topó con grandes resistencias de la cúpula conservadora del catolicismo.
Hoy ha partido de este mundo un gran humanista, ni quien pueda dudarlo. Nos deja un legado de alegría y entusiasmo en la tarea de tender puentes hacia quienes más necesitan vivir la palabra “solidaridad” mediante actos, y no palabras grandilocuentes que se pierden en el aire. Un humanismo que entre hasta la cocina de los hogares para arropar a las familias, y así recordar lo esencial de ser buenos unos con otros, sin reparar en estigmas o etiquetas. Una llamada a deponer las grandes diferencias políticas, religiosas y de pensamiento que nos enfrentan unos a otros, en guerras que terminan por no tener sentido, en las que pierden la paz y hasta la vida tantos seres inocentes.
Descanse en paz el Papa Francisco, un gran ser humano que trajo de regreso el sentido original del cristianismo, ese que estamos celebrando en las fechas de Pascua, el de un Cristo que murió en la cruz por todos, sin discriminación alguna.

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