¿Qué le admira AMLO a Salvador Allende? ¿De verdad fue “un gigante de Latinoamérica”? 

Pinochet destruyó una muy larga y admirable tradición democrática chilena, pero la verdad es que fue el gobierno caótico de Salvador Allende quien destruyó la democracia en Chile.

14 de septiembre, 2023 ¿Qué le admira AMLO a Salvador Allende? ¿De verdad fue “un gigante de Latinoamérica”? 

Una mentira que se repite una y otra vez acaba siendo considerada como verdad, y si no se tienen la claridad y el valor suficientes para desenmascararla y desmontarla, desembocará en una serie de errores que sería conveniente evitar. Este es el caso de la narrativa dominante, desde la izquierda política y cultural, sobre el gobierno catastrófico de la Unidad Popular de Salvador Allende Gossens y su “vía chilena al socialismo”, que desembocó en un muy cruento golpe de Estado y la dictadura militar, de 17 años, a cargo de Augusto Pinochet, a quien muchos chilenos consideraron en su tiempo, y aún hoy, un libertador que salvó a Chile del caos y de las garras de lo que iba a ser una dictadura marxista-leninista, inspirada en la Revolución Cubana. Por cierto, mucho se ha escrito que el golpe militar del Gral. 

Pinochet destruyó una muy larga y admirable tradición democrática chilena, pero la verdad es que fue el gobierno caótico de Salvador Allende quien destruyó la democracia en Chile, hasta que ésta pudo reestablecerse en 1990. Desde luego el tema suscita polémica y por ello conviene indagar en la verdad de los hechos. Para nosotros, en el México de la 4T, esto es relevante, toda vez que, reiteradamente, el Presidente López Obrador ha expresado su muy profunda admiración a quienes él considera “tres gigantes de Latinoamérica”: Salvador Allende, Fidel Castro y Ernesto “Ché” Guevara1, al punto que, en estos días, decidió hacer su tercer viaje fuera del país (¡en 5 años!), precisamente a Santiago cuando se cumplen 50 años del golpe de estado y el fallecimiento, por suicidio, del Presidente Allende -por cierto, con una ametralladora que le había regalado el comandante Fidel-.

¿Qué tanto le admira la izquierda a Salvador Allende? ¿En verdad es digno de tal admiración? Hasta François Mitterand llegó a la Presidencia de Francia (1981-1995) declarando que él quería ser “el Allende francés” (aunque tuvo la sensatez de no gobernar como lo hizo el mandatario chileno y pudo pasar a la historia como un gran jefe de estado). Es claro que el principal atractivo narrativo del socialismo en el mundo es y ha sido la esperanza de satisfacer el anhelo de justicia; hacer realidad por la vía política, la fuerza del mensaje evangélico del “Sermón de la Montaña”: Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos … bienaventurados los que sufren, porque serán consolados, etc. (Mt, 5; 3-5). 

De modo, que como suele suceder entre líderes carismáticos de izquierda, el discurso de Allende, generó muy altas expectativas entre obreros y campesinos para realizar una profunda transformación social y, entre sectores medios, “la vía chilena al socialismo” ofrecía más libertades y oportunidades, en una revolución pacífica y democrática, “con vino y empanadas”. El proyecto político de Allende prometía modificar el marco institucional de la “democracia burguesa” para darle el poder al pueblo, ampliando sus derechos y mejorando radicalmente sus condiciones de vida, hacia la conformación de una “democracia popular”. En principio, se decía, no se pretendía aniquilar la democracia, reemplazándola por una dictadura del proletariado, pero sí transformarla radicalmente, para construir una nueva patria, socialista, inspirada en las líneas ideológicas del marxismo-leninismo. No es casual que “el Ché” le regalara a su amigo (y promotor) Salvador Allende, su libro sobre “La Guerra de Guerrillas”, con una significativa dedicatoria: “Para Allende, que por otros caminos trata de obtener lo mismo”

Así se tejió la profunda contradicción fundamental de la Unidad Popular, que no podía hacer viables las intenciones del Presidente Allende de establecer un régimen marxista-leninista respetando la democracia y el estado de derecho. Se trata de una contradicción en términos: Porque la democracia liberal y el estado de derecho se fincan sobre el respeto a las garantías individuales, los derechos de propiedad y el respeto a las diferencias de pensamiento y opinión en una sociedad plural y abierta, mientras que un régimen de corte bolchevique niega esos principios constitucionales para establecer un régimen de pensamiento único que acabe con la burguesía, estatizando los medios de producción y asegurando la victoria definitiva del proletariado para “el fin de la lucha de clases”.  

En la práctica, el gobierno de la UP generó una muy severa crisis económica, caracterizada por el desabastecimiento de todo tipo de productos (desde harina, azúcar, huevo y carne hasta pasta de dientes y refacciones para mantener en funcionamiento maquinaria y equipo) y el crecimiento brutal de la inflación. El desabasto se tradujo en la parálisis del sector productivo y el racionamiento de productos básicos que llevó a las familias a hacer colas de hasta ¡dos días! para obtener (si alcanzaban) una mínima ración de alimentos. Fomentó también el mercado negro de innumerables productos, a precios altísimos y notable corrupción de funcionarios gubernamentales y empresarios acaparadores. 

La hiperinflación alcanzó, oficialmente, la cifra de 606% en 1973, habiendo quienes la estiman en más del doble de esa cifra. Ambos fenómenos tuvieron un fuerte impacto sobre el empleo y la contracción salarial y generaron protestas sociales (“cacerolazos”, huelgas y violencia callejera). Por otro lado, desde el inicio de la administración, el régimen emprendió una agresiva campaña de nacionalizaciones de “empresas estratégicas” (casi todas las mineras, todos los bancos salvo uno, todas las empresas textiles y un grupo numeroso de empresas privadas medianas y grandes2), que, por cierto, no fueron pagadas a sus dueños. Se fortaleció la reforma agraria iniciada por el gobierno anterior -demócrata cristiano-, expropiando 4,400 predios, más otros 2,000 “tomados directamente por los trabajadores y campesinos”. 

El régimen, además, permitió la acción impune y arbitraria de grupos de choque, armados -muchos de ellos vinculados al Partido Socialista o al Comunista, que buscaban “hacer justicia” por su propia mano y “acelerar el paso de la revolución” por medio de secuestros, asesinatos y diversos actos terroristas cometidos contra empresarios, terratenientes, periodistas, jueces e incluso obreros y campesinos que no se sumaban a las consignas del movimiento revolucionario. El gobierno, que muchas veces operó al margen del marco constitucional, atacó con fuerza al poder judicial que declaraba ilegales, como lo eran, diversas acciones del Ejecutivo. 

En este contexto, en junio de 1973, hubo un primer levantamiento militar, conocido como “el tanquetazo”, que fue controlado por el régimen. En agosto, la Cámara de Diputados aprobó, por mayoría, un acuerdo que declaraba inconstitucional al gobierno de la UP por sus reiteradas violaciones a la carta magna, e incluso el propio Allende se planteó realizar un plebiscito sobre su permanencia en el gobierno -que nunca realizó-. La mesa estaba puesta para que el 11 de septiembre, el Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea, de manera conjunta, ejecutaran el golpe de estado que terminaría con aquella pesadilla político-social.

Los saldos del golpe fueron dolorosos en términos de derechos humanos y condenados por la comunidad internacional, aunque un porcentaje muy alto de chilenos apoyó a los militares (más del 70% en diciembre de 1973). Según informes oficiales, la dictadura de Pinochet fue responsable de más de 3,000 ejecutados, más de 1,000 desaparecidos, miles de torturados y más de 200,000 exiliados. Además, la suspensión de la democracia durante 17 años. Para muchos, sin embargo, esto fue un mal menor frente a la alternativa del régimen marxista-leninista que Salvador Allende quiso imponer en el país. Después, bajo la dictadura, Chile se convirtió en un país modelo en América Latina por su crecimiento económico y su proceso de modernización que se completó en 1990 con el regreso de la democracia.

Resumiendo, así fue la historia de la Unidad Popular y el brevísimo gobierno de Salvador Allende, a quien tanto admira el presidente López Obrador. Un gobierno nefasto, incompetente y destructivo, que merecería el olvido si no fuera por las tantas muertes que, directa o indirectamente, causó. Me pregunto: ¿qué es lo que le admira nuestro presidente (el mismo que, por cierto, ha militarizado tanto a México)?

Twitter: @adrianrdech

1En este último caso, al punto de poner su nombre a su hijo menor: Jesús Ernesto. Jesús, por el mesías cristiano y Ernesto, por “el Ché”.

2 Se estima que alrededor del 90% de la producción industrial quedó en manos del estado, con resultados catastróficos.

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