En los días que vivimos nos toca escuchar y leer a dos personajes, ambos identificados con lo que ellos llaman de forma simplona, confusa y oportunista como liberalismo, y que no son sino ideologías más que de la ultraderecha más rancia, yo diría que de plano cercana a un darwinismo social lesivo. Pero su forma de comunicar sus ideas van a la par de la denostación y el insulto abierto y sin pudor a todo el que no piense como ellos. “Zurdos de mierda” truena el presidente argentino Javier Milei; “bañagatos y fotos que huelen, y más”, espeta el magnate mexicano Salinas Pliego. Todo eso y más dicen a compatriotas suyos o a extranjeros, a seres humanos con virtudes y defectos y quizás con distintas suertes en la tómbola de las circunstancias de la vida y, como es incluso deseable y hasta sano, con distintas maneras de pensar.
Nada importa, algunos acomplejados lo festejan, al tiempo que se escandalizan de cualquier epíteto, por más carente de grosería que sea de algún personaje que piensa diferente a ellos, porque ahí sí “se polariza, provoca, confronta, siembra odio, etc.”. Seguramente este par de individuos no saben, no se acuerdan o no les conviene que Fidel Castro llamó por décadas “GUSANOS” a sus coterráneos residentes en La Florida por el hecho de haber salido de Cuba con motivo de no compartir su ideología y/o por los perjuicios a su patrimonio e inclusive integridad física que supone un modelo que simplemente, sabido es ya de décadas, no funciona ni lo hará nunca.
Hoy el comandante Castro ya ha muerto, pero el encono que sembró deja ver una grieta que luce insalvable con muchos cubanos todavía en la isla y los de Miami, hecho que llevó al extremo cruel de que los segundos hayan preferido que las medidas de acercamiento del presidente Obama se hayan tenido que echar abajo por Trump, aunque eso se traduzca en todavía más sufrimiento para sus paisanos y para su patria.
Muy mal hacen tanto el argentino Milei como el mexicano Salinas en insistir en el denuesto y el alejamiento de un diálogo público lo mínimamente civilizado, abonando sí a un debate político contaminado y envilecido, tanto que debieran recordar el adagio aquel que reza: “el que siembra vientos, cosecha tempestades”.
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