París, Francia, la juventud, “Las otras realidades” le hablaron al mundo en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos 2024, con una fuerza narrativa fuera de serie, un derroche más que de tecnología e inteligencia artificial de vida humana expresándose ante el mundo. Existencias que se hicieron visibles no porque antes no estuviesen aquí sino porque eran censuradas y silenciadas fueron esta vez las protagonistas y el foco de todas las miradas y opiniones.
Un evento que no solo salió del estadio a la calle, de una ciudad al mundo, de un plano a muchas opciones y universos que coexisten y merecen dejar de ser excluidos, inclusión ya es un término absoluto y egoísta, es hora de reconocer y honrar a los otros, a aquellos que durante siglos fueron ocultos, ignorados.
En una ceremonia llena de color, diversidad, disrupción, juventud pero también historia, Melancolía, cultura, arte, moda, música y libertad; libertinaje dirán muchos: ¿Quién tiene la autoridad moral para juzgar y decidir qué está bien o mal?
En un mundo donde todos contamos la comunidad LGBTTTIQ+, los niños, los adultos mayores, las personas Queers, quienes han padecido enfermedades y amputaciones, los ancianos, las personas conocidas como comunes, todas las etnias raciales, los poderosos, los segregados, las mujeres de antes y de ahora, los refugiados, los perseguidos, los migrantes, los extraños, los políticamente incorrectos, los raros. Todos valieron y todos dejaron un mensaje al mundo que sorprendido observó una de las ceremonias más polémicas, escandalosas e innovadoras, la más humana que yo recuerde y sin duda por y a pesar de todo inolvidable.
Las opiniones se dividirán en millones, los señalamientos y los agravios. Lo único verdadero es que en esta época y en este momento que atraviesa la humanidad la apertura y aceptación era un tema para ayer. Maravillosos los juegos de luces, la música, las actuaciones, el derroche tecnológico que iluminó a la que posiblemente y para muchos es la ciudad más bella del mundo haciéndola flotar en un espacio onírico, inconmensurable y no por diferente y disruptivo menos bello que las más importantes obras de arte de todos los tiempos.
Los franceses lo hicieron de nuevo, por agua, tierra y mar, no escatimaron en presumir al mundo su naturaleza y su historia, su cultura y su arte, pero sobre todo y para quien escribe también lo más importante, su humanidad, la individualidad y la libertad de cada existencia y cada realidad. De pie aplaudí una experiencia sensorial que espero quede en mi memoria y me haya enseñado lo que esta gente quiso decirnos.
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