Las últimas dos semanas te hablé de un hecho verídico, narrado en la novela Los caníbales, de Jean Teulé, donde a partir de un mal entendido político, una aldea entera se vuelca contra un ciudadano común, lo acribillan a golpes y torturas de todo tipo, para terminar quemándolo en una hoguera y comiéndose sus restos.
Cuando leí esta historia lo que me vino a la cabeza fue los niveles absurdos de polarización en que vivimos, tanto en México como en una buena parte de Occidente y de lo frágil que puede ser la estabilidad social cuando el entorno está excesivamente cargado de resentimiento y odio y ocurre un pequeño hecho imprevisible que provoca que se desborde la violencia. El problema es que una vez desatada, se sabe dónde empieza la reacción pero no cómo y dónde habrá de terminar.
En el caso de México es un problema que se inició haca ya algunas décadas. La poderosa hegemonía del PRI durante buena parte del siglo XX funcionó como caldo de cultivo, que se consolido con el lento tránsito hacia un sistema democrático plural. Desde luego que las desigualdades sociales y económicas le agregaron una enorme legitimidad ética y moral. Sin embargo, la llegada de gobiernos de alternancia y la aparición de nuevas fuerzas políticas no aligeraron las tensiones, sino más bien, al contrario.
De hecho, la polarización tomó niveles preocupantes desde la elección presidencial de 2006, donde al candidato López Obrador se le calificó como un peligro para México. Desde entonces esa tendencia no ha dejado de repetirse. En el panorama nacional de nuestro tiempo la ciudadanía se ha dividido en los seguidores del oficialismo, que lleva por bandera la figura histórica de López Obrador y sus herederos, como es el caso de la actual presidenta Claudia Sheinbaum. La lucha abstracta entre conservadores y progresistas, entre pueblo bueno y fifís se ha manifestado en escenarios concretos provocando tensiones sociales. Si bien se trata de dicotomías simplificadoras, y por lo tanto falsas, favorecen un ambiente en el que la identidad política y de clase pesa más que los argumentos o la evidencia.
Si bien esta técnica es de una enorme eficacia, especialmente en lo electoral, para quien consigue controlar la narrativa política nacional, también es cierto que dicha polarización, en un entorno de impunidad, injusticia y precariedad, cualquier acontecimiento, incluso un malentendido puede desatar una violencia que no siempre es posible contener y cuyas consecuencias, como ocurrió en ese pequeño pueblo francés del relato de Teulé, pueden ser irreversibles.
La polarización como método de gobierno fomenta la fractura social. Orilla a que la ciudadanía se identifique con un bando y descalifique de manera acrítica al otro. Esta dinámica imposibilita el diálogo, el debate serio, el acuerdo constructivo y el mutuo reconocimiento de aciertos.
Por otro lado la polarización es un campo fértil para que los medios de comunicación de ambos bandos y los grupos de poder, con sus agendas particulares, enrarezcan aún más el ambiente provocando desinformación y descalificaciones que les permitan acrecentar su poder real ante el río revuelto y la lucha desesperada de las fuerzas políticas en pugna.
Un entorno polarizado enfrenta mayores dificultades para resolver problemas estructurales. Asuntos como la seguridad pública, la reforma electoral, el combate a la corrupción y al crimen organizado infiltrado en las instituciones de gobierno resultan imposibles de abordar en un entorno donde el diálogo y el acuerdo es imposible. La confrontación sistemática impide el diseño y la aplicación de políticas públicas sostenidas en el tiempo ante la falta de consenso entre las distintas fuerzas en pugna.
Nadie piensa que para resolver los problemas de polarización deba eliminarse el disenso. Todo lo contrario; la pluralidad es parte constitutiva de la democracia. Más bien se trata de asumir el reto de construir una dinámica de debate genuino donde las mejores ideas se apliquen, vengan de donde vengan.
Escenarios semejantes tienen lugar en infinidad de países. Pareciera una tendencia de nuestro tiempo. Tanto en Estados Unidos, como en España, conflictos incluso exteriores como la masacre que Israel está llevando a cabo en Gaza, funcionan como pretexto perfecto para separar a las naciones. ya no digamos asuntos de interés más directo como las cuestiones de género, el feminismo o la migración. Web: www.juancarlosaldir.com
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