El posmodernismo se funda en tres grandes principios teóricos. contextualismo, constructivismo y aperspectivismo.
Pero conlleva una contradicción de origen: si bien la idea de que la “verdad depende del contexto” es plausible, al llevarla al extremo se convierte en: “sólo existen verdades locales y todas son igualmente válidas”. Al no poder jerarquizar el valor de cada planteamiento, el narcisismo se ha generalizado.
Posmodernidad y lo verdadero
La tesis central del movimiento posmoderno, que podemos llamar pluralista por su genuino deseo de igualdad y de integrar a todas las culturas y todos los puntos de vista por igual, consiste en la afirmación de que la verdad no existe en sí misma, sino que depende de la perspectiva, de la cultura y del punto de vista desde donde se le interprete. La verdad, entonces, no es más que una interpretación de los hechos entre las muchas posibles. Esta visión le da un enorme peso a la interpretación individual, con los riesgos obvios e inherentes que implica que nuestras conclusiones se desliguen de la realidad objetiva, con lo cual pueda considerarse como verdad cualquier cosa que el individuo asuma como tal. La verdad no es algo que nos venga dado de antemano sino que se construye: se elabora, se interpreta y se construye.
El posmodernismo pone al lenguaje como el centro de gravedad y la metafísica es sustituida por el análisis de textos. Para filósofos como Ludwig Wittgenstein el lenguaje es fundamental para construir la realidad, que si bien es como es, también puede ser de otra manera: “los límites de mi lengua son los límites de mi mundo”. Si bien comparto la idea de que lo que no puedo enunciar no existe para mí, el que no exista para mí no significa que no exista en lo absoluto. (Recordemos el ejemplo de las alucinaciones psicóticas de John Nash, que fueron representadas en la película Una mente de brilla; el que esas imágenes fueran reales para él no las hacen verdaderas.)
Principios teóricos del Posmodernismo
En opinión de Ken Wilber, expresada en su libro Trump y la posverdad1, el posmodernismo se funda en tres grandes principios teóricos.
El primero es el contextualismo, que se sostiene en la premisa de que no hay verdades universales y que cualquier conclusión que se asuma como tal dependerá del contexto en que se construya.
El segundo, el constructivismo que se funda en el supuesto de que la verdad no es algo dado y que requiere de ser construida.
Y el tercero Wilber lo llama Aperspectivismo: no existe ninguna perspectiva que carezca de sesgos históricos y por lo tanto ninguna de ellas puede considerarse como preestablecida o privilegiada.
Cada uno de ellos se integró a la visión posmoderna y tras la crisis de legitimidad del paradigma moderno se vivieron como una bocanada de oxígeno. Sin embargo el planteamiento tiene una profunda contradicción de origen que el pluralismo de hoy aún ha conseguido resolver. Si bien la idea de que la “verdad depende del contexto” es plausible, una vez que se lleva al extremo se convierte en la idea de que “sólo existen verdades locales y todas son igualmente válidas”, lo que llevó a la imposibilidad de jerarquizar el valor de cada planteamiento y de ahí a un narcisismo generalizado no hay más que un paso.
Posmodernidad y pluralismo
El problema llegó cuando, la contradicción performativa que envenena el núcleo mismo de la comprensión posmoderna, se hizo evidente: no existen principios ni verdades universales, salvo la idea universal de que “no existen principios y verdades universales”. El discurso posmoderno niega la existencia de cualquier metanarrativa que abarque a todos los seres humanos, salvo ella misma, que sí los abarca, pues considera universalmente verdadera la idea de que no existen verdades universales. Afirman que todo conocimiento –excepto la comprensión posmoderna, que sí es universal– depende del contexto. El conocimiento es una interpretación, excepto el de ellos que es auténtico y universal. La tesis central pluralista afirma que toda verdad, para serlo, debe estar inserta en una cultura particular y sólo ahí lo es. Sin embargo, esta afirmación es en sí universal porque se aplica a todas las culturas y en todos los tiempos.
Todas las perspectivas son igualmente válidas, salvo las defendidas por el posmodernismo, que “resultan más deseables”, y cualquier jerarquía o categoría de valor se interpretan como opresivas, excepto las defendidas por el posmodernismo. Así, aun cuando es evidente que la igualdad, la inclusión y la sustentabilidad son preferibles a la segregación, el autoritarismo y la intolerancia, la posmodernidad, al erradicar toda jerarquía, se quedó sin argumentos discursivos ni puntos de referencia para justificar la superioridad de unos valores por encima de otros. Lo que comenzó diferenciando y reconociendo conceptos verdaderos pero parciales, como la visibilización y reconocimiento de culturas oprimidas, una vez llevados al extremo de asignarle a todo el mismo valor, dieron lugar a un relativismo pluralista radical que conduce al nihilismo y al narcisismo.
Verdad y opresión
Conforme nos sumergíamos en el tobogán de un pluralismo cada vez más radical, toda verdad heredada de los procesos históricos del pasado es comprendida como un intento de imposición opresiva. Y esto nos lleva a la conclusión lógica, pero extrema, de que cualquier verdad que no es completamente propia, que no es producto de nuestra particularísima interpretación, es una forma de poder que nos oprime. Así lo dice Wilber: “Según esa perspectiva, el pasado no nos legó verdades reales y duraderas, sino modas inventadas por la historia, con lo cual nuestra tarea consiste en rechazar todas esas verdades y empeñarnos en el logro de una autonomía creada y puesta en marcha por cada uno2…”.
Lo mismo sucede con los valores: no existen superiores e inferiores. Wilber asegura que para el posmoderno: “Cualquier valor o verdad que afirme ser universal, verdadero o útil para todos, no es más que una forma disfrazada de poder, que trata de obligar a todo el mundo a adoptar las verdades y valores de quienes las promueven con el objetivo último de la esclavitud y la opresión3”.
Cultura y verdad
Puesto que el posmodernismo defiende la idea de que toda verdad es una construcción cultural, la verdad no existe en sí misma, sino que depende de la perspectiva, de la cultura, del punto de vista, pero sobre todo de la interpretación personal. Llevados al extremo es posible negar realidades objetivas o hechos demostrados si contravienen nuestra forma de entender un evento o una circunstancia en particular. Desde la perspectiva posmoderna todo pensamiento humano es generado y está limitado por formas lingüístico-culturales propias de cada idiosincrasia y de cada individuo. Así, el conocimiento humano es producto de las prácticas lingüísticas y sociales de cada comunidad local y producido por sus propios intérpretes, sin relación con alguna realidad concreta e independiente.
Cuando se abraza esta comprensión como verdadera, se llega a la inevitable conclusión de que todas las perspectivas son igualmente válidas del mismo modo que ninguna perspectiva posee la legitimidad para imponerse a las demás. Este igualitarismo que suprime toda jerarquía y niega cualquier posibilidad de narrativas universales conduce a una atomización de la verdad que convierte las interacciones humanas y los acuerdos colectivos en fenómenos aislados.
El retrato de ese mundo de pequeños conjuntos aislados es en sí un metarrelato que rige y condiciona las interacciones, tanto internas de cada conjunto, como entre el universo de conjuntos. Esto resulta conflictivo para los pluralistas posmodernos, pues hace que su paradigma fundado en la igualdad, donde todas las ideas y manifestaciones son igualmente válidas y dignas de respeto, entre en contradicción con aquellas manifestaciones que utilizan esa apertura a la inclusión para defender visiones excluyentes y discriminatorias. Pero como argumentativamente no pueden censurarlas, porque justamente defienden la libertad de expresar cualquier idea, han inventado la corrección política y la cancelación como mecanismos sustitutorios de una correcta e indispensable jerarquización del valor.
Con la mejor de las intenciones, se deconstruyeron los grandes relatos universales para centrar el énfasis en la diversidad, en la importancia de los rasgos culturales particulares, en la necesidad de llevar el discurso moderno de la igualdad a la aceptación indiscriminada del otro, equiparando todos los valores, ideas y construcciones del mundo como equivalentes. Pero cuando todo tiene el mismo valor, nada en realidad vale demasiado, lo que no tarda en llevarnos al nihilismo.
Con lo que los posmodernos más radicales no contaban es que esa particularización extrema, lejos de conducir a la empatía, la solidaridad y al multiculturalismo constructivo, nos ha llevado a establecer un mundo lleno diferencias, aislamiento y separación.
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1 Wilber Ken, Trump y la posverdad, Primera Edición, España, Kairós, 2018, Págs. 202
2 Wilber, Ídem, Íbidem, Obra citada, P. 20
Wilber Ken, Trump y la posverdad, Primera Edición, España, Kairós, 2018, Pág. 20
3 Wilber, Ídem, Íbidem, Obra citada, P. 20
Wilber Ken, Trump y la posverdad, Primera Edición, España, Kairós, 2018, Pág. 20
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