López Obrador: el mayor peligro para la democracia mexicana

El pasado domingo 13 de noviembre se llevó a cabo la marcha a favor del INE y demás institutos electorales autónomos. Aunque desestimada por el mismo presidente, a quien obviamente no le gusta la libertad que tienen...

15 de noviembre, 2022

El pasado domingo 13 de noviembre se llevó a cabo la marcha a favor del INE y demás institutos electorales autónomos. Aunque desestimada por el mismo presidente, a quien obviamente no le gusta la libertad que tienen los ciudadanos (que no pueblo) de elegir libremente a sus gobernantes, muchísima gente se congregó para manifestar su descontento contra la destructora reforma electoral que tanto le urge consumar al presidente (porque, claro, en un país flagelado por la inseguridad, los feminicidios y el crimen, lo que verdaderamente es importante – para López, hay que aclarar – es controlar y socavar los órganos electorales). 

Estoy escribiendo esto la noche y mañana del lunes 14 de noviembre, así que no he podido leer y escuchar la reacción del supremo. Pero ni falta que hace: ya sé que será lo usual: insultos, descalificaciones y burlas – lo que siempre aplica el one trick pony que es López Obrador. Sin embargo, no hay que desestimar el poder corrosivo que tienen sus palabras en la ciudadanía. Recientemente, leí un comentario de un seguidor de López que se burlaba de la marcha al decir “que sólo habían ido 15 personas” – incluso si ese hubiese sido el caso, la idea de que respetar el derecho a manifestarse y participar de la vida pública del país estuviese condicionado al número de personas me parece totalmente antidemocrática y un ejemplo perfecto del efecto dañino del discurso eternamente polarizador de López Obrador (y una prueba más de que, a los seguidores del presidente, les encanta la idea de regresar al priismo de mediados del siglo XX, en donde las marchas, mayoritariamente, eran para apoyar al presidente en turno). 

Pero volviendo al tema de la marcha a favor de los institutos electorales, es claro que algo resonó con la ciudadanía. ¿Se ha preguntado usted qué fue? No, no creo que haya sido un plan orquestado por los demonios de papel que ha creado López Obrador, ni obra del acarreo masivo (taaan popular entre Morena, todo sea dicho). Me atreveré a realizar una afirmación que pienso podría explicar la cantidad de gente que se congregó el domingo 13 de noviembre. Lo que motivó a la gente a participar fue algo que parece que la memoria selectiva del presidente prefiere olvidar. Y es que los órganos electorales autónomos, los proverbiales “árbitros imparciales” de las elecciones en México, fueron una exigencia de la ciudadanía. Sí, que se lea claro y fuerte: fueron institutos cuya creación, en gran parte, recayó en los ciudadanos y fueron para los ciudadanos. No, querido seguidor de López, no fueron una creación de [inserte aquí el nombre del “adversario” de López que prefiera]. Fueron creados por nuestros padres, nuestros abuelos y demás generaciones anteriores a la nuestra, debido al hartazgo que tenían de que el gobierno se reservara el derecho de elegir a nuestros gobernantes. Para ser alguien considerado por sus admiradores como “un gran historiador”, vaya que el presidente prefiere “olvidar” hechos que no le convienen (como su lealtad al viejo PRI). 

Este sexenio, López Obrador nos ha quitado mucho (seguridad, salud, usted diga), menos lo que tanto proclamó: la corrupción. Ahora, quiere dar el golpe mortal a la naciente democracia mexicana y regresar a México a la época del priismo rancio que creímos ya estaba desterrado para siempre. No dejemos que nos siga quitando más libertades al querer controlar y destruir los órganos electorales. Es una tarea que, incluso el más aferrado seguidor del supremo debería defender porque, de no haber sido por estos institutos electorales, es muy probable que López Obrador jamás hubiese llegado al poder (sólo recuérdese cuántas veces intentó “brillar” dentro del viejo PRI, sin éxito – sólo hasta que hubo elecciones libres, pudo lograr algo de verdad en su vida política).  

En ánimos de no ser un hipócrita (palabra que tanto le gusta usar a López Obrador para denostar a quien no se alinea con él) hay que decir algo claro, fuerte y sin miedo: desde el viejo PRI (ese mismo de la “caída del sistema” de Manuel Bartlett), el mayor riesgo al que se ha enfrentado la democracia mexicana es Andrés Manuel López Obrador. 

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