El pasado 20 de enero, Donald Trump se convirtió en el presidente número 47 de los Estados Unidos de América, en lo que será su segundo periodo de gobierno al frente de la primera potencia bélica e imperialista de la era moderna. En su discurso y primeras acciones ejecutivas resaltaron muchos aspectos que reforman el mundo como se le conoce, con nuevos intentos expansionistas, múltiples frentes abiertos al interior y exterior, pero sobre todo por la implementación de una guerra comercial.
En el gran conglomerado de decretos, así como el reforzamiento de la militarización de la frontera con México son noticias en curso, que se terminarán definiendo en los próximos días. Destaca la amenaza real de aplicar un 25 por ciento de aranceles a los productos mexicanos, con las catastróficas consecuencias para nuestro país.
Es en este contexto de agria convivencia bilateral, donde se inscribe la presencia de la religiosidad como un factor más en las derechas tradicionales y sus formas ideológicas de justificar la visión de privilegios y castas.
Trump desde su primer día de mandato ya había cargado contra la ideología de género, al decretar que solo existían dos opciones: masculino y femenino. No obstante, a pesar de que este bastión del conservadurismo es conocido, y está muy relacionado con la concepción religiosa de la política republicana, la autoconcepción ideológica del presidente estadounidense dio un paso agigantado a un mesianismo populista muy particular.
En su discurso tradicional egocéntrico, Trump siempre se concibe como superior a sus adversarios, en esta ocasión justificó su llegada al poder político como una manifestación cristiana de quien sobrevivió a dos atentados. La concepción divina de un mandato de nivel superior para los Estados Unidos está registrada en muchos de sus documentos fundacionales, se referencian como la nación elegida para cuidar el equilibrio mundial de la libertad y el bien.
La narrativa populista republicana caminaba sin mayor sorpresa, pues las elites religiosas tradicionalmente caminan al lado de los líderes de derecha y de derecha extrema. Sin embargo, la ceremonia religiosa que encabezó la obispa Mariann Edgar Budde, primera mujer al frente de la Diócesis Episcopal de Washington D.C., dio un giro inesperado al guion planificado por los republicanos.
En su mensaje, la obispa Edgar Budde, aludió la afirmación de Trump de haber sentido la mano de Dios al salvarse de un asesinato, por lo que le pidió misericordia para los ciudadanos que sienten miedo. Aseguró que las comunidades LGBT y de migrantes se sienten amenazadas, en especial abogó por los trabajadores que no tienen la ciudadanía norteamericana, pero que realizan trabajos importantes. Destacó que la mayoría de estos migrantes no eran criminales, realizaban pago de impuestos y son vecinos que conviven en paz con las distintas comunidades religiosas.
Las palabras de la obispa provocaron una enorme incomodidad en el presidente Trump, acompañado de su esposa Melania, así como un intercambio de miradas entre el presidente y el vicepresidente J. D. Vance, quien también asistía con su esposa Usha. Ubicados en primera fila, las cámaras registraron el momento incómodo y el poderoso mensaje de la ministra frente a los políticos que tradicionalmente utilizan la religión como herramienta de manipulación exclusiva.
Como era de esperarse, Trump desestimó el llamado de la obispa a la que calificó como una más de sus odiadoras y una izquierdista radical. Se manifestó en su red social diciendo que el servicio fue aburrido, y que la ministra debería pedir disculpas al público al politizar el acto religioso. Esta tradición de realizar servicios interreligiosos en la Catedral Nacional de Washington se remonta a 1933, con 10 actos oficiados en las ceremonias de investidura.
Por su parte el carismático papa Francisco había enviado un mensaje para felicitar a Trump por su segundo periodo de gobierno, pero con la esperanza de que bajo su liderazgo se construyera una sociedad más justa, sin lugar para el odio, la discriminación y la exclusión. En el primer periodo de gobierno del republicano, el sumo pontífice ya había polemizado con este, al llamarlo no cristiano, debido a la intención de continuar el muro fronterizo. En esta ocasión con el reforzamiento de su política de deportación masiva, fue calificado como una vergüenza que afectará a los más pobres.La historia marca innumerables masacres y actos deleznables en nombre de Dios, cada imperio justifica sus acciones como reivindicatorias del bien común y la civilización. Con la tergiversada utilización de lo divino para justificar los intereses oligárquicos y bélicos sobre sus adversarios. Durante el segundo periodo de Trump, esas tendenciosas interpretaciones serán el común denominador de su discurso, ampliamente aceptado por su enorme base de fieles racistas, machistas y fascistas, que ven en su presidencia un acto devocional.
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