Si ha entrado usted a este sitio, es probable que haya visto por aquí algún textito mío acerca de nuestro presi, el demiurgo de Macuspana, gobernante absoluto del México que existe en el Pejeverso de la locura (ese universo alterno cuyo portal se abre a diario desde las 7 a.m.).
Si ha visto alguno de ellos, de seguro pensará usted que soy un “conserva”, “derefacho” o “que estoy ardido porque perdí mi empleo desde 2018” (este último es muy bello y frecuente y cada vez que lo leo me saca una sonrisa). Sin embargo, hoy vengo a hablar sobre el mayor y más ominoso signo de que nuestra democracia se debilita con cada día que pasa.
¿Cuál es ese signo? No, no creo que sean los decretazos, esos que mi presi se avienta tan seguido como jonrones. Y no, tampoco creo que sea el delirio autoritario de nuestro tlatoani posmoderno (¡aunque reconozco que nos ha dado buenos momentos de humor involuntario y una cuota bastante alta de momentos wtf!).
No, el mayor signo de nuestra democracia moribunda es la oposición. Terrible y, me pesa decirlo, inútil oposición, la cual ni siquiera nos puede regalar momentazos delirantes como los que hemos visto con el “horario de dios”, “la paz mundial” y con el de “que hay gobernabilidad y estabilidad en el país” (a pesar de que el país ha estado literalmente en llamas).
Eso sí, no quiero quitar el mérito a quienes, fuera del grupo gobernante (ya sean miembros de organizaciones civiles o de partidos políticos), han intentado equilibrar el balance de poder en nuestro país y de llevar otras voces, además de la del presi y sus apóstoles, a la discusión pública. Sin embargo, la oposición está tan ausente como el buen gusto en las letras de reguetón y es tan efectiva como el paracetamol lo es para la diabetes. Es decir, oposición, ¿cuándo vas a poner your sh*t together, como dirían los gringos?
Con lo ocurrido desde 2020, cuando comenzó la pandemia y el, por decir lo menos, “dudoso” manejo por parte del dúo dinámico de los López (Obrador y López-Gatell), uno hubiese pensado que ese era el momento para construir una real y efectiva oposición. Una oposición capaz de conjuntar los intereses e inquietudes de quienes no ven en López y Morena una solución viable a largo plazo para México. Ya van dos años y fracción de que inició la pandemia y los problemas sólo han aumentado. La inflación y la inseguridad nos han hecho olvidarnos del Covid-19 (¿tal vez ese era el plan después de todo?). Y con las terribles jornadas de violencia de la semana pasada, parecería el momento perfecto para que la oposición pudiera crear una agenda coherente y que, con un poco de propuestas reales, tuviese una oportunidad real de pisarle los talones a Morena. Con lo atribulado del país, parecería una tarea fácil, ¿no?
¡Pero no! La oposición ha resultado ser una criatura más bien hosca, alejada de las necesidades ciudadanas y que rara vez se deja ver. La oposición tiene una piel que no le calza nada bien: claro, sería difícil que la piel le quede bien si está formada por las banderas de tres partidos políticos que siempre andan jalando para diferentes lados. Además, esa piel que tiene, de color verde, blanco, rojo, amarillo y azul, está llena de lunares y verrugas que nos recuerdan que esta criatura también puede ser igual de terrible que Morena (lo cual es justo: ambos seres comparten ADN priísta).
Peor aún, es la oposición una criatura que, al verse acorralada, se disuelve en lágrimas para evitar ser juzgada por la opinión pública y, así como así, no se les vuelve a ver más que en la siguiente elección. Es decir, y los más aguzados lectores ya se habrán dado cuenta, que la oposición actual se parece más a un squonk que a una opción real de gobierno.
¿Que qué es un squonk? Un squonk (lacrimacorpus dissolvens) es un ser fantástico cuya descripción está recopilada en el Manual de zoología fantástica (1957) de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero (además, dicho ser sirvió de inspiración para una canción de Genesis). La descripción del squonk me recordó mucho a la de la oposición actual.
Por ello, este squonk que tenemos es la muestra más fehaciente de la anemia democrática en la que estamos. En una democracia plena, no sólo el gobierno es fuerte y tiene una enorme legitimidad (como mi presi siempre nos lo recuerda con sus treinta millonzotes de votos), la oposición también debe ser fuerte. Porque sólo de esa forma, la vida pública en realidad es plural y se toman en cuenta las voces de los diferentes sectores de la sociedad.
Cuando sólo escuchamos la voz del partido gobernante, como diría mi abuela, la cosa está que arde. No importa que la voz del presi sea la más perfecta, meliflua y articulada del universo universal: necesitamos de una oposición fuerte si en realidad deseamos seguir viviendo en una democracia. Esto debería ser un asunto que, incluso, debería importarle a los seguidores de López, quienes casi casi no disfrutan mofarse de los adversarios de Su Alteza Obradorísima. Porque un gobierno sin oposición es como…pues, ¡es como volver a vivir esos hermosos y casi nada autoritarios tiempos del PRI! Incluso si tuviésemos el mejor presidente del mundo, es ideal tener una oposición fuerte. Porque, ya saben, el helado de chocolate es genial, pero si comes helado de chocolate todos los días, te llegas a hartar y tu cuerpo acabará pagando el pato, ¿y quién quiere eso?
Es un misterio para mí cuál es la razón de esta tibieza por parte del grupo opositor en México. ¿Comodidad? ¿Miedo? ¿Falta de ideas? ¿Falta de pegue con la gente? Porque, así como va, la oposición no está ni cerca de ser una verdadera amenaza para Morena. ¡Y eso que algunos candidatos morenistas son delincuentes!
Si queremos comenzar el proceso de curación de nuestra democracia, debemos comenzar a cultivar una verdadera oposición. Porque, actualmente, sólo dos sonidos en la vida pública son los más intensos: la voz del presi y los sollozos lastimeros del squonk que tenemos por oposición.
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