La inseguridad económica genera populismo

Hoy ya padecemos las consecuencias políticas de las enormes brechas de desigualdad que conducen al populismo y a los radicalismos de derecha e izquierda.

13 de septiembre, 2022

¿Por qué los populistas son tan exitosos en política hoy en día? La respuesta es que tejen un relato que habla a los sentimientos y las cosas que valoran las personas. ¿Qué sienten y valoran la mayoría de quienes vivimos en casi todos los países de la Tierra? La potencia del discurso populista obedece a dos factores: el primero es que conoce los miedos que asuelan al común de los mortales y a esos temores se dirige: la inseguridad (física, patrimonial y económica), la precariedad, la pérdida de estatus… El populismo se alimenta y prospera con nuestros miedos e inseguridades. Guy Standing, en El precariado: la nueva clase peligrosa, escribe: “La inseguridad genera problemas sociales, genera populismos y tensiones geopolíticas. [debemos dar a la gente] seguridad económica y así será menos proclive a apoyar cualquier tipo de política extremista, sea de derecha o de izquierda”. Y añade: “El problema es que el tipo de capitalismo que tenemos ahora es una abominación, porque le entrega todo el poder a una minoría”.

El segundo ingrediente es la enorme influencia que ejercen las redes sociales en la estabilidad emocional. Si el mundo real está fuera del alcance y control ciudadano porque el sistema democrático no atiende ni resuelve sus problemas cotidianos (pues degeneró en aristocracia o en plutocracia); en cambio, el mundo virtual parece estar bajo nuestras manos. De ahí el poder de los likes: nos dan sentido de pertenencia y de identidad. Ello explica en parte la adicción que nos generan las redes sociales y, claro, los algoritmos que al predecir nuestra conducta favorecen una relación adictiva (economía de la atención, le llaman). A su vez, las redes favorecen la separación de la gente en grupos que comparten las mismas vivencias y sentimientos. Es decir, refuerzan la segregación y la polarización de las personas.

Si el sistema democrático no resuelve las necesidades básicas de la gente y, al mismo tiempo, nos fugamos hacia las redes sociales porque al darnos sentido de pertenencia e identidad nos brindan seguridad -así sea ilusoria- al atenuar nuestra ansiedad, la política pierde sentido y razón de ser para las personas. Y con ello se devalúa no solamente a los políticos y representantes populares sino a los expertos en gestión y políticas públicas: “es poco probable que los ciudadanos se sientan satisfechos si creen que los expertos están imponiendo su propia agenda, o se dejan llevar por intereses especiales. La desconfianza hacia los expertos alimenta la desconfianza hacia los gobiernos elegidos democráticamente, si no hacia la democracia misma”, señala Antoni Gutiérrez-Rubí, en Gestionar las emociones políticas, al citar al economista francés Jean Pisani-Ferry.

En consecuencia, afirma Gutiérrez-Rubí, no debe sorprendernos que las mayorías electorales revaliden a candidatos y propuestas que perjudican a los intereses de quienes los eligieron. A partir de este diagnóstico, el afamado consultor electoral indica que el efecto like le gana al efecto think. Y remata: “Los prejuicios, nunca mejor dicho, anteceden a los juicios”. De ahí la irrelevancia de los “datos duros” para la gente, dominada por sus emociones y sentimientos. Como escribiera Will Storr en La ciencia de contar historias, nuestro cerebro narrador, obvia toda aquella información que contradice a nuestra forma de ver el mundo y acepta solamente aquella que confirma nuestras creencias. En una cita a Eduard Punset, Gutiérrez-Rubí, asienta: “cuando el cerebro percibe una explicación distinta a lo que él cree que no sólo la cuestiona, es que corta los circuitos de comunicación para que no penetre…”.

La neurociencia, los descubrimientos biológicos, la genética y las matemáticas nos revelan cómo funciona el cerebro humano, de manera que permiten conocer y anticipar nuestra conducta. Esos conocimientos ya se utilizan en la política y en particular en las campañas electorales para inclinar hacia un lado u otro el voto ciudadano. Pero además estamos en la antesala de desarrollar diversos químicos y mecanismos físicos para manipularlo a capricho. El consultor político está vivamente preocupado por ese peligro y llama a una amplia discusión para limitar los alcances de la ciencia. Ya Harari en Homo Deus, se ocupa de esta delicada cuestión y los riesgos de crear superhumanos y humanos de segunda. Al parecer vamos camino hacia un mundo distópico. Por ello Gutiérrez-Rubí propone repensar cómo utilizar los avances científicos y tecnológicos para encauzar las emociones o el corazón de las personas, en beneficio de los ideales morales de la Ilustración y la democracia.

Por consiguiente, sugiere poner mayor atención a las emociones en los procesos electorales y políticos, en lugar de enfocarse de manera exclusiva en la ideología, los datos duros y en la expertis de las elites intelectuales y tecnocráticas. Y alude al preámbulo del informe de la Universidad de Stanford, Artificial Intelligence and Life in 2030: “hay que promover urgentemente el debate en torno a las grandes cuestiones que afectarán la equidad y la deshumanización del trabajo y las rentas”. Hoy ya padecemos las consecuencias políticas de las enormes brechas de desigualdad que, como muestra Guy Standing, conducen al populismo y a los radicalismos de derecha e izquierda. Lo grave es que con el avance de la ciencia es viable un mundo distópico en el que, mediante la manipulación de la química y la genética, la humanidad se divida entre los semidioses: los muy ricos, y los zombis: todos los demás.

Gutiérrez-Rubí parece sugerir que si nos guiamos más por los sentimientos, por el corazón, quizá podamos escapar de la tiranía de los algoritmos, que han medido paso a paso cómo nos comportamos y anticipan cómo vamos a proceder: “…No hay innovación en lo previsible ni en lo inexorable, y necesitamos -más que nunca- nuevas ideas capaces de enfrentar a todo tipo de determinismos que nos paralizan y que reducen la política a un hecho gerencial o notarial del destino, sin ninguna influencia en él y sin capacidad de controlarlo y dirigirlo…estamos atrapados por las soluciones predictivas (hasta en los teclados) y las respuestas automáticas propias de los sistemas informáticos, en ausencia de una elección hecha por el usuario (…) ¡Por favor, más pensamiento emocional y menos inercial!… Cuando los marcos conceptuales previos son muy fuertes, el discurso racional no genera cambio, y el discurso más emocional, más de valores, de gestos o símbolos, es la llave que abre la puerta (…) Se ha de entender que buena parte de las ideas nacen de sentimientos o emociones…”.

La inercia de la que habla este analista político, es decir, considerar al gobierno como una gerencia, causa la desafección de la ciudadanía porque los políticos-gerentes-administradores renunciaron a dirigir. En cambio, los líderes populistas convocan a la acción, a la “voluntad de poder”, mediante la apelación a los sentimientos. Y lanza una sugerencia disruptiva contra el establishment político: dice que si le preguntaran sobre el tipo de asesores que deberían tener los políticos les recomendaría un poeta, un neuroquímico, un artista plástico. “No solo es un tema de marketing electoral, ni de estrategias. Hay que ampliar este tipo de registros que trabajan mejor el discurso emocional como una parte muy importante de la comunicación”. Es la propuesta para conservar el Estado constitucional de derecho democrático-liberal.

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