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Profesor Titular de Historia de la Propaganda, Universidad Complutense de Madrid
La actual fase del largo conflicto armado por la tierra entre Israel y Palestina, en la que ha incursionado Hamás como actor relevante, evidencia las diferencias entre ambas partes. Las disparidades son militares y económicas. También los apoyos diplomáticos y los argumentos históricos para construir un relato persuasivo. Esas asimetrías son tenidas más o menos en cuenta al afrontar un aspecto clave en todo conflicto: el propagandístico.
Ataque por sorpresa
El 7 de octubre pasado las Brigadas de Ezzedin Al Qassam realizaron un sorpresivo ataque desde la Franja de Gaza hacia zonas próximas aún ocupadas por Israel y al propio territorio de dicho Estado. El brazo armado del Movimiento de la Resistencia Islámica (Hamás), que debe su nombre a un resistente a la ocupación francesa de la Siria histórica a la que pertenece Palestina, diseñó una operación de propaganda armada propia de la guerra híbrida. En ella se eligen objetivos que permitan obtener el máximo rendimiento propagandístico.
Al igual que hizo el partido-milicia libanés Hezbollah en 2006, cuando se enfrentó con éxito a Israel, los objetivos fueron esencialmente acantonamientos militares y asentamientos de israelíes de nuevo cuño próximos a Gaza o en la zona de seguridad que Israel mantuvo ocupada después de su retirada de la Franja en 2005. La milicia de Hamás buscaba ocasionar el mayor número de bajas posibles a su enemigo y capturar militares y civiles. Esos objetivos fueron cumplidos y exagerados propagandísticamente, infligiendo un duro golpe a dos pilares del proyecto israelí en la región.
Presiones y negociaciones
Desde su creación, en 1948, el nuevo Estado busca atraer a judíos de distintos países del mundo a los que, por su condición religiosa, concede la nacionalidad.
La llegada de nuevos habitantes está supeditada a la garantía de seguridad. La quiebra de esta última compromete la atracción de nuevos israelíes. Uno de los mayores éxitos de la operación de propaganda armada de Hamás son las imágenes de aviones de Argentina, Chile, Brasil, Colombia, Alemania, España o Estados Unidos evacuando a sus nacionales de Israel, algunos también con nacionalidad israelí.
El otro éxito está en las 222 personas capturadas por Hamás y llevadas a Gaza.
La presencia en la Franja de esas personas ha retrasado la intervención militar terrestre israelí, debido a las presiones hacia el gobierno de Tel Aviv por parte de los países con nacionales entre los cautivos. También ha permitido negociar cuestiones como la entrada de ayuda humanitaria a Gaza.
Propaganda israelí de consumo interno
Consumado el ataque de Hamás del 7 de octubre, y que dada la asimetría en recursos militares no tiene mucho más recorrido, se produjo una respuesta israelí que por lo mismo también busca réditos propagandísticos. Se trata de contrarrestar dentro del propio Israel el mensaje inicial de Hamás. Para ello despliega ahora buena parte de sus abrumadoras capacidades militares –tiene armamento nuclear–, que quedaron en entredicho el 7 de octubre.
Esa exhibición de potencia está provocando numerosas víctimas civiles, algo que enardece los ánimos no solo de los palestinos, sino de todos los árabes. Sin embargo, ello no tiene mayor incidencia en la estrategia persuasiva de Israel. La batalla de la propaganda hacia los árabes la tiene tan pérdida como ganada la que se libra frente a los gobiernos y parte importante de las opiniones públicas de los países occidentales, valedores de la creación y sostenimiento del Estado de Israel en la región.
Así lo evidencia el apoyo a Israel del canciller alemán Olaf Scholz, del primer ministro británico Rishi Sunak, del presidente francés Emmanuel Macron, de la presidenta de la Comisión Europea Ursula Von der Leyen y del presidente de EE UU, Joe Biden.
En los medios de comunicación el relato dominante prima lo emocional frente al contexto, al extremo de apenas desvelar los nexos de Qatar con Hamás y otras claves relevantes. La batalla de la propaganda también favorece a Israel de cara a Rusia, país de procedencia de cientos de miles de nuevos israelíes y con el que Tel Aviv mantiene buenas relaciones.
Estado versus organización terrorista
La orientación interior de su mensaje y el genuino carácter occidental de Israel también puede explicar algunas decisiones en el ámbito de la propaganda semántica. Por ejemplo, el primer ministro Benjamín Netanyahu declaró la guerra a Hamás, organización a la que califica de terrorista, cuando, de acuerdo a las convenciones internacionales, las guerras se libran entre Estados.
Israel, que se niega desde 1948 a la constitución del Estado palestino contemplado por las resoluciones de la ONU, al declarar esta guerra estaría, implícitamente, reconociendo un Estado palestino, al menos en Gaza. Ha hecho algo similar a lo que hizo el presidente estadounidense George Bush tras el 11-S: declarar la guerra a una organización terrorista. La diferencia está en que Bush declaró la guerra a una organización global, Al Qaeda, y no nacionalista y territorializada como Hamás.
En el ámbito de la propaganda semántica destaca también la insistencia israelí en calificar de antisemita a todo aquel que critique las acciones del Estado de Israel o la ideología sionista. Para ello cuentan con la colaboración de los medios de comunicación que no distinguen entre una cosa y la otra. También de los propios árabes, que casi nunca recuerdan que son tan semitas como los hebreoparlantes, judíos o no, israelíes o no. En la batalla semántica, los palestinos han puesto sus esfuerzos en el concepto de apartheid.
A la espera del Consejo de Seguridad
En definitiva, en uno y otro bando hay pérdidas y ganancias tácticas de distinto valor propagandístico. Sin embargo, y salvo guerra regional o mundial, en términos estratégicos no habrá grandes cambios.
Es cierto que Israel ha sufrido un golpe similar a los que supusieron en 1973 la Guerra de Octubre –Yom Kippur, en la nomenclatura israelí– o el enfrentamiento de 2006 con Hezbollah.
Sin embargo, su continuidad no depende tanto de eso como de lo que decida el Consejo de Seguridad de la ONU respecto a un conflicto material, en el que lo verdaderamente importante es el territorio y su control. En esa instancia, y como demuestra su desempeño propagandístico, Israel no necesita hacer demasiados esfuerzos persuasivos.
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