En las antiguas polis se debatía, se tomaban decisiones de manera concertada y se hacía lo posible por retirarle el monopolio de la decisión a los grupos aristocráticos. Se generalizó el conocimiento, se suprimió el poder ancestral y en cada decisión colectiva se buscaba el bien común. Todo esto era la labor de un ciudadano.
Para continuar con los contrastes entre la democracia clásica y la actual, viene bien comparar algunas de sus aplicaciones en la Grecia clásica en contraste con lo que sucede hoy. En esta ocasión analizaremos: la democratización de lo público.
En las antiguas polis griegas se le daba plena publicidad a los asuntos importantes de la vida social. Esta apertura conduce, en primer término, al nacimiento de la opinión y la crítica. Además, se da de forma general a través del lenguaje escrito; situación que fue un detonante de la alfabetización generalizada. Todos estos factores establecen que los asuntos de gobierno deben pertenecer al “dominio público”.
La participación general en política, implicó la creación de un “espacio público” donde se fomenta la rendición de cuentas.
Todos estos términos (debate, bien común, dominio público, retórica, espacio público, etcétera), tan comunes a nuestros oídos, en realidad instituyeron nuevos conceptos y requirieron nuevos procesos de abstracción para asimilarlos. Estos cambios en la conducta de las personas de cara a la comunidad, calaron hondo en el individuo y, gracias a una profunda educación cívica, se constituye un nuevo ser humano: El ciudadano.
Se debate, se decide de manera concertada y se le retira el monopolio de la decisión a los grupos aristocráticos. Se generaliza el conocimiento, se suprime el poder ancestral y en cada decisión se busca el bien común. Todo esto era la labor de un ciudadano.
Para hacer una comparación justa, deben considerarse dos factores que modifican radicalmente la aplicación del sistema democrático en nuestros días.
El primero de ellos, y el más evidente también, es el tamaño de los grupos humanos. Mientras las polis eran agrupaciones de pocos miles de habitantes, nuestras sociedades actuales sus miembros se cuentan en millones.
Es imposible, ingenuo e inaplicable pretender que un sistema de participación directa generalizada de la ciudadanía podría operar en semejantes dimensiones demográficas. El mecanismo que sustituyó esa imposibilidad, fue la aplicación de un sistema de representación proporcional. En él existe un representante popular por cada “x” número de habitantes, según sea el caso. La idea es que, al ser escogidos mediante una división geográfica equitativa, debería llevar al orden nacional y regional los problemas específicos de su comunidad. Esta representación se concreta a partir de un voto universal, que es la manera real, y prácticamente única, en que el ciudadano puede participar de las decisiones políticas.
El segundo factor a considerar es la especialización de quienes hacen política. En una sociedad del tamaño ya mencionado, con la complejidad y diversidad de las comunidades integrantes, en este caso, del país, así como la complejidad de las relaciones del estado con naciones vecinas, es indispensable una especialización de funciones. Si ya en la época antigua Platón hace una crítica feroz a esta falta de conocimiento específico, imaginemos ahora lo que sería que cada que se hiciera un cambio de autoridad, esta requiriera un periodo largo de tiempo para entender de qué se trata su ámbito de decisión.
En términos generales, en la actualidad los espacios públicos se han transformado. Al escuchar ese concepto, pensamos en plazas, parques o jardines pertenecientes al Estado pero resulta impensable que un ciudadano cualquiera suba, por ejemplo, a la tribuna de la Cámara de Diputados para compartir sus opiniones o explicarle sus problemas a los legisladores.
Con respecto a la divulgación de la información pública y la rendición de cuentas, existe una tendencia hacia la apertura, aun cuando los gobiernos de turno se resisten y hacen hasta lo imposible para mantener resguardada la información que consideran comprometedora. Esperemos que esos primeros pasos continúen y en un futuro no muy lejano, toda la “información pública” sea verdaderamente pública y todas las finanzas del estado en todos sus niveles se conozcan de manera transparente.
Sobre el ciudadano es poco lo que se puede decir. Aunque en el papel conserva casi todos los privilegios primigenios, en la realidad es muy poco y muy limitado lo que un habitante común puede hacer por influir en las decisiones de su comunidad. Quizá el único momento de total libertad y poder que tiene el ciudadano, son esos escasos diez segundos que le toma ejercer su voto. No es casual que los partidos políticos y los candidatos a los distintos cargos públicos, gasten verdaderas fortunas para saturar al elector y captar la intención, aun cuando lo normal es que, pasado el tiempo electoral, olvidarlo por completo hasta que llegue el nuevo proceso.
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